El Pignatelli, mucho más que un teatro de verano

Inédita imagen de la calle de la Independencia tomada desde la glorieta de Pignatelli, con el teatro de verano que preside la imagen y sobre el que destaca la entonces única torre de la iglesia de Santa Engracia. J. Lévy et Cie. Ca. 1889. Archivo Mollat-Moya
Inédita imagen de la calle de la Independencia tomada desde la glorieta de Pignatelli, con el teatro de verano que preside la imagen y sobre el que destaca la entonces única torre de la iglesia de Santa Engracia. J. Lévy et Cie. Ca. 1889. Archivo Mollat-Moya

Hay veces que lo que pensamos que es efímero acaba existiendo más de lo que se proyecta para toda la vida. Es el caso del teatro de verano Pignatelli, diseñado para durar escasas temporadas y que terminó su existencia 37 años después de construirse. No fue el único que tuvo Zaragoza, ni siquiera el primero, ya que dos años antes se instaló uno provisional en los Campos Elíseos, que tuvo, este sí, una existencia más fugaz.

En el año 1877 tres conocidos zaragozanos, don Emilio Navarro Ochoteco, don José Bellido y don Enrique Zopetti, pensaron construir un coliseo de verano en los terrenos de la antigua Exposición Aragonesa. Para su diseño se escogió al joven arquitecto turiasonense Félix Navarro Pérez, que en aquellos momentos estaba afincado en Madrid, y quien ya en agosto de ese año había presentado los planos del futuro recinto. Con fecha de 15 de enero de 1878 el Ayuntamiento concedió a Emilio Navarro el permiso, comenzando poco después las obras para su construcción. Además de empresario, don Emilio fue posteriormente director general de los registros y del notariado, y como tal fue el encargado de certificar el nacimiento del rey Alfonso XIII.

Al iniciar las obras para la cimentación en el solar rectangular de 70 por 40 metros, los trabajadores encontraron diversos restos de la azarosa vida de la ciudad, desde una moneda de cobre con el cuño de Luis XVI, restos de huesos humanos, una estatua de San Esteban procedente de la contigua iglesia de Santa Engracia volada en 1808, hasta restos de cerámicas musulmanas y romanas. Hay que tener en cuenta que en 1878 el entorno en el que se empezó a construir era casi un páramo, apenas un par de generaciones separaban esa fecha de la finalización de Los Sitios. Prácticamente en las afueras de la ciudad, más allá solo estaba la estatua del prócer que dio nombre al teatro, solitario en su pedestal, de la mencionada iglesia solamente quedaba su fachada y bastante maltratada, a falta de una de las dos torres que no volvió a ser reconstruida hasta 1898. La entonces calle de la Independencia estaba tomando forma y la Glorieta de Pignatelli estaba rodeada de solares.

Alzado del teatro Pignatelli firmado por el arquitecto Félix Navarro con la fachada recayente en la calle de la Independencia, 1877. Original depositado en el AMZ. Fotografía colección María Pilar Gonzalo Vidao
Alzado del teatro Pignatelli firmado por el arquitecto Félix Navarro con la fachada recayente en la calle de la Independencia, 1877. Original depositado en el AMZ. Fotografía colección María Pilar Gonzalo Vidao

Los estragos, no de la guerra en este caso, sino de las inclemencias meteorológicas, a punto estuvieron de dar al traste con los plazos previstos para la inauguración del teatro, ya que el 27 de mayo de 1878, cuando estaba en un avanzado estado de construcción, descargó sobre Zaragoza una fuerte tormenta con gran aparato eléctrico, uno de cuyos rayos alcanzó a la ya maltrecha y única torre superviviente de Santa Engracia, destrozando casi todo su tejadillo, llenando de escombros la plaza, dando un susto monumental a los vecinos de la zona, y sobre todo al centinela del cuartel anexo, quien afortunadamente solo sufrió una fuerte conmoción. El que la torre hiciera de pararrayos salvó al teatro de ser alcanzado y por tanto de sufrir graves daños que habrían provocado un retraso considerable en su finalización.

Sustos climatológicos aparte, las obras llevaron un buen ritmo y en julio ya estaba finalizado. Según los informes de la época de su construcción, esta se reducía a un sistema razonado de puntos de carga, hechos unos con fábrica de ladrillo y otros constituidos por columnas de hierro que soportaban los ligeros armados de las cubiertas y que debido a su poco peso relativo daban al conjunto una marcada esbeltez. La sala tenía planta con forma de herradura incluyendo 512 butacas de haya pulimentada y rejilla a la que se accedía por cinco entradas. Además, sus 16 plateas, 18 palcos y los anfiteatros de preferencia y principal permitían alcanzar un aforo de casi 2.000 espectadores. Contrariamente a los llamados teatros de invierno, en los que alrededor de la sala hay un paso cerrado para la circulación del público, en él había una galería abierta en el piso bajo y una terraza en el principal adornada con jarrones y macetas con flores, a la que se accedía por dos espaciosas escaleras situadas en los extremos y desde la que se disfrutaba de privilegiadas vistas al animado Salón de Santa Engracia y a las campiñas regadas por el Huerva y el Canal.

Grabado coloreado a partir del publicado en “La Ilustración Española y Americana” el 30-11-1878. Fondos de las Cortes de Aragón
Grabado coloreado a partir del publicado en “La Ilustración Española y Americana” el 30-11-1878. Fondos de las Cortes de Aragón

Prevista su inauguración para el 14 de agosto de 1878, solo faltaba el visto bueno del arquitecto municipal Ricardo Magdalena, quien lo visitó el día 9 para examinarlo y dar la aprobación final de sus condiciones de solidez y seguridad.

Y al fin llegó el momento tan esperado por los zaragozanos de la época, quienes ya se habían deleitado con el aspecto exterior del recinto y sus decoraciones de madera y yeso. Al acceder a su interior pudieron entonces admirar las barandillas de hierro fundido de color blanco con toques de oro y las cortinas de color habana al fondo de plateas y palcos. Unas ligeras columnas de hierro llegaban hasta los doce grandes medios puntos decorados con trepados y cruzados de madera con unas estrellas de porcelana en blanco y oro. La bóveda estaba adornada con un papel de color azul con estrellas doradas fabricado en Alemania y en cuyas crucerías se habían colocado también estrellas con toques de color rojo y oro.

Una vez admirado tanto el exterior como el interior, alumbrado por lámparas de gas, ya solo quedaba comenzar a disfrutar del edificio para lo que había sido construido, el hermoso arte del teatro, en el que cada vez que se asiste se vive una experiencia única en la que hay que atrapar cada instante porque nunca se repetirá igual.

La primera obra, sin embargo, no fue de teatro sino la sinfonía Guillermo Tell interpretada por la orquesta bajo la dirección del maestro Lluves y que recibió los primeros aplausos del público asistente a la inauguración. El mismo que pidió que subiera al escenario el autor del edificio, Félix Navarro, quien accedió a la petición y pronunció un breve discurso de agradecimiento hacia la empresa constructora y los trabajadores que habían hecho posible la rápida construcción del edificio que se inauguraba.

Fotografía tomada desde la recientemente culminada Facultad de Medicina y Ciencias, y editada después como postal por la fototipia de Lucas Escolá Arimany, con el teatro Pignatelli ya rodeado de edificaciones y los hotelitos de la glorieta de Pignatelli tras la tercera puerta de Santa Engracia. Ca. 1901. Archivo Daniel Arbonés Villacampa
Fotografía tomada desde la recientemente culminada Facultad de Medicina y Ciencias, y editada después como postal por la fototipia de Lucas Escolá Arimany, con el teatro Pignatelli ya rodeado de edificaciones y los hotelitos de la glorieta de Pignatelli tras la tercera puerta de Santa Engracia. Ca. 1901. Archivo Daniel Arbonés Villacampa

Para ser justos con aquellos que lo hicieron posible, hay que nombrar a los talleres de Martín Rodón y hermano, sitos en el paseo de las Damas, responsables del armazón del techo, columnas y barandillas; a la viuda de Gracia e hijos con domicilio en el paseo de Torrero, que se encargaron de las yeserías de paredes y techos así como del pavimento de la sala; el tablado, telar y demás accesorios del escenario fueron realizados por Julio Albero; las decoraciones y el telón fueron obra de Rudesindo Marín y Mariano Pescador y, por último, los aparatos de alumbrado procedían de la casa de Florensa hermanos, con sede en Barcelona.

Tras el agradecimiento del arquitecto a todos ellos tuvo lugar la primera representación teatral, que no fue La Vida es Sueño, como por parte de algunos se había aventurado, sino Un Drama Nuevo, escrito por Manuel Tamayo y Baus e interpretado por Elisa Mendoza y Rafael Calvo en los papeles principales. El programa finalizó con la comedia Las Cuatro Esquinas de Pina Domínguez, interpretado por el mismo elenco de actores. Se puede considerar que la inauguración fue un éxito tanto para el arquitecto como para la orquesta y la compañía teatral, con el único pero de algunos asistentes acerca de las condiciones acústicas en algunas zonas, seguramente debido a los numerosos huecos al exterior, que dejaban salir los sonidos y permitían entrar otros de fuera, precio que había que pagar, de todos modos, para no sufrir temperaturas casi infernales en los tórridos veranos zaragozanos.

Pero no solo sirvió el Pignatelli para representaciones teatrales. Con motivo de su reapertura el 20 febrero de 1879, día de Jueves Lardero, se celebró un baile de máscaras con dos sesiones, una infantil a las 3 de la tarde a la que aquellos niños entre 4 y 11 años que fueron “vestidos de máscaras” pudieron entrar gratis y además recibieron un cucurucho de dulces, y otra nocturna, ya para los adultos, que se prolongó hasta las 4 de la madrugada.

Interior del teatro Pignatelli con la mesa del banquete ofrecido el 20 de marzo de 1887 en honor de Julián Calleja Sánchez con motivo de la colocación de la primera piedra de la Facultad de Medicina y Ciencias. “La Ilustración Española y Americana”. 08-04-1887
Interior del teatro Pignatelli con la mesa del banquete ofrecido el 20 de marzo de 1887 en honor de Julián Calleja Sánchez con motivo de la colocación de la primera piedra de la Facultad de Medicina y Ciencias. “La Ilustración Española y Americana”. 08-04-1887

También para sede de grandes banquetes, como el que tuvo lugar el 20 de marzo de 1887 en honor del director general de Instrucción Pública, Julián Calleja Sánchez, con motivo de la colocación de la primera piedra de la que sería Facultad de Medicina y Ciencias en el próximo Campo de Lezcano. Asistieron 170 personas distribuidas en una gran mesa con forma de cruz y pudieron degustar consomé, pies de cerdo, solomillo, salmón y pavos, todo regado con vinos de Jerez o champagne. Para aligerar, los postres fueron más sencillos, con flan y quesos helados.

Sería inabarcable reseñar todos los que pasaron por el que iba a ser efímero teatro, pero por recordar algunas personalidades indicar que Enrique Borrás o la gran María Guerrero actuaron en sus tablas. El poeta José Zorrilla recaló en mayo de 1883 en una de sus giras para sacar unos duros a la espera de una pensión gubernamental que no llegaba, lamentándose el autor de Don Juan Tenorio de que “No tengo una hora para descansar; ronco, cansado y falto de sueño, voy por ahí como un cuervo viejo”. Ante un público, si no muy numeroso, de lo más escogido, según dicen las crónicas, el vallisoletano desgranó alguno de sus poemas acompañado de un sexteto musical.

Sede también de acontecimientos políticos, no podemos olvidar cuando nuestro Joaquín Costa intervino el 12 de febrero de 1906 en la asamblea municipal republicana, defendiendo la República ante un público enfervorizado que le esperaba a la entrada y a la salida hasta su vuelta al hotel Continental, en el que un agotado Costa, al que le costó subir las escaleras, por precaución no pudo asomarse al balcón. Fue atendido por su amigo y médico Santiago Gómez, quien dispuso que le sirvieran un caldo y una copa de vino de la Rioja, reposando para recuperarse antes de cenar a solas con el Sr. Baselga en el comedor del hotel. Cinco años después, un lluvioso 12 de febrero de 1911, el mismo teatro vio desfilar ante él los restos mortales del montisonense llevados por otra multitud que quiso acompañarle hasta su última morada en Torrero.

Exterior del teatro Pignatelli con las fachadas recayentes en la plaza de Santa Engracia y calle de la Independencia. Venancio Villas, ca. 1880. Fondos Coyne en el AHPZ
Exterior del teatro Pignatelli con las fachadas recayentes en la plaza de Santa Engracia y calle de la Independencia. Venancio Villas, ca. 1880. Fondos Coyne en el AHPZ

Años antes Alfonso XII visitó el teatro con motivo de las fiestas del Canfranc en 1882, quien haciendo honor a la dinástica campechanía eligió que se representara la picaresca zarzuela La Mascota, tras la cual participó en un baile en el Casino Principal y el día siguiente asistió a los toros. Cada uno a lo suyo.

Encajonado y semioculto por los porches que se construyeron en 1898, nuestro veraniego teatro fue testigo de mucho más de lo narrado que aconteció en su interior y de la transformación urbanística de la zona. La calle de la Independencia se transformó en paseo, la iglesia de Santa Engracia renació de sus cenizas, la glorieta de Pignatelli pasó de ser un páramo a residencia de familias acomodadas, don Ramón se tuvo que mudar hasta Torrero…

Cansado y envejecido, en 1914 fue escenario de las últimas actuaciones y en noviembre de 1915 empezó su derribo para dejar paso al solar en el que después se construyó el edificio de Correos. Problemas de cimentación en los construidos incialmente hicieron que los que algunos llamaban “porches del Pignatelli” tuvieran que ser derribados para construir los que hoy vemos.

Si algún día al ir a enviar o recoger un paquete a la estafeta de Independencia ven unas sombras por el patio de operaciones no se asusten. Igual que dicen que en lo que fue el cine Roxy se aparecían Fred Astaire o Ginger Rogers, quizá María Guerrero, José Zorrilla o Costa vuelvan para recordarles que allí hubo un teatro. Porque un teatro nunca muere, ni aunque lo derriben.

Interior del teatro Pignatelli con el escenario, patio de butacas y palcos. Ca. 1900. Estudio Coyne. AHPZ
Interior del teatro Pignatelli con el escenario, patio de butacas y palcos. Ca. 1900. Estudio Coyne. AHPZ

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