Nuestro “cuarto río” es imperial (I)

Canal Imperial de Aragón, ubicación incierta, en las cercanías de Zaragoza, fotógrafos a punto de embarcar. Negativo de cristal. ca. 1908. Colección de Moncho García Coca
Canal Imperial de Aragón, ubicación incierta, en las cercanías de Zaragoza, fotógrafos a punto de embarcar. Negativo de cristal. ca. 1908. Colección de Moncho García Coca

Resulta paradójico que a pesar de que Zaragoza cuenta con el gran padre Ebro, la Huerva proveniente por la derecha de las sierras ibéricas, y el Gállego que desciende por la izquierda desde la propia muga con los galos, se veía insuficiente para proveer de agua de calidad a sus habitantes y de líquido elemento a sus resecas tierras, hasta el punto de que en tiempo del emperador Carlos se empezó a acometer una obra sin precedentes: construir un canal desde Fontellas, en la Merindad de Tudela, por la margen derecha del mismísimo Ebro. La obra no fue mucho más allá de unos centenares de metros, tanto la cuestión técnica como la económica no estaban en sus mejores momentos, pero por lo menos nos dejó un nombre que resultó históricamente definitivo: CANAL IMPERIAL DE ARAGÓN (en principio se denominó ‘acequia’).

Unos doscientos veinticinco años más tarde, y con un monarca que también se llamaba Carlos, aunque con dos palotes más, se volvió a la carga con el tema del Canal, en particular con el empeño de don Ramón Pignatelli y Moncayo, y gracias a uno de los jefes del Consejo Real que mira por donde era aragonés ejerciente como tal en la corte, el Conde de Aranda.

Los objetivos eran tres fundamentalmente: llevar agua de boca hasta Zaragoza; regar los inmensos eriales que a pesar de tener el agua cerca no contaban con la posibilidad de un regadío efectivo; pero, sobre todo, a imagen de otras naciones ilustradas europeas, tener un medio de transporte, de mercancías y personas, rápido, seguro y práctico, que diera salida a los productos aragoneses directamente ¡al mar! (hoy lo conocemos, en otra variante, como la conexión Atlántico-Mediterráneo).

Canal Imperial de Aragón, complejo de San Carlos y apeadero del tren de Cariñena, 1912. Luis Gandú Mercadal. Colección Mamen Gandú.
Canal Imperial de Aragón, complejo de San Carlos y apeadero del tren de Cariñena, 1912. Luis Gandú Mercadal. Colección Mamen Gandú.

Comenzaron las obras en 1776. Años más tarde, y 81 kilómetros aguas abajo desde su comienzo en El Bocal, casi en las inmediaciones de Zaragoza, se encontraron con un ‘pequeño’ inconveniente: había que salvar un desnivel en caída de 6,5 metros. Era preciso habilitar unas esclusas para que las barcazas pudieran seguir su trayecto tanto de ida como de vuelta.

Por otro lado atisbaron que habían dado con una ocasión única: un salto de agua, muy cerca de la ciudad, con espacio suficiente. Se decidió la construcción de un gran complejo portuario que iba a constar de embarcadero (dio nombre a una de la calles principales del actual barrio de Casablanca, por la que circula la línea 42 y la 57), posada, casa de comidas, capilla (o más bien ermita, bajo la advocación de la Virgen del Pilar, edificio que no existe ya, una plaza sigue recordando su presencia), talleres, etc. y por su puesto la oportunidad de habilitar noria, molino harinero, y batán.
El nombre fue lo de menos, teniendo como rey a Carlos III ‘casualmente’ surgió el de “Molino de San Carlos”. Pero ya se sabe cómo somos en Zaragoza con las denominaciones oficiales, dado que las instalaciones poseían una gran casa de color blanco, bastantes años más tarde empezaron a llamarse popularmente la “Casa Blanca”.

También años más tarde este complejo sumó a sus singulares características el de poseer un apeadero de tren. Casi, casi, una intermodal en modo finales siglo XIX - principios del XX: puerto fluvial de pasajeros y mercancías, estación de carruajes que comunicaba con la gran ciudad y una parada de ferrocarril de vía estrecha de la línea que unía Zaragoza con Cariñena, de la que sólo nos queda el nombre de la calle principal del barrio “La Vía”.

Canal Imperial de Aragón, central hidroeléctrica de San Carlos. Negativo de cristal. ca. 1908. Colección de Moncho García Coca
Canal Imperial de Aragón, central hidroeléctrica de San Carlos. Negativo de cristal. ca. 1908. Colección de Moncho García Coca

Volviendo al aprovechamiento del salto de agua. Como las ciencias adelantan que es una barbaridad, en 1893, en los molinos se instalaron un par de turbinas para generar electricidad. La sociedad que se encargó de tal menester fue la Compañía Aragonesa de Electricidad (CAE), que en 1904 se fusionó con otra empresa local, la Electra Peral Zaragozana, su chimenea de la “fábrica de electricidad” en la calle de San Miguel aparece frecuentemente en las instantáneas del centro de la ciudad de la época. Casi es el momento que nos muestra la fotografía: la pequeña central hidroeléctrica con dos personas en un equilibrio un tanto atrevido. Uno, por el uniforme, parece ser un empleado de la compañía eléctrica, el otro un visitante distinguido que se acompaña de un bateaguas, desconocemos si por protegerse del sol o del salpicado del salto hídrico. Posteriormente en 1911, junto a Fuerzas Motrices del Gállego, se fundó Eléctricas Reunidas de Zaragoza. Hay que reconocer que eran unos visionarios, el asunto de la electricidad aparecía ya como un negocio próspero. Hoy en día sigue en uso, por supuesto, con todo tipo de modernización.

Canal Imperial de Aragón, Fuente de los Incrédulos. Negativo de cristal. ca. 1908. Colección de Moncho García Coca
Canal Imperial de Aragón, Fuente de los Incrédulos. Negativo de cristal. ca. 1908. Colección de Moncho García Coca

Retornando a las obras del Canal, hasta 1782 no alcanzan Zaragoza. Dos años más tarde, recién estrenado el verano, llegan las aguas merced a una conducción de madera. Otros dos años y medio más tarde, diciembre de 1786, se inaugura la fuente que D. Ramón Pignatelli había mandado construir frente al complejo de San Carlos.

Sobre el motivo para erigir la monumental fontana hay división de opiniones, desde la más lógica, para beber, hasta que sirviera de respuesta aleccionadora (hoy diríamos un “zasca”) del noble canónigo sobre sus colegas del Cabildo Metropolitano, incrédulos de que la obra llegara a Zaragoza algún día, de ahí la famosa frase esculpida en el frontal "incredulorum convictioni". Por ello el nombre con el que ha llegado hasta nosotros: “Fuente de los Incrédulos”, aunque el original era “Fuente del Molino de la Casa Blanca”.

En la anterior fotografía nos hallamos en esa misma fuente, en 1908 (ca.), en su ubicación original. La pareja formada por el señor del bateaguas y el uniformado empleado de eléctricas se han subido al pilón para ser inmortalizados. Al otro lado un nuevo personaje, también aupado pero agachado, controla cómo unos cuadrúpedos abrevan. Delante de la hilera de pilones se amontonan varias piedras, quizá por un hipotético arreglo en el cercano Camino Real de Madrid (posteriormente carretera de Valencia).

Canal Imperial de Aragón, Fuente de los Incrédulos. Negativo de cristal. ca. 1908. Colección de Moncho García Coca
Canal Imperial de Aragón, Fuente de los Incrédulos. Negativo de cristal. ca. 1908. Colección de Moncho García Coca

En esta toma frontal de la Fuente de los Incrédulos podemos apreciar su estructura y algunos detalles. Es una construcción fundamentalmente neoclásica sencilla y elegante, en la que el material principal lo constituye la piedra caliza de cantería, de tonos blancos, que hacen que resalte todavía más una gran losa de piedra negra (aunque en la imagen no se note mucho…) de Calatorao. Sobre ella, Pignatelli mandó esculpir la siguiente inscripción "Incredulorum convictioni et viatorum commodo. Anno MDCCLXXXVI" (Para convencimiento de incrédulos y descanso de viandantes. Año 1786). A ambos lados nos encontramos en disposición vertical un paño rectangular con una decoración llamada de ímbrices o, más entendible, escamas de pez, elementos muy usados en la arquitectura de la Ilustración, con una cornisa horizontal que cierra el cuadro. Rematan el conjunto tres trofeos o copas, desigual la que ocupa la posición central, elevada gracias a un pedestal con guirnaldas. Probablemente fuera obra de Fernando Martínez Corcín, director facultativo de las obras del Canal Imperial. Y algo anecdótico a la vez que triste: sale agua por sus dos grifos (cuestión que hoy no sucede… como se entere don Ramón).

Tres personajes han subido al pretil del pilón para realzar su estampa en la pose, vestidos aparentemente con ropa de paseo. Un zagal, que vuelto hacia sus compañeras parece esperar a que alguna de ellas sufra una distracción y acabe con sus pies a remojo (pura divagación por mi parte); una chiquilla de presencia más formal, con el ala de su pamela levantada para no sombrear su rostro; y una señora o señorita (¿madre? ¿Mary Poppins?, no se aprecia lo suficiente) que bien pudiera estar sujetando a la moceta para evitar contratiempos.

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