El Palacio de Pedro Martínez de Luna, conde de Morata

Fachada principal de la Audiencia, con la calle de Cerdán al fondo y la entonces de la Audiencia a la derecha. Max Junghändel, ca. 1889. Colección Manuel Ordóñez
Fachada principal de la Audiencia, con la calle de Cerdán al fondo y la entonces de la Audiencia a la derecha. Max Junghändel, ca. 1889. Colección Manuel Ordóñez

Hay dos gigantes que podrían contarnos la historia de los últimos cinco siglos de Zaragoza y lo que han visto desde su privilegiada situación. Tallados por Guillaume Brinbez en 1552, en el contrato constaba que debían ser figuras desnudas a modo de salvajes. Seguramente los cánones del siglo XVI eran más pudorosos que los romanos y griegos respecto a la desnudez y finalmente se optó por algo más discreto. La figura de la derecha se ha venido identificando como la de Hércules, cubierto con la piel del león de Nemea, al que estranguló en el primero de sus doce trabajos según la mitología griega. La de la izquierda se identificaba tradicionalmente con el rey ateniense Teseo, pero posteriores investigaciones de Carmen Gómez Urdáñez han permitido asegurar que se trata de Gerión, al cual dio muerte Hércules en el décimo de sus trabajos. La fotografía más antigua que se conoce de ambos es la realizada por Charles Clifford en 1860 durante la visita de la reina Isabel II a la ciudad, en la que aparecen coronados con penachos de plumas, pero en la reforma de Martínez Sangrós llevada a cabo entre 1862 y 1864 perdieron esos adornos. Ajenos a los estudios iconográficos, los zaragozanos siempre les han llamado “los Gigantes”.

Estamos hablando, claro, de los guardianes que custodian la puerta de uno de los edificios más impresionantes que se conservan en Zaragoza, el que preside el tramo inicial del Coso y que se conoce como Palacio de los condes de Morata, de los Luna, o la Audiencia.

Edificado por iniciativa de Pedro Martínez de Luna y Ximénez de Urrea, conde de Morata y Alférez Mayor del rey Carlos V en el solar que previamente ocupaban seis inmuebles, se solicitó licencia de construcción en 1551 y posteriormente otra en 1552 para la erección de la fachada. Por situarnos en la época, la Lonja se inauguró también en 1551 y la desaparecida Casa Zaporta se construyó en las mismas fechas. El promotor y propietario era en aquellos momentos Virrey de Aragón, es decir, el representante del monarca en el reino, lo que explica la monumentalidad del edificio, de rango casi oficial y que representaba el poder político de su propietario, además de su posición social y económica, y donde murió en 1570.

Portada de la Audiencia. Los Gigantes aparecen todavía con los penachos de plumas adornando sus cabezas. Charles Clifford, 1860. The Metropolitan Museum of Art
Portada de la Audiencia. Los Gigantes aparecen todavía con los penachos de plumas adornando sus cabezas. Charles Clifford, 1860. The Metropolitan Museum of Art

Flanqueado por dos torres ligeramente avanzadas del cuerpo principal, estas servían de cierre del edificio, aislándolo de los que en su momento tenía a ambos lados. Si damos por buena la vista que Anton van den Wyngaerde realizó en 1563, apenas diez años después del inicio de su construcción, en su origen estaban coronadas por otro cuerpo rectangular más pequeño y unos remates en forma de campaniles.

Con el transcurrir de los siglos la propiedad del edificio recayó en Guillén Manuel de Rocafull, de Rocabertí y de Anglesola, duque de Peralada y Grande de España, por herencia de su esposa la condesa de Aranda, Antonia Ximénez de Urrea. El duque era ferviente admirador de Felipe V, a quien hospedó en su casa en 1701 cuando vino a Zaragoza a jurar los Fueros y posteriormente en 1711. Fruto de esa admiración incluyó en su testamento una cláusula en la que ofrecía al primer Borbón, “por haberse alojado en mi casa de la calle del Coso, llamada comúnmente de los Gigantes”, su residencia para él y sus sucesores cuando estuvieran en Zaragoza, por lo que el edificio pasó a ser también Palacio Real.

Tras su muerte, este permaneció cerrado hasta la proclamación de Carlos III, cuando a su vuelta de Nápoles para tomar posesión del trono español permaneció en Zaragoza alojado en él desde octubre a diciembre de 1759. El llamado el mejor alcalde de Madrid dispuso que en el inhabitado edificio se instalara la Capitanía General, lo que motivó que se uniera otra denominación a la ya larga lista de nombres, conociéndose también como el Palacio del General, y como tal vio la proclamación como Capitán General de José de Rebolledo de Palafox y Melci el 26 de mayo de 1808, héroe de los Sitios para unos, no tanto para otros.

Portada de la Audiencia Territorial, actual sede del Tribunal Superior de Justicia de Aragón, con el aspecto tras la reforma de 1862-1864. Fototipia Thomas, ca. 1912. Archivo Mollat-Moya
Portada de la Audiencia Territorial, actual sede del Tribunal Superior de Justicia de Aragón, con el aspecto tras la reforma de 1862-1864. Fototipia Thomas, ca. 1912. Archivo Mollat-Moya

Como consecuencia del incendio y la destrucción en 1809 durante los Sitios del antiguo Consistorio de la Diputación del Reino, quedó sin sede propia la Real Audiencia de Aragón, que se trasladó a nuestro Palacio en 1814 tras la marcha de las tropas francesas, función judicial que mantiene hasta nuestros días, aunque en el año 1822 una Real Orden planteó la posibilidad de dar cobijo a la Diputación en la Casa de los Gigantes, que fue rechazada por la Audiencia establecida en ella, arguyendo la falta de espacio. Demasiado ajetreo para el mismo edificio, por amplio y señorial que fuera.

Cuando en 1863 se lleva a cabo la reordenación y actualización de los nombres de las calles y plazas de Zaragoza, se toma como centro del que irradiarían las numeraciones parciales de las calles el principio del Coso en su confluencia con la Albardería y con la plazuela de las Estrévedes, con lo que el edificio de la Audiencia pasó a ser el número 1 del Coso y de él partirían todas las numeraciones, comenzando por el extremo más cercano al Palacio. La calle que se había abierto junto a uno de sus laterales tuvo sucesivos nombres, todos ligados a su ilustre vecino, llamándose Bajada de Morata, Gigantes, Audiencia a partir de 1863 y posteriormente de Galo Ponte, nombre que mantiene en la actualidad. Curiosamente, en el decreto de 1863 se indica que “ignorándose la etimología de esta calle (Gigantes), pero juzgándola impropia, se ha reemplazado con la de la Audiencia, con la cual confronta”. Viendo la fachada quizás el nombre de Gigantes estaba más que justificado sin tener que pensar mucho en sesudas procedencias.

Esa misma reforma de nombres se llevó por delante, de momento solo nominalmente, a la antigua calle de la Albardería, nacida extramuros de la ciudad junto a la hoy Audiencia, y denominada así por ser lugar de abundancia de comercios dedicados a la venta de albardas. Parecía nombre poco adecuado y se dedicó al jurisconsulto Juan Jiménez de Cerdán, quien se quedó sin calle algo más de un siglo después, esta vez no por caprichos del nomenclátor sino por necesidades del desarrollo de la ciudad, por lo que nuestros Gigantes pasaron de ser vecinos de uno de los Justicias a serlo del fundador de la ciudad, César Augusto.

El Coso desde la Casa de las Monas, con los Palacios de los condes de Fuentes y los condes de Sástago en la acera derecha. Jean Laurent & Cie 1875. Fondo documental histórico de las Cortes de Aragón
El Coso desde la Casa de las Monas, con los Palacios de los condes de Fuentes y los condes de Sástago en la acera derecha. Jean Laurent & Cie 1875. Fondo documental histórico de las Cortes de Aragón

En 1892 el Ayuntamiento decidió derribar la Torre Nueva y dejarnos huérfanos de uno de nuestros edificios más emblemáticos, por razones ajenas a su supuesta inestabilidad, y se recibió en sus oficinas una propuesta que rezaba así: “Dada la situación topográfica del antiguo y grandioso edificio de la Audiencia y que su sólida construcción es bastante a sostener cualquiera adición en su obra, tanto por encontrarse esta casa ex palacio en el centro de la población, como por ser ya de por sí muy histórica, nada más conveniente sería, y creemos que nuestro pensamiento será apoyado, que nuestro Ayuntamiento podía colocar el reloj de la Torre Nueva, en uno de los torreones de dicha Audiencia.” Obvia decir que ese pensamiento no fue secundado y el reloj pasó a adornar la torre de San Felipe, donde se sintió algo menos desterrado que si lo hubieran trasladado al Coso. Quizá los Gigantes habrían secundado la moción de haber podido opinar, después de haber oído desde su ubicación el repiqueteo de la demolición, y querido adoptar gustosos esa reliquia para que adornara la fachada de su casa. No pudo ser…

Si antes decíamos que el desarrollismo se llevó por delante a la calle de Cerdán, junto a su vecina Escuelas Pías, sucesora de la de Cedacería y la plaza de las Estrévedes, lo hizo a costa de derribar toda la manzana intermedia entre ambas, con sus comercios y casas. Una muy particular era la que hacía de proa de todos los bloques, conocida en su día como la “Casa de las Monas”, y cuya posición destacada sobre el resto hacía que sirviera para espectáculos propios de finales del siglo XIX como eran los “cuadros disolventes”, o proyecciones de imágenes pintadas en placas de cristal o fotografías en el mismo soporte sobre la fachada del edificio, especialmente durante las fiestas del Pilar.

Frente a ella y a la Audiencia tuvo una vida efímera una de las fuentes monumentales colocadas en 1862, la llamada “Aretusa”, y que por mostrar más de lo considerado decente para la época, tuvo que emigrar en abril de 1867, sin rumbo conocido, cansada de aguantar pedradas e insultos de unos cuantos indocumentados.

Vista del Coso, con la Audiencia, la sastrería “El Non Plus Ultra” en el número 3 y el establecimiento de José Alfonso en el número 5. Al fondo, la Casa de las Monas flanqueada por la calle de Cerdán a su derecha y la de Escuelas Pías a su izquierda. Postal editada por C. Kinder y Cía. Ca. 1910. Colección Manuel Ordóñez
Vista del Coso, con la Audiencia, la sastrería “El Non Plus Ultra” en el número 3 y el establecimiento de José Alfonso en el número 5. Al fondo, la Casa de las Monas flanqueada por la calle de Cerdán a su derecha y la de Escuelas Pías a su izquierda. Postal editada por C. Kinder y Cía. Ca. 1910. Colección Manuel Ordóñez

Nuestros Gigantes fueron testigos en 1887 de uno de los acontecimientos que modernizaban la ciudad, ya que ese año entraban finalmente en funcionamiento los ramales segundo y sexto de la línea de tranvías, los de Circunvalación, siendo este último el que hacía pasar los tranvías tirados por tracción de sangre ante la portada que custodiaban, para seguir por la calle Cerdán, y no la de Escuelas Pías como estaba previsto en un principio, camino del Ebro. No consta que les invitaran a una copa de las 10 botellas de licor con las que se festejaron las inauguraciones de ambos ramales, los últimos en entrar en funcionamiento. Poco después, a finales de 1902, las mulas dieron paso a la electricidad y estas dejaron de transitar ante la Audiencia, al menos tirando de los tranvías.

La población de Zaragoza cuando se construyó el Palacio de los condes de Morata rondaba los 25.000 habitantes y hoy la ha visto llegar hasta los casi 700.000. Hércules y Gerión han visto crecer la ciudad y han pasado de estar casi extramuros a encontrarse en el centro mismo de ella y ser de hecho, como ya se ha dicho, el punto a partir del cual se numeran las calles. Testigos del nacimiento y desaparición de establecimientos emblemáticos del Coso como “La Bola Dorada”, fundada por Félix Grasa en la llamada Casa de Dronda en 1832, entonces en el número 7 cuando la calle Alfonso no existía, más tarde renumerada como 17 y que luego pasó a su sobrino Joaquín Grasa Sieso, quien en 1901 se trasladó a la plaza de San Felipe, 8; el “Casino del León de Oro” en 1847, situado frente a ellos en el entonces número 192; su vecina sastrería “El Non Plus Ultra” en el número 3, sustituida después por “La Reina de las Medias”; o el establecimiento de José Alfonso en el número 5, que permanece hasta hoy. Vieron construir y derribar el arco de San Roque y caer palacios como el de los condes de Fuentes. También cambiar la fisonomía interior y exterior de su Palacio, fruto de los diferentes usos o modas arquitectónicas, la más profunda en cuanto a su aspecto exterior realizada por Regino Borobio en 1926, en la que perdió los miradores que adornaban su fachada. Estos dos compañeros de viaje podrían seguir contándonos la historia e historias del Coso y sus habitantes, pero el espacio se acaba y deberán esperar a otra ocasión.

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