Los héroes y sus estatuas

Museo Provincial. Galería Interior. Al fondo, el modelo de yeso de Amutio. Fondo Thomas de la Fundación Anastasio de Gracia. Negativo de nitrato nº 1195. Ca. 1925
Museo Provincial. Galería Interior. Al fondo, el modelo de yeso de Amutio. Fondo Thomas de la Fundación Anastasio de Gracia. Negativo de nitrato nº 1195. Ca. 1925

Quien acceda al museo del Prado por la puerta de Jerónimos topará en su vestíbulo con el grupo escultórico titulado “La heroica defensa de Zaragoza”. Soberbio, sin duda. No obstante, es mejor que aquellos que no lo hayan visto no se lo imaginen. No es lo que parece.

Hallándose en Roma, el escultor José Álvarez Cubero realizó en 1818 un modelo en yeso que representaba a Antíloco y a Néstor, héroes de la Ilíada, padre e hijo, y griegos, claro, en una guerra, por cierto, en la que los griegos no eran los sitiados sino los sitiadores.

Álvarez, desde 1816 escultor de cámara de Fernando VII, se valió de su privilegiada posición para pasar la obra a mármol y traerla al Prado en 1827. Entre las idas y venidas se la bautizó con su actual nombre al asegurarse que estaba inspirada en dos zaragozanos, también padre e hijo, combatientes en los Sitios.

El subterfugio fue dado por bueno aun siendo obvio que los representados no visten de baturro. De hecho, el más joven no viste absolutamente nada, pero la élite cultural en la Década Ominosa, aparte de que tenía buenas tragaderas, necesitaba confeccionar un conveniente relato que soportase el trono del “rey Felón”. Bueno es recordar que un ex miembro de dicha élite, incompatible con la estulticia reinante, emigrado a Francia moriría al año siguiente en Burdeos.

De “La heroica defensa de Zaragoza”, José Reinoso, un perfecto afrancesado luego acomodado al régimen fernandino, diría en la “Gazeta de Madrid”, «descollará sobre encomios mezquinos y perecederos».

No es pues extraño que en 1892, con un esquema similar, el escultor madrileño Federico Amutio presentase a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892 una propuesta titulada “Por la Patria 1808”, con la que obtuvo un tercer premio.

Original de yeso. Archivo Ruiz Vernacci IPCE, Ministerio de Cultura y Deporte
Original de yeso. Archivo Ruiz Vernacci IPCE, Ministerio de Cultura y Deporte

Un paisano remangado defiende a culatazos a un compañero herido que yace entre sus piernas. Hay menos gloria y más angustia que en la escultura del Prado y cualquiera que la contemple enseguida entiende la desesperación del patriota, que acabada la munición, o sin tiempo para cargar el arma, ha de usarla a modo de garrota. Aquí, actor y caído no son apolíneos musculados sino simples zagales condenados a ser héroes.

La obra quedó expuesta en 1898 en el recién creado Museo de Arte Moderno, para ser después adquirida por el Ayuntamiento de Zaragoza. Aunque el conjunto no hiciese ninguna referencia a ésta capital, la intención era que una vez llevada a bronce adornase la novísima Casa Consistorial.

El original de yeso, en principio expuesto en el Museo Provincial, fue retirado en 1946, centenario de la muerte de Palafox, al serle encomendada al general Amado Lóriga la misión de crear en dependencias de la Academia General Militar, de la que era director, un “Museo de los Sitios”, que filial y dependiente del homólogo del Ejército se iría llenando con obras procedentes de diversos fondos, en especial de los del Museo Provincial.

Lo de fundar un museo despojando a otro se consideró un inexcusable acto patriótico y cabe preguntarse si a D. José Galiay, a cargo entonces del Museo Provincial, le fue ofrecida alternativa. Máxime si el Caudillo iba a ser quien presidiese la inauguración por ser ésta coincidente con una entrega de despachos. Un fiestón.

Mientras el enorme cuadro de Álvarez Dumont, “Combate en el púlpito de San Agustín”, era colgado en la regia escalera del edificio de la Jefatura de Estudios de la AGM, la pieza de Amutio fue colocada en el arranque, frente a la puerta que da a la avenida del ejército. Por fortuna, Minerva fue más perseverante que Marte y la iniciativa museística se desinfló en 1952, quedando un escaso remanente en un salón y siendo las obras devueltas a sus lugares de origen. En el mejor de los casos.

Paseo de Sagasta. A la izquierda, el obelisco a los héroes del Reducto. Fototipia Thomas. Negativo de nitrato 1187. Colección José Luis Cintora. Circa 1912
Paseo de Sagasta. A la izquierda, el obelisco a los héroes del Reducto. Fototipia Thomas. Negativo de nitrato 1187. Colección José Luis Cintora. Circa 1912

Pero dado que de los Sitios hablamos, situémonos a finales de 1808.

Ante la inminencia de un segundo asedio, el coronel Antonio Sangenís ingenió al otro lado del Huerva una cabeza de puente con el objetivo de impedir que el ejército francés cruzase el río y sobrepasando Santa Engracia alcanzase el Coso.

Al conocido como “Reducto del Pilar” se le rodeó de un foso de unos tres metros, y dotado de 8 piezas quedó al mando del también coronel Domingo Larripa, a cuya pericia militar habría que añadir la siempre subjetiva protección divina, al haber sido encomendado el puesto a la Virgen del Pilar. La artillería gala inició su ataque el día 9 de enero y en muy poco tiempo el reducto era defendido sólo por fusiles, al quedar inoperantes sus baterías. A las dos semanas de los 400 defensores iniciales apenas quedaban 50 en condiciones de luchar, en vista de lo cual el 15 se optó por abandonar la posición e intentar frustrar el avance de los invasores volando el puente de madera. Con eso y todo, los napoleónicos cruzaron, forzando la capitulación tras otras 36 jornadas de bajas y destrozos.

El epílogo se escribió despacio, ocupando casi siglo y medio de urbanismo. Con mayor o menor razón la vieja ciudad, crecida obedeciendo a las tapias de los conventos, hubo de refundar sus áreas castigadas, naciendo del desescombro el Salón de Santa Engracia, hoy Independencia, y la ovalada “Glorieta” que dará lugar a la plaza de Aragón.

Del otro lado del Huerva y partiendo del rehecho puente se trazaron radialmente los paseos de las Damas y de Torrero (que a finales de siglo pasaría a ser Sagasta), formando entre ambos una proa en la que en 1875 se estableció con su colegio la Congregación de Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, monjas francesas aquí llegadas por evitarse los sustos que amagaba darles su tercera República.

Era en las proximidades de dicho despartidero donde se había ubicado el “Reducto del Pilar”, de ahí que en 1908, aprovechando unos jardines en los que previamente existía una fuente de vecindad, por y para los defensores allí caídos se elevase un cenotafio con forma de obelisco según proyecto de Ricardo Magdalena; con guirnaldas en su basamento y un castillete del que arrancaba el fuste con la palma del martirio, donde la inscripción rezaba el lema: «¡Zaragozanos! Por la Virgen del Pilar. Vencer o morir. 1908», explicándose luego en el pedestal: «A los heroicos defensores del reducto del Pilar. Primer centenario de Los Sitios. 1908».

Obelisco dedicado a los defensores del Reducto de El Pilar, en la glorieta Sasera. 1950. Coyne. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza
Obelisco dedicado a los defensores del Reducto de El Pilar, en la glorieta Sasera. 1950. Coyne. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza

El espacio resultante, en principio anónimo, durante la Segunda República fue denominado “glorieta de Pérez Galdós”, nombre incompatible con el Consistorio franquista, que en 1936 lo sustituyó por el del catedrático de derecho Ricardo Sasera Samsón, del que los ciudadanos indoctos sólo sabemos que rescató madera de la extinta Torre Nueva para mandarse hacer con ella los muebles de su despacho.

Llegados a este punto, a falta de más datos no nos queda sino remitirnos a la historia no oficial.

Cuenta ésta que en uno de los bancos próximos al monumento cierto requeté reconvertido en concejal fue irremisiblemente rechazado por la hermosa Purita Covarrubias Azcárate-Laguna, angelical pero frágil muchacha perteneciente a la más granada burguesía, quien para desdicha del mentado concejal vivía consumida de pasión hacia un enjuto militante cenetista, ex chófer de su señor padre, que por eludir el paredón se hizo divisionario y marchó a la guerra contra la URSS, donde acabó preso. Ella se ofuscó en esperarlo hasta su liberación ignorando que su amado había rehecho su vida junto a una no menos angelical soviética llamada Irina, con la que creó una familia en Odessa. El divisionario jamás regresó y Purita murió, mitad de tisis, mitad de pena, en 1949.

Dado lo anterior, es comprensible que el despechado concejal proyectase su fracaso sobre el obelisco de Magdalena y en sesión municipal propusiese una moción que incluía la remodelación de la glorieta y la eliminación del memorial.

Sea este relato verdad o mentira, que es lo segundo, lo que sí es cierto es que el obelisco fue retirado en 1963, y de paso extraviado.

Y así fue como la escultura de Amutio logró su puesto en la estatuaria urbana, retitulada ahora “A los Defensores del Reducto del Pilar”.

Para que nadie albergase dudas, en el pedestal se le grabó una frase cuasi idéntica a la que durante medio siglo se había podido leer en el monumento anterior: «Por la Virgen del Pilar vencer o morir. MDCCCVIII», data que esta vez se grabó en guarismos romanos.

Glorieta de Sasera. Grupo familiar a finales de los años 60. Al fondo, la tapia del colegio del Sagrado Corazón, o “las francesas”. Colección Manuel Ordóñez
Glorieta de Sasera. Grupo familiar a finales de los años 60. Al fondo, la tapia del colegio del Sagrado Corazón, o “las francesas”. Colección Manuel Ordóñez

Aunque en la mente del artista creador ni Zaragoza ni su Patrona habían estado presentes, todo casaba. Con el añadido de dos cañones, falsos como una peseta con la cara de Mortadelo, y un montoncito de proyectiles amontonados en pirámide, hoy desaparecidos, el patriótico escenario quedó ultimado con unos pilones encadenados entre sí, a imitación de los que rodean el monumento al Justiciazgo. En 1975, una vez cobrado el talón, las monjas se marcharon, y pasados media docena de años en su solar se plantificó “El Corte Inglés”. Aclaremos que aunque aparentemente los mencionados cañones apunten hacia el establecimiento comercial, en realidad lo hacen hacia Torrero, que es por donde en 1809 asomaría el enemigo. Por contra, el mozo que blande la escopeta se dispone a atizarle a cualquiera que llegue desde el lado amigo.

La glorieta Sasera aún fue remodelada un par de veces, siendo en la actualidad imposible contemplar de cerca y de frente la escultura a causa de la fuente, con lo que tanto la leyenda transcrita como la inscripción del propio Amutio situada en la base, «Por la Patria, 1808», casi resultan ilegibles.

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