Opinión

Montoya: "Verdugo - víctima"

La muerte de Laura Luelmo ha sido un nuevo mazazo en la moral y, también, en la tranquilidad colectiva. Una vez más hemos visto de lo que somos capaces de hacer los seres humanos civilizados, porque el señor Montoya, mal que nos pese y duela, es un ser humano, psicópata y asesino, pero no por ello deja de formar parte de nuestra misma raza y condición.

La muerte de Laura Luelmo ha sido un nuevo mazazo en la moral y, también, en la tranquilidad colectiva. Una vez más hemos visto de lo que somos capaces de hacer los seres humanos civilizados, porque el señor Montoya, mal que nos pese y duela, es un ser humano, psicópata y asesino, pero no por ello deja de formar parte de nuestra misma raza y condición.

El psicópata, y el señor Montoya tiene todas las papeletas para serlo, encarna la maldad, la frialdad emocional, el egoísmo feroz, la absoluta falta de empatía, la ausencia de remordimientos, la mentira como forma de vida, el impulso sin freno, en suma, el psicópata sería, utilizando criterios morales que no médicos, la representación del Mal con mayúsculas. Pero también el psicópata es un sujeto imputable de sus actos, dicen los juristas; es decir, conoce las normas, sabe discernir entre el bien y el mal, puede actuar o no actuar y, en consecuencia, debe responder plenamente ante la ley de los actos que realice.

No obstante, a fecha de hoy hay ya muchos datos en la investigación científico-médica que apuntan anomalías estructurales y funcionales cerebrales en los psicópatas. Pero ninguno de esos datos se puede considerar, todavía, concluyente, y hace falta recorrer un largo camino para establecer una relación causa efecto evidente entre los hallazgos médicos encontrados y la realización de un determinado comportamiento humano.  

Parece evidente que la maldad tiene un correlato biológico; es decir, hay personas más predispuestas o vulnerables que otras, a ser más frías, a tener más insensibilidad, a ser más impulsivos y violentos, en suma, a tener un comportamiento antisocial más frecuente. Es más, no solo no se puede obviar, sino que esa idea, por ahora provisional, se está confirmando, aunque todavía es pronto para establecerlo como una “verdad científica”.

Lo que sí sabemos fehacientemente es que en la conducta (normal o patológica) de una persona influyen factores diversos, y también que en algunos casos hay posibilidades de cambiarla. Sensu contrario, sabemos también que hay estructuras y circuitos neuronales que es imposible, con los medios y conocimientos actuales, y a partir de una determinada edad, conseguir modificaciones conductuales, sobre todo, como es el caso del asesino de Laura, cuando más de media vida la ha pasado en prisión, hay una adicción a sustancias y además un entorno familiar parcialmente desestructurado.

Bernardo Montoya es un verdugo, un ser abyecto y maligno, un asesino confeso, reincidente y posiblemente no rehabilitable. Pero también, aunque sea duro aceptarlo, es una “víctima” de la genética, también del entorno que le ha dado unos referentes y valores inadecuados y, en suma, víctima de una sociedad que avanza mucho en un sentido, pero que no se da cuenta de que no todos somos iguales, que hay diferencias genéticas muy significativas, que la conducta depende del normal funcionamiento del cerebro y que ciertos factores estresantes en la infancia pueden ser demoledores en la vida adulta.

Bernardo Montoya es “verdugo-víctima” de una sociedad que no pone límites claros, que considera como correctas conductas contradictorias y que, en suma, contribuye, sino a crear estos comportamientos psicopáticos, sí a facilitar con una excesiva tolerancia que hagan lo que su naturaleza, a veces criminal, les impone y facilita.