Nuestro “cuarto río” es imperial (II)

Esclusas de San Carlos sobre el Canal Imperial de Aragón en pleno funcionamiento. Entre los árboles el edificio de la harinera Urriés. Casablanca, ca.1904. Archivo María Pilar Bernad Arilla
Esclusas de San Carlos sobre el Canal Imperial de Aragón en pleno funcionamiento. Entre los árboles el edificio de la harinera Urriés. Casablanca, ca.1904. Archivo María Pilar Bernad Arilla

Quizá la infraestructura más conocida y llamativa del Canal Imperial de Aragón en su recorrido zaragozano sea la relativa a las esclusas de San Carlos o de Casablanca, que es como más comúnmente las nombramos. Su sistema de llenado y vaciado de estancias utilizaba un mecanismo similar al usado en el Canal de Panamá, salvando las distancias y los volúmenes. “Se verifica a lo sumo en ocho minutos cada inclusa” (denominación dieciochesca de la esclusa) dicen las antiguas crónicas, acción que debía realizarse dos veces, ya que cada salto es de 3,25 m. para completar los 6,5 m. de desnivel total. Son de planta elíptica para conseguir por un lado más resistencia a la presión del agua, y por otro, el ensanchamiento central permitía el paso de dos embarcaciones a la vez. Se emplearon en su construcción sillares de piedra caliza, al objeto de resistir el empuje del terreno. Un alarde técnico sin duda, siendo que datan de 1786.

Constituía todo un espectáculo contemplar las embarcaciones flotando encerradas por compuertas de madera en la esclusa, ver cómo se vaciaba de agua bajando lentamente el nivel, cual ascensor hídrico, hasta alcanzar el plano inferior, apertura de compuertas, repetición del proceso para bajar otro ‘escalón’ y, ya salvado el obstáculo, seguir navegando. Cuando la circulación fluvial se realizaba en sentido contrario, aguas arriba, el tema se ponía más interesante. La barcaza venía arrastrada desde el camino de sirga (margen sin arbolado en la orilla para permitir que las caballerías, a fuerza de tirar, vencieran la escasa corriente del Canal para remontarlo). Entraba en una de las cuencas, se cerraban compuertas, se iniciaba el llenado de la vasija, la barcaza se iba elevando hasta alcanzar el nivel superior, apertura de compuertas, repetición de la jugada, y a seguir las mulas con su esfuerzo.

Puente de Madrid (actual carretera de Valencia) sobre el Canal Imperial, ca. 1898. Juan Rafael Alday. Kutxateka-Fondo Alday
Puente de Madrid (actual carretera de Valencia) sobre el Canal Imperial, ca. 1898. Juan Rafael Alday. Kutxateka-Fondo Alday

Una vez salvado el importante desnivel, el cauce cruzaba por debajo del entonces Camino Real de Madrid (no es una confusión de vía, para dirigirse a la capital del reino en época ilustrada había que tomar dirección Daroca) para lo cual se levantó un puente en piedra sillar, también inaugurado en 1786, que además cumplía la función de pequeño acueducto, pues pasaba una acequia de riego por su centro: la de Santa Bárbara, brazal secundario de la acequia de La Almotilla, que partía del azud de igual nombre en la Huerva a la altura de Cuarte, regando el término de la Val de Espartera en su camino hacia Garrapinillos. En la segunda mitad del siglo XX este vial, ya denominado carretera de Valencia, debido al aumento de circulación, amplió el puente y se cubrió de asfalto, pero sigue ahí debajo el original para quien quiera observarlo.

La fotografía nos permite ver al fondo y a la izquierda la antigua Harinera de Urriés, comprada en principio por el ejército para pasar, en 1926, a manos de la Congregación de la Pasión (Congregationis Passionis, es decir, "los Pasionistas") fundando allí su convento, donde aún permanecen, aunque en nuevas instalaciones más modernas. El resto de los edificios pertenecen al complejo de San Carlos: almenara, molino... y una caseta, que se corresponde con el apeadero de Casablanca, de la línea de vía estrecha Zaragoza-Cariñena. Aguzando la vista, por debajo de la arcada del puente, se intuyen las esclusas.

Almenara del Pilar, aliviadero y acueducto del Canal Imperial sobre la Huerva, ca. 1912. Luis Gandú Mercadal. Colección Mamen Gandú
Almenara del Pilar, aliviadero y acueducto del Canal Imperial sobre la Huerva, ca. 1912. Luis Gandú Mercadal. Colección Mamen Gandú

Llamativas esclusas y prácticos puentes aparte, si hemos de señalar una infraestructura típica y obra fundamental para el Canal Imperial nos tenemos que referir a las almenaras. Hubo más de treinta, de las que se conservan aproximadamente la mitad. El vocablo almenara, como tantos otros relacionados con el sistema de riegos, procede del árabe, utilizándose para designar a las edificaciones que protegen compuertas o tajaderas, muchas veces accionadas por mecanismos como grandes ruedas dentadas, que tienen el importante cometido de ayudar en el vaciado del cauce del Canal y en la distribución de agua para las numerosas acequias que de él parten. Para ello se tuvieron en cuenta detalles como hacer la toma de agua a “1,5 toesas de distancia” (2,92 m.) para no interferir en la navegación. Bastantes de las almenaras son construcciones pequeñas, destinadas simplemente a la protección del elemento correspondiente, pero también las hay de mayor tamaño con un edificio adosado para que sirvieran de vivienda al guarda y su familia, como es el caso de la que nos muestra la fotografía, la almenara de Nuestra Señora del Pilar, situada en el km. 82,21 desde su inicio en El Bocal. Fundamentalmente servía, y sirve, para arrojar a la Huerva las aguas sobrantes del Canal, por una espectacular escalinata-aliviadero, ayudando a su vaciado, especialmente en las épocas de limpieza de éste, que suele coincidir con febrero y noviembre, los meses de menor aprovechamiento de riego. De paso alimenta de agua al ya esquilmado Huerva.

Ojo del Canal desde abajo, río Huerva, ca. 1908. Autoría anónima, negativo de cristal. Colección de Moncho García Coca
Ojo del Canal desde abajo, río Huerva, ca. 1908. Autoría anónima, negativo de cristal. Colección de Moncho García Coca

Esto es posible porque en este punto río Huerva y Canal se cruzan. A casi un kilómetro de las esclusas los constructores de la magna obra se encontraron con un nuevo desafío orográfico: atravesar perpendicularmente ambos cauces. Por suerte el inconveniente no era excesivamente difícil de solucionar. Debido al encajonamiento notable de la Huerva en este tramo bastaba con construir un acueducto-puente que salvara aguas y camino del Canal por encima del río. Se hizo una bóveda en forma de arco carpanel con medidas de 13 m. por 35 m., se consolidaron las orillas con murallas de contención, todo ello de mampostería y sillares de caliza, disimulados u ocultos por las carreteras laterales. A este curioso cruce de cauces se le conoce como “Ojo del Canal”. En la fotografía observamos a dos personas que a sus pies tienen al río Huerva, y sobre sus cabezas, aunque parezca un puente, el acueducto que cruza perpendicularmente con las aguas del Canal Imperial, con sus respectivos caminos en ambas márgenes para facilitar el trasiego terrestre (evidentemente no se ve nada de esto al estar por encima del ‘ojo’). Como dato curioso esta zona sirvió de improvisada piscina pública en los sofocantes veranos zaragozanos de las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo.

Ojo del Canal desde arriba, Canal Imperial, ca. 1908. Autoría anónima, negativo de cristal. Colección de Moncho García Coca
Ojo del Canal desde arriba, Canal Imperial, ca. 1908. Autoría anónima, negativo de cristal. Colección de Moncho García Coca

Para completar la visualización del Ojo del Canal nos subimos virtualmente a la parte superior del puente-acueducto, actualmente llamado Paseo Reyes de Aragón: a nuestra izquierda el Canal Imperial de Aragón, que refleja en sus aguas unos chopos lombardos (hay que mirar con atención ya que puede hacer un raro efecto visual que nos despiste). Un pretil refulgente de piedra caliza ahorra disgustos a los viandantes de precipitarse dentro del cauce. Por en medio el camino de sirga (como se ha nombrado anteriormente se utilizaba para que caballerías remolcaran las embarcaciones con gruesas cuerdas), aunque en este caso es un coche de paseo quien lo ocupa. Un poco más a la derecha la barandilla que impide la caída a… ¡la Huerva! Ahí debajo, a más de diez metros, transcurre plácidamente el afluente del Ebro. A la derecha del fotógrafo, y fuera de plano, se encontraría la almenara del Pilar y a sus espaldas el Canal girando camino de Torrero. Pero eso pertenece a otra historia.

Para finalizar un aviso a navegantes: quizá extrañe ese tratamiento del río, “la Huerva”, que muchos de Zaragoza todavía usamos. Es su denominación tradicional por estos parajes, aún queda en el imaginario popular la feminización de algunos ríos aragoneses (algo común en lengua francesa).

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