Opinión

Octubre

El deseado de los meses tiene sabor inicial a celebración de vida felizmente compartida. En el ambiente que se respira, ciertamente más veraniego que otoñal, el personal barrunta el tono festivo de los días por excelencia, que culminan en esa docena más uno, este año más cuatro por los caprichos del calendario, de abrazarse con flores y frutos al Pilar.

El deseado de los meses tiene sabor inicial a celebración de vida felizmente compartida. En el ambiente que se respira, ciertamente más veraniego que otoñal, el personal barrunta el tono festivo de los días por excelencia, que culminan en esa docena más uno, este año más cuatro por los caprichos del calendario, de abrazarse con flores y frutos al Pilar.

La fiesta siempre ha sido, en su concepto antropológico, el tiempo de lo extraordinario, de lo fuera del común frente a lo ordinario. Sin embargo, la nueva antropología cultural lleva camino de convertir la fiesta en lo ordinario repetido, de suerte que cuesta muy mucho distinguir el componente original, si es que lo hay.

Una de esas manifestaciones de lo ordinario, con tintes de ordinariez, se viene produciendo cada fin de semana en determinados espacios de la ciudad. Y como, será por aquello de la paridad, hay que equilibrar, pues ahora resulta que también el jueves ha sido reclutado para la causa. Y ahora el “finde” cuenta con un día más.

Ni qué decir tiene, que este “veroño” del que disfrutamos tan ricamente, y que acabará por convertirse, al paso que vamos, en nuevo vocablo, anima a los amigos de la fiesta a sumarse a ella hasta altas horas, casi rayando al alba. Y lo hacen campando por calles y plazas en las que pareciera que nadie habita, ni tan siquiera representantes del orden.

Partidarios de la noche, o de la nocturnidad, trasladan sin recato, al silencio propio de las calles, un altísimo volumen con sus voces, más propio de los decibelios musicales en lugares al uso. Y como la conversación a gritos suele resultar la antesala del conflicto, pues ahí que te va algún que otro golpe que se oye, carreras de rigor, se supone que de huida, y algún llanto estremecedor, también.

Todo ello en un rango horario, tradicionalmente, destinado al descanso y convertido así en duermevela si tienes la suerte de habitar cerca del evento. Por supuesto, esto del botellón, muy unido a todo este asunto, ya se sabe que es un fenómeno y no siempre un problema, en opinión al menos del concejal de Cultura y Economía de la capital aragonesa.

El caso es que alguien tendrá que plantear algún remedio. Mientras tanto, en este pasar de los meses, uno repara en que hay ausencias que alcanzan mayoría de edad, y que el transcurrir del tiempo resulta implacable, pero no para olvidar.