Los rótulos que no están. Torre Nueva, historia de una calle comercial

A la izquierda llega a verse el alero del edificio del “Nº 1”, a su derecha asoma el de Marcelo Carqué, el centro lo ocupan la casa y el torreón de Fortea, y en el otro extremo aparece “Montal”. Sobre él, saliéndose de plano, el nº 31. 1968. Gerencia de Urbanismo. AMZ
A la izquierda llega a verse el alero del edificio del “Nº 1”, a su derecha asoma el de Marcelo Carqué, el centro lo ocupan la casa y el torreón de Fortea, y en el otro extremo aparece “Montal”. Sobre él, saliéndose de plano, el nº 31. 1968. Gerencia de Urbanismo. AMZ

Se ha de ser mayor para recordarlo, y además memorioso. Eso es casi poseer superpoderes, por lo que pocos evocarán la pequeña quesería que despachaba en el ensanche que hace la calle Torre Nueva en su cruce con la del Temple, y pegada a ella, la tienda de calzado que se anunciaba con un gran rótulo de neón.

Ambos negocios se hallaban en los bajos de un edificio proyectado en 1942 por el arquitecto Marcelo Carqué, un inmueble a todas luces desacorde con su ahogado emplazamiento cuya fachada lateral daba y da al citado ensanche, que no es sino el vacío dejado por el nº 1 de la calle del Temple, derribado en 1939 en cumplimiento del “Plan de reforma interior”, publicado ese mismo año.

Como sus muchos antecesores, dicho plan pretendía eliminar del casco histórico los viales excesivamente estrechos y quebrados. El Ayuntamiento, previéndose para Zaragoza un notable incremento de población y un aumento del tráfico rodado, se obligaba a actuar sobre los puntos considerados neurálgicos. Y por extraño que hoy parezca, éste era uno de ellos.

En la misma dirección se proponía la desaparición de la finca esquinera ocupada por la tienda de confección “El número 1”, como es obvio, radicada en el nº 1 de la plaza, que se convertiría casi en un cuadrado, enrasándose la fachada del palacio de Argillo, sede del Colegio de San Felipe, con el medianil del nº 20 de Torre Nueva, el del famoso bazar de Plou, la Meca, valga la expresión, de los belenes y adornos navideños.

Cabe pues pensar que Carqué firmó su proyectó pensando en que una vez ejecutados dichos planteamientos su edificio sería mucho más visible. Sin embargo la inconclusión de tales planes lo dejó irremisiblemente encajado entre sus vetustos aledaños.

Desde la Edad Media la denominada “calle Nueva” unía las plazas del Mercado y de San Felipe, a la que pasaba de largo para continuar hasta la de las Vírgenes, donde se convertía en Botigas Hondas. No muy imaginativos nuestros ancestros, llamaron también “Nueva” a la torre cuando ésta se erigió a principios del XVI. Así, con el tiempo la calle mudó su nombre por el de Torre Nueva.

Histórica y vocacionalmente comercial, Torre Nueva quedará partida en dos en 1865 con la apertura de Alfonso I, cediéndole una manzana a Botigas Hondas, que por esos días pasaba a llamarse Méndez Núñez. Lo mismo sucederá con todas sus paralelas, generándose nuevos tramos, como los dedicados a Espoz y Mina o Goya, bocacalles a las que los criterios municipales impondrán ensancharse, al menos en sus embocaduras.

Torre Nueva lo intentó, pero haciendo esquina con Carrica quedaba estrangulada por la casona que antaño pudo ser de Jerónimo de Urrea (J.M. Ballestín). Ésta de momento ganó el pulso a los urbanistas, llegando en pie al siglo XX para albergar al “Economato de Funcionarios Públicos” y después a un almacén de peletería.

Plaza San Felipe, con el colegio en el palacio de Argillo, y el nº 1 de la plaza con su popular comercio. 1955, Foto Coyne. AHPZ
Plaza San Felipe, con el colegio en el palacio de Argillo, y el nº 1 de la plaza con su popular comercio. 1955, Foto Coyne. AHPZ

Cierto es que el plan de 1939 afectaba sólo a la acera de los impares, donde “La Reina de las Tintas” había mantenido su trono incluso durante la República. Aunque el palacio de los condes de Bureta, próximo al Mercado, fue echado abajo en 1935 para sobre su solar alzar los grandes almacenes “SEPU”, el frente de los mismos con sus apabullantes escaparates no rebló ni un solo metro.

Si bien el proyecto que dará lugar a la “Plaza de las Catedrales”, que implicaba arramblar con un buen número de casonas centenarias, fue contemporáneo y procedía de los mismos tinteros que el “Plan de Reforma Interior”, éste segundo fue condescendiente con la casa y el comercio de “Montal”, así como con el conjunto de edificaciones que fueran de los Cerdán de Escatrón, ocupadas entonces por las bodegas “del Río” y la antigua pañería “Fortea”. Aun impidiéndole ampliar la plaza de San Felipe y por ende ensanchar la calle Torre Nueva, a todos ellos indultó de la piqueta.

No le perdonó en cambio la vida al palacio de la esquina con Carrica. Con su demolición, en 1958, “Casa Montal” ganó una fachada visible desde Alfonso, amén de un característico rincón. En el lugar de la finca derribada se alzó retranqueado un “rascacielos” de 8 pisos, donde en 1961 “Muebles Rey” inauguró su primera tienda, a la vez que en la contraesquina se elevaba una réplica de menos plantas, en este caso a costa de la desaparición de una tremebunda propiedad de Mariano Ostalé.

El medieval orden de la calle Torre Nueva no volvería a ser alterado hasta 1970. Y mucho. Justo enfrente a “SEPU”, orientado a la que entonces era llamada plaza de Lanuza y con vistas al Mercado se construyó otro inopinado mamotreto de 7 alturas. Eso sí, guardando la alineación propuesta en 1939. En sus locales abrió “Novedades París”, comercio luego trasladado. Tras esto la propuesta de ensanche caducó y la calle siguió, a Dios gracias, siendo estrecha.

Regresando al punto de partida de esta crónica, en el número 17 estuvo la boutique “Modas Diamante”, propiedad de Ángel Pocino, apellido vinculado aún al prêt-à-porter. Sus vecinos por la izquierda, los portales 15 y 13, que son los 25 y 23 según la antigua numeración, debieron conformar en su día un solo caserón, posiblemente del XVI, muy alterado tras una parcial reedificación decimonónica.

En 1900 se había registrado en Barcelona, «para distinguir sal y café», una marca de comercio denominada “Tupinamba”, sin que nos conste que a los tupinambás, masacrados pobladores del sureste de Brasil, les fuese abonada cifra alguna en concepto de royalties. Nada extraordinario, pues con los motilones sucedió lo mismo.

Estado actual de los locales correspondientes a las fincas 13 y 15 de la calle Torre Nueva. 2022. AFZ
Estado actual de los locales correspondientes a las fincas 13 y 15 de la calle Torre Nueva. 2022. AFZ

En 1901, en un arrebato de modernidad el empresario barcelonés Pere Picabia replanteó a la firma como matriz de una serie de locales, por lo común pequeños, pensados para que los clientes apresurados pudiesen consumir una taza de café acompañada de un bollo, haciéndolo incluso a “la americana”, es decir, en la barra.

Los “Tupinamba” poco tenían que ver con el boato de los establecimientos tradicionales, donde la degustación implicaba ciertos ritos. El concepto de “café económico”, con menores obligaciones fiscales que los grandes salones, triunfó hasta alcanzar las 92 sucursales en España, siendo Zaragoza una de las ciudades pioneras con sus cafés del nº 2 de la calle de la Montera y el 4 de Independencia. Tanto así que se empezó a denominar “tupinamba” a cualquier local con un planteamiento similar, lo que llevó a la casa a invertir en numerosos y a veces artísticos soportes publicitarios. Desde sus inicios bajo el mismo logotipo, se puntualizaba: «Sólo es “Tupinamba” si aparece esta marca».

Consecuencia del éxito, con el tiempo repartiéronse por España, aparte de los cafés, numerosas pastelerías y bombonerías filiales.

En los primeros años veinte los bajos del 23 de la calle Torre Nueva los ocupaba la fábrica de galletas “Solsona”. Allí, en 1925 Domingo Martín Cortés y Julia, su esposa, regentaban la pastelería “San Felipe”, y tan bien les fueron las cosas que en 1941 abrieron otra pastelería en la esquina de Alfonso con Cuatro de Agosto, en esta ocasión como franquiciado de Tupinamba. Al poco, la pastelería primigenia de la calle Torrenueva también fue incorporada a la marca, manteniéndose en ese domicilio hasta 2003.

Actualmente la desencajada persiana del viejo nº13, desocupado desde esa fecha, deja ver al viandante una continuidad de patios y locales llenos de escombros y basura que penetran hasta el corazón de la manzana. Una visión deplorable a dos minutos, a paso de turista, de la mismísima calle Alfonso.

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