El edificio de Telefónica merece un respeto

Fachada de la central. 1927. Marín Chivite. Archivo Histórico Fundación Telefónica
Fachada de la central. 1927. Marín Chivite. Archivo Histórico Fundación Telefónica

Un edificio es una máquina para vivir. Y si no eso, algo parecido dijo Le Corbusier. Del mismo modo que una cocina está pensada para cocinar y es inapropiado poner una cama en ella, el edificio que Ignacio de Cárdenas y José María Arrillaga proyectaron como central telefónica de Zaragoza poseía las condiciones óptimas para albergar eso, una central telefónica. No otra cosa.  

En 1878, dos años después de que Graham Bell le birlase la patente a Antonio Meucci, en Barcelona se realizó una llamada experimental entre su Capitanía General y el castillo de Montjuic. Con tales interlocutores la conversación distó mucho de ser divertida pero fue la primera telefónica de la Península. También en 1878 un empresario llamado Dalmau ideó una especie de cabinas insonorizadas a fin de facilitar al usuario la audición, llevándose a cabo otro experimento, esta vez comunicando Zaragoza con Barcelona. En la segunda se hizo uso de una de esas cabinas, por lo que algo pudo oírsele al aragonés. Aquí, sin cabina alguna, al catalán no llego a oírsele res.  

Con independencia de tales ensayos y dado que el prodigio seguía siendo útil para comunicarse  dentro del mismo domicilio, el comerciante zaragozano Silvestre Juderías puso a la venta aparatos telefónicos en su bazar de la calle Méndez Núñez, donde para que el cliente pudiese comprobar la eficacia del ingenio colocó uno en cada punta de la tienda. Juderías vendió poco, es cierto, pero pronto el invento posibilitó la comunicación entre aparatos distantes entre sí. En 1885 los industriales Villarroya y Castellano, entonces todavía harineros,  instalaron un terminal en su factoría del barrio de Santa Isabel y otro en su despacho, sito en Independencia nº 10, debiendo salvar el Gállego y para ello solicitar al Ayuntamiento permiso para instalar postes.

Templete de distribución de la central de Méndez Núñez. Proceso de desmontaje. 1926. J. Mora Insa. Archivo Histórico Fundación Telefónica
Templete de distribución de la central de Méndez Núñez. Proceso de desmontaje. 1926. J. Mora Insa. Archivo Histórico Fundación Telefónica

De 1882 es la reglamentación que limitó la concesión a una única operadora por ciudad mediante subasta. La puja por Zaragoza se concretó en 1886 y la central se estableció en el número 7 de la calle Canfranc, un sector recién urbanizado desde el que resultaba complicado tender el cableado, por lo que en 1890 se trasladó al 24 del Coso, más céntrico y con maquinaria capaz de atender a 200 clientes. De un templete de madera instalado en su tejado partían los cables correspondientes a los abonados, resultando una maraña que los recelosos consideraban peligrosa. Tanto así que cuando en 1901 un rayo incendió el citado templete el propietario rescindió el contrato de arriendo y la compañía hubo de trasladarse de nuevo, en esta ocasión a Méndez Núñez 20. Allí se montaron 11 cuadros, cada uno con capacidad para 50 abonados, entre ellos el propio Ayuntamiento, poseedor de una veintena casi de equipos; en el domicilio del alcalde, en el destacamento de bomberos, en el cementerio, en la Casa de Amparo, en el juzgado, en el Matadero, en el Teatro Principal, en la comisaría de policía, en los depósitos de Torrero, en los de Casablanca, en la Casa de Socorro y en la cárcel. Por lo demás, desde 1895 la responsable de las llamadas interurbanas era otra concesión, en principio con sede en la proa de la calle Cerdán con el Coso y luego en el número 13 de la calle Alfonso, en los bajos de la casa de Pérez Cistué. Con la excepción de esta última, todas las fincas arriba mencionadas desaparecieron a lo largo de los años setenta.    

En 1924 Primo de Rivera ordenó y mandó crear la Compañía Nacional de Teléfonos de España. La españolidad, por cierto, no impediría al Estado entregar la recién parida empresa a la “International Telegraph & Telephone”, principal accionista a la que se le concedió durante 20 años el monopolio y que absorbió a todas las antiguas concesiones, tanto urbanas como interurbanas.  La ITT trajo la automatización. Ya no harían falta señoritas operadoras que metiesen las clavijas. A cambio, iban a ser imprescindibles unos enormes edificios que albergasen la compleja maquinaria. 

«El Gobernador civil de Zaragoza moviendo el conmutador que puso en marcha el automático de dicha población». A su izquierda, el alcalde Allué. De haber quedado electrocutado el  general nadie se hubiese dado cuenta, ya que todos miran al fotógrafo. Noviembre de 1927. Marín. Archivo Histórico Fundación Telefónica
«El Gobernador civil de Zaragoza moviendo el conmutador que puso en marcha el automático de dicha población». A su izquierda, el alcalde Allué. De haber quedado electrocutado el general nadie se hubiese dado cuenta, ya que todos miran al fotógrafo. Noviembre de 1927. Marín. Archivo Histórico Fundación Telefónica

A tal fin, la CNTE envió al joven arquitecto Ignacio de Cárdenas a los EEUU esperando que viendo sus modernísimas centrales telefónicas diseñase otras semejantes para Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao y Zaragoza.

Y es aquí cuando llegamos por fin a la compra en 1926 del solar que antaño ocupase el Teatro Pignatelli. O mejor dicho, de su mitad, ya que en la otra se acababa de alzar el edificio de Correos y Telégrafos.

Las obras de la “Casa de Teléfonos” arrancaron en junio de ese mismo año, siendo concebida para que los cables entrasen por el sótano. En adelante y hasta donde se pudiese, el tendido correría bajo tierra, desmontándose así el cablerío que colapsaba los tejados, un soterramiento que supuso abrir 53.000 metros de zanjas y erguir 500 postes. También en el subsuelo se hallarían los generadores eléctricos y las calderas. La planta calle era destinada a oficinas de atención al público, con una entreplanta ocupada por despachos.  Los cuadros urbanos se encontraban en las plantas primera y segunda, quedando la tercera para los interurbanos, en todos los casos descomunales máquinas que por su peso obligaban a los arquitectos a calcular muy bien las estructuras.

La fachada se basaba en enormes vanos acristalados y un arco monumental, elemento repetido en las centrales de Bilbao y Valencia, adoptando a nivel de calle una solución que llegará a ser emblemática para el paisaje zaragozano, los porches. Ya los poseía su vecina, la sede de Correos y Telégrafos, pues antes incluso de ser ésta construida ese tramo de acera fue dotado de porches, los cuales desde la concepción del paseo, mediado el XIX, ofrecían una continuidad en la acera de los pares pero no en la de los impares. Al cabo de un año, en el otro extremo de Independencia se erigiría la sede de la aseguradora “La Catalana”, también con porches, marcando definitivamente la pauta a los edificios que vendrán. Finalmente, la fachada trasera de la central telefónica daba a la calle de Castellano y consistía en una serie de grandes ventanales.

Sala de público de la central automática de Zaragoza.  1927. Archivo Histórico Fundación Telefónica
Sala de público de la central automática de Zaragoza. 1927. Archivo Histórico Fundación Telefónica

Enterado el general Cantón-Salazar, Gobernador Civil de la Provincia, de que su colega el general José Sanjurjo nos visitaría en los  pilares de 1927, con la pretensión de inaugurar en su presencia instó a las contratas a acelerar las obras, mas la Gloriosa Infantería no intimidó demasiado a las cuadrillas de operarios, que siguieron a su ritmo, por lo que aquel 11 de octubre Sanjurjo inauguró lo poco que había sin tener del todo claro lo que estaba inaugurando. Ello no fue óbice para que el párroco de Santa Engracia rociase las instalaciones con agua bendita.  

La inauguración definitiva se demoró a noviembre. Allí presentes el alcalde Allué Salvador, el Capitán General Perales, el presidente de la Audiencia y un puñado de señores (en las fotos no aparecen damas) de la élite local,  quien bendijo fue el mismísimo Fray Mateo Colom, obispo de Huesca (hasta 1956 Santa Engracia pertenecía a su diócesis). Heraldo de Aragón dedicó ese día toda una plana al evento, explicando cómo en lo sucesivo deberían hacerse las llamadas. No era fácil. Había que descolgar, esperar tono y marcar girando el disco.

Para entonces Zaragoza contaba con unos 160.000 habitantes y los abonados rondaban los 3.500. Las jóvenes que antes cumplían la función de operadoras, que eran más de sesenta, fueron recicladas como oficinistas.

Cuadros Interurbanos. Central automática de Zaragoza. 1927. Archivo Histórico Fundación Telefónica
Cuadros Interurbanos. Central automática de Zaragoza. 1927. Archivo Histórico Fundación Telefónica

En 1945, consumida ya la veintena de años de monopolio de ITT, el Estado Español se hizo con casi un 80% de la empresa, predominio estatal que se empezó a repartir a finales de los sesenta entre pequeños accionistas. Para entonces la ciudad había  esparcido su caserío y en 1965 el cuerpo central del edificio de Independencia dejó de sobresalir al recrecerse los laterales en pos de mayor espacio, obteniendo su actual silueta rectangular. Además, la central primigenia, en lo sucesivo denominada “Central de Aragón”, hubo de ser suplementada con las de Delicias, Torrero, San Vicente de Paúl, Montemolín y Bretón, aunque en la antigua se continuasen tramitando la facturación y las altas, así como la contratación de supletorios, que ya podían ser de color rojo e incluían el  famoso, y dudoso, modelo “góndola”.  

Por desgracia, Telefónica sucumbió antes de la edad de jubilación. La privatización se consumó del todo con los gobiernos de González y Aznar y la compañía fue desnudada por completo para travestirla después como multinacional, colocándole una peineta para hacerla pasar por empresa patria.  Una vez que se empezó a hablar de telefonía digital sobraron los soberbios edificios de los barrios, que nacidos públicos y con dinero público terminaron perteneciendo a corporaciones ajenas a los abonados que durante un siglo los habían hecho posibles con sus contratos.

No hay epílogo. Todavía se está escribiendo. 

Cada barandado, cada baldosa, cada mostrador, cada hoja de puerta y cada luminaria de la “Casa de Teléfonos de Zaragoza” nació en una honorable mesa de dibujo y sobre una bella hoja de papel vegetal con un cometido concreto, a estas alturas sobradamente cumplido y por el que merecen respeto. El que se trate de una corporación difunta no cambia lo anterior, al contario.

Dado que son organismos públicos los que acertadamente incluyen a determinados edificios en sus catálogos, sería lógico que se hiciesen cargo de ellos cuando por el cese de su actividad son abandonados, máxime si tales inmuebles, fundamentales en el desarrollo histórico de la urbe, corren el riesgo de quedar desvirtuados por usos extravagantes, caso del Cine Elíseos, cuya sala es apenas reconocible en la actualidad.

Centrales de Valencia y Bilbao. 1927. Archivo Histórico Fundación Telefónica
Centrales de Valencia y Bilbao. 1927. Archivo Histórico Fundación Telefónica

En el caso que nos trae, ningún ente estatal, autonómico o municipal ha tenido la imaginación ni el cariño necesarios para convertir el precioso y único edificio de Independencia 37 en espacio para exposiciones, salones de actos u oficinas de atención a la ciudadanía, destinos más dignos que servir de local a una tienda de ropa confeccionada en alguna de las casi mil fábricas que la “Associated British Foods” tiene repartidas por Asia. En Irlanda, país de origen de la firma, sólo hay tres, y en España, una.

¿Dónde fabrican sus prendas de ropa…?

«Anteayer Fotográfico Zaragozano» en redes:

Más en Anteayer Fotográfico Zaragozano