Opinión

La familia: manantial de salud social

El Santuario de Torreciudad, próximo a Barbastro (Huesca), testigo silente del río Cinca retenido en el pantano de "El Grado", fue el 1 de septiembre el escenario alegre y sereno de la 28ª edición de la Jornada Mariana de la Familia. Una vez más se reafirma la universalidad, que no la pluralidad, de la familia natural sustentada en el amor y unión conyugal, dando con rigor relieve a toda su estructura.

El Santuario de Torreciudad, próximo a Barbastro (Huesca), testigo silente del río Cinca retenido en el pantano de “El Grado”, fue el 1 de septiembre el escenario alegre y sereno de la 28ª edición de la Jornada Mariana de la Familia. Una vez más se reafirma la universalidad, que no la pluralidad, de la familia natural sustentada en el amor y unión conyugal, dando con rigor relieve a toda su estructura.

Familias venidas de diferentes puntos geográficos, de distintas razas y culturas se dan cita anualmente en este arraigado Santuario mariano, donde la paz y el gozo son protagonistas junto a la Santísima Virgen. Lejos de exhibir algún tipo ostentoso de orgullo extraño, o de manifestar excéntricamente lo que desde los orígenes de la historia ordena a la familia, las jornadas revelan, con sencillez y júbilo, la espiritual gratitud de tantas familias que son bendecidas con los dones recibidos en su diario caminar.

Es cierto que en este mundo globalizado la vorágine mediática, la adulteración ideológica y la manipulación del lenguaje, duros y sectarios adversarios que dificultan el progreso recto de la humanidad, golpean los cimientos donde se asienta la familia. Ante un relativismo feroz, llamar a las cosas por su nombre y ser dóciles a la libertad responsable han dejado de ser los fieles aliados del más puro y lógico raciocinio moral. Pero para neutralizar este hostigamiento evidente, la familia, sustento y soporte vital de la sociedad en donde hombre y mujer se unen para comprometerse, respetarse, amarse y entregarse mutuamente con apertura a la vida, y para desarrollar un proyecto de vida en común, es la que infaliblemente da seguridad al verdadero progreso y dota de perdurabilidad a las civilizaciones.

Aún siendo acosada la familia, desnaturalizada, incluso para los más pesimistas estar en fase de descomposición, la realidad más palmaria constata que son muchos los hogares en los que esa “escuela de virtudes, principios y valores” -llamada familia- dan fe de su consistencia y de su aportación al equilibrio social. La inmundicia y la corrupción no prevalecerán nunca frente a esas familias que con tesón, esfuerzo y dedicación crecen al socaire de un amor auténtico y con la mirada llena de esperanza. La familia es solidaria, en ella se enseña a perdonar, a superar dificultades que nunca faltan, a resistir los embates de la vida, a ser responsables, a respetar a los demás, a tener detalles de amabilidad, a no desalentarse, en fin a ser luz y dar calor allí en donde aquella se ubique.

Seamos conscientes, pues, de que según sea la educación recibida particularmente en cada familia, así será la sociedad en su conjunto. Por ello una instrucción individual orientada a la realización del bien y sujeta al seguimiento de la verdad, hará crecer dignamente la urdimbre social que las familias tan celosamente tejen. Apostar por la familia es afirmar el futuro en sus diferentes ámbitos, no siendo por tanto algo baladí fomentarla, apoyarla y, en su caso, asistirla con beneficios fiscales y económicos.

Desde esta perspectiva los gobiernos tienen el grave compromiso de elaborar y armonizar aquellas políticas que exijan un desarrollo eficaz y sostenible de la familia. A día de hoy, existen muchas declaraciones de intenciones que cuestan materializarse, y una normativa vigente quizá algo obsolescente dada la seriedad y el contenido del asunto. Por último, no olvidemos que lo importante de la familia no es estar simplemente juntos, sino estar muy unidos.