Opinión

De la euforia al desencanto

En la vida cotidiana son muy frecuentes los vaivenes y los altibajos, como si se tratara de los cambios bruscos de ritmo de una montaña rusa. Esto no ocurre solo en el ámbito personal, sino que está muy presente en el ámbito social, político y sucede incluso – y sobre todo – en el mundo del deporte.

En la vida cotidiana son muy frecuentes los vaivenes y los altibajos, como si se tratara de los cambios bruscos de ritmo de una montaña rusa. Esto no ocurre solo en el ámbito personal, sino que está muy presente en el ámbito social, político y sucede incluso –  y sobre todo – en el mundo del deporte.

Es lo que les está ocurriendo en este largo y lluvioso otoño a los equipos aragoneses de fútbol que más nos representan: la Sociedad Deportiva Huesca y el Real Zaragoza, especialmente este último. Porque a estas alturas de la competición ni los más pesimistas se imaginaban que tanto uno como otro estuvieran en los últimos puestos de la competición.

En el caso del Huesca habría que comprender que ha estrenado una nueva categoría y que los rivales son mejores. El cambio de entrenador parece que comienza a dar sus frutos. Aunque lo que le ocurre al equipo altoaragonés es que todavía no ha cogido el pulso a la competición y manifiesta en cada partido una sorprendente ingenuidad y falta de experiencia.

La situación del Real Zaragoza es, lamentablemente, bastante distinta. Y hay varios motivos para que los aficionados estemos preocupados. Una de las principales razones es casi incomprensible y supera toda lógica.

Porque, ¿qué le ha ocurrido al equipo de la capital aragonesa después de la contundente victoria en el Carlos Tartiere a primeros de septiembre para olvidarse definitivamente de ganar y mostrar un juego ramplón, dominado por la ansiedad y el miedo a perder? Al parecer, ni siquiera el discutible cambio de entrenador ha dado los primeros frutos. Y ya se ha consumido casi la tercera parte de la liga. De la esperanza de los aficionados y de los 27.000 socios – la más numerosa de Segunda División – se ha pasado en pocas semanas a la decepción, al desencanto y al “otro año más en el infierno”.

Es verdad que ya desde la pretemporada las lesiones de jugadores importantes se han ido encadenando partido tras partido. Es verdad que el presupuesto del equipo está entre los de media tabla de la categoría. Pero, de todos modos, nadie acierta a comprender qué le ocurre al Real Zaragoza en los últimos días. Las preguntas circulan de boca entre los aficionados y en los medios de comunicación: ¿Les falta actitud a los jugadores? ¿No tienen la aptitud suficiente para defender los colores blanquillos? ¿Hay algún problema de fondo que todos desconocemos? Porque hay que recordar que la base del equipo es la de la pasada temporada cuando en una excepcional segunda vuelta se acarició el ascenso directo. ¿Ha fallado la planificación deportiva? ¿Se ha acertado con los nuevos fichajes? ¿Subyace un trasfondo económico?

Todos queremos pensar en este momento que el pasado domingo se tocó fondo contra el Granada y que pronto vendrá una reacción que no puede esperar más. Pero lo que está claro es que un equipo creado para ascender está ya en el furgón de cola de la categoría y tendrá que luchar, de momento, por no descender a Segunda B. Nadie quiere pensar en ello. Sería la tumba del equipo. Y esta afición se merece mucho más. Alguien tendrá que implicarse – no solo los jugadores – para rescatar este barco a la deriva antes de que naufrague definitivamente.