Opinión

Carlos Saura, de devoción oscense y profeta en tu tierra

De extensísima obra, el momento vital de Carlos Saura previo al Estado de las Autonomías le da una condición como creador no demasiado aragonesa, para bien. De aspiración y ejecución universales. Sin embargo, en todas sus obras están presentes paisajes resecos y áridos, no terminados. Reflejan sed o sed de buen sexo, da lo mismo. Denuncian postureo y en toda ellas sus protagonistas son lazarillos o déspotas del siglo de Oro, trasladados al franquismo o transicionados.

De extensísima obra, el momento vital de Carlos Saura previo al Estado de las Autonomías le da una condición como creador no demasiado aragonesa, para bien. De aspiración y ejecución universales.

Sin embargo, en todas sus obras están presentes paisajes resecos y áridos, no terminados. Reflejan sed o sed de buen sexo, da lo mismo. Denuncian postureo y en toda ellas sus protagonistas son lazarillos o déspotas del siglo de Oro, trasladados al franquismo o transicionados.

Hay una opresión de ciudad pequeña somarda, pero también una búsqueda oscense y curiosa sobre nuevos temas, nuevas relaciones con productores, fotógrafos y actrices. Una senda interminable y bifurcada de caminos por recorrer.

Por eso, pone su foco en otros temas fijando la grandeza de España en la grandeza improvisadora de sus genios.

Entre toda su obra, es imprescindible revisitar para un aragonés, ese genial personaje compuesto por Paco Rabal en “Goya en Burdeos”. Por común Semana Santa, capacidad para el desparrame y volcanismo, los actores y actrices murcianos vuelan dirigidos por aragoneses.

“Jota de Saura” es una magnífica revisión visual donde destaca sobremanera, me llamó mucho la atención su parentesco con la tarantela del napolitano Pignatelli. O sus antecedentes en la jota mudéjar, lo que la emparenta en vibrato con el flamenco, pasión del cineasta oscense que ha nutrido con varias joyas visuales.

El Auditorio de Huesca pasará, de manera más que merecida, a portar el nombre de este inaudito, somarda, inquieto, profundo, críptico, tenso, oscuro, brillante, nítido, resuelto y humano fotógrafo de la generación del hambre de postguerra del Coso oscense.

Escaseces y estrecheces que llevó al cine como si de alegorías goyescas se tratara, tratándolas indirectamente. Indagando sobre el valor de origen árabe de todo arte producido al sur de Pirineos Sur, de la bestialidad y olor a sangre de tanta vida no vivida. De tanto seguir vivos como maldición bíblica para padecer España.

Es un precioso homenaje en vida. Como lo ha sido para él casi estrenar su faceta de director teatral en el Teatro Olimpia con “El Coronel No Tiene Quien Le Escriba”, representación pilotada por el genial y nunca hortero actor Juan Diego.