El obelisco perdido. ¿Que por qué fue retirado?

Plaza de Basilio Paraíso. Ca. 1960. El Obelisco dedicado al Reducto del Pilar ocupa justo el centro del encuadre, próximo a la iglesia jesuita. La fuente será sustituida al año siguiente. “Jarke Fotógrafos. Imágenes de dos generaciones. 1950-2000”
Plaza de Basilio Paraíso. Ca. 1960. El Obelisco dedicado al Reducto del Pilar ocupa justo el centro del encuadre, próximo a la iglesia jesuita. La fuente será sustituida al año siguiente. “Jarke Fotógrafos. Imágenes de dos generaciones. 1950-2000”

Los componentes de Anteayer Fotográfico Zaragozano nos hemos sumergido, en apnea, ya que no contamos con ninguna subvención, en las actas municipales de los años 1961, 1962 y 1963 sin haber dado con mención alguna al desmontaje del monumento del que hemos hablado en los artículos anteriores.

Sí en cambio hallamos alguna noticia en periódicos locales, como la aparecida el 12 de marzo de 1963 en el Noticiero, donde «en improvisada rueda de prensa» el alcalde Luis Gómez Laguna manifiesta que el original de yeso de «la nueva estatua» había sido enviado a Madrid para su fundición en bronce. Reza la nota que la obra «será colocada en sustitución del actual obelisco», de lo que extraemos que en ese momento éste permanecía en pie. En el mes de julio el mismo periódico vuelve a hablar de la iniciativa dándola por concluida. Atribuye todo el mérito a la Alcaldía y afirma de forma taxativa que «desde el punto de vista escultórico el obelisco sabía a poco».

Buen berrinche le hubiese provocado dicho juicio a don Antonio Fleta, alcalde que en 1908 cursó ante su propia Corporación una solicitud «en nombre de la Junta del Centenario para erigir a la entrada del paseo Sagasta el monumento del "Reducto del Pilar", suprimiendo la actual fuente». Dicha fuente, de las llamadas de vecindad, tenía por finalidad suministrar a los hogares próximos y en teoría había dejado de tener sentido.  

“Plano Ydeal de la Ciudad de Zaragoza, con las principales partes exteriores, en el que se manifiestan las Obras de fortificación…” (fragmento). Señalado con el nº. 15 el aquí llamado “Baluarte del puente de la Huerba”. Cartoteca del Archivo Cartográfico del Centro Geográfico del Ejército
“Plano Ydeal de la Ciudad de Zaragoza, con las principales partes exteriores, en el que se manifiestan las Obras de fortificación…” (fragmento). Señalado con el nº. 15 el aquí llamado “Baluarte del puente de la Huerba”. Cartoteca del Archivo Cartográfico del Centro Geográfico del Ejército

El monumento, proyectado por Ricardo Magdalena, consistía en un obelisco apoyado en un ara sobre un enorme pedestal prismático. En la práctica se levantaría distante un centenar de metros de la posición real del fortín, que hubo de situarse orillado al Huerva, con cuyas aguas llenaba su foso. Respecto al lugar elegido por Fleta, tenía planta triangular por ser el despartidero entre Sagasta y el paseo de las Damas, lindaba por su lado más corto con el colegio femenino del Sagrado Corazón y era a la vez vecino del de los jesuitas, así como de la fundición de Rodón y el velódromo de los Campos Elíseos.

Y no tenía nombre.

Ese junio sería estrenada en el Teatro Principal la ópera “Zaragoza”, con libreto de Benito Pérez Galdós, autor del “episodio nacional” homónimo, ya por su séptima edición. Sobraban las razones para bautizar al enclave con el nombre del periodista. Será en 1936 cuando, por molestarle al Ayuntamiento el republicanismo de Galdós, la glorieta pase a homenajear al catedrático Ricardo Sasera, denominación con la que ya se conocía al paseo de las Damas.

En 1945 la Caja de Ahorros levantará en la proa de Sagasta su impresionante edificio sobre el predio del desmantelado velódromo, abriéndose en sus locales el Cinema Elíseos con su restaurante.

Luis Gómez Laguna recibió la alcaldía de Zaragoza en 1954 de manos del gobernador Pardo de Santayana, en concreto de su dedo índice. Las gobernanzas de sus antecesores; Caballero, Sánchez y García-Belenguer, habían transcurrido en la calamitosa coyuntura de posguerra, lo que no fue impedimento para que hiciesen suyo el proyecto de 1937 consistente en unir la Zuda y la Seo con una descomunal avenida a costa de echar abajo el caserío que encuadraba la antigua plaza del Pilar. Su objetivo era obtener una vasta explanada centrada en la basílica en la que celebrar fastos patrios. Como reza la jota, “Patria y Virgen” fueron la absoluta prioridad de aquellos gobiernos municipales, muy por encima de las necesidades de la ciudad.

Obelisco a los defensores del reducto de El Pilar, en la glorieta de Sasera. 1950. Coyne. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza
Obelisco a los defensores del reducto de El Pilar, en la glorieta de Sasera. 1950. Coyne. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza

Gómez Laguna, alcalde con menos de 50 años, procurador al tiempo que munícipe y en esencia comerciante hijo y nieto de comerciantes, accedió al cargo habiendo sido ya firmados los Pactos de Madrid. Los dólares ayudaban a dragar un poco el pantanal donde el régimen se ahogaba. Así, hacia la segunda mitad de su mandato pudo acometer una serie de transformaciones que complacerían a muchos espantando a bastantes.

En 1963 Zaragoza conservaba sus trazados periurbanos de finales del XIX. En la plaza de Paraíso, nacida tras el cubrimiento del Huerva tres décadas atrás, convergían las mismas cinco grandes avenidas que hoy convergen. Eran bulevares típicos de las prósperas urbes provincianas, con el ancho de calzada justo para la circulación de a lo sumo dos vehículos y un amplio andador flanqueado por plataneros.

Los zaragozanos, que antes de la guerra sobrepasaban por poco los 150.000, en 1960 se habían duplicado de lejos, solapándose los barrios ayer desligados del centro. Los espacios intermedios, ocupados por explotaciones agrícolas, se rellenaban con bloques de pisos. Y algo decisorio, si allá por el 54 en Zaragoza circulaban poco más de 9.000 vehículos, en el 60 superaban los 27.000.

Argumentando las necesidades del creciente tráfico rodado y en ausencia de oposición, entre 1961 y 1962 Gómez Laguna a base de bulldozers hizo de los románticos paseos de Pamplona e Independencia avenidas de seis  y ocho carriles, asfaltadas, señalizadas y desnudas salvo por un mínimo parterre, lo que conllevó la radical modificación del uso las plazas de España, Aragón y Paraíso, que serán a partir de ahí “puntos neurálgicos” junto con el cruce de la puerta del Carmen.

Plano. Ayuntamiento de Zaragoza (fragmento). Antonio Margalé. 1950
Plano. Ayuntamiento de Zaragoza (fragmento). Antonio Margalé. 1950

Conforme la década adquiriese velocidad el estable plano de Zaragoza sería alterado como nunca lo había sido. Ejemplos son la urbanización de las avenidas de Goya y Tenor Fleta sobre el soterrado tendido ferroviario, la prolongación de Marina Moreno, implicando la desaparición del Paseo de los Plátanos, el ensanche de la calle de Sanjurjo, preparatoria del derribo de la manzana de Cerdán y Escuelas Pías, el auge de la construcción en puntos tan opuestos como Casablanca y el Picarral, el nacimiento de un barrio en torno del estadio de la Romareda, la apertura de los parques de Bruil, Palomar y Tío Jorge o el tendido del puente de Santiago. En otro orden estaban la renovación de la fuente luminosa de Paraíso, el adorno de la fachada de la Casa Consistorial o la adecuación de un espacio para el monumento a Goya regalado por el Banco Zaragozano.

En el “lado oscuro”, de forma paralela y justificándose con una imperdonable frivolidad, se tramitaron un sinnúmero de licencias de derribo privando a los zaragozanos de una  preciosa nómina de inmuebles, desde mudéjares a racionalistas, que fueron barridos por estorbar a la especulación. Es el caso de los hotelitos del paseo de Sagasta.

Comparativa glorieta. Plano catastro 1934 y actualidad
Comparativa glorieta. Plano catastro 1934 y actualidad

Así las cosas, resultaba obvio que no se quedaría sin remover la pacífica glorieta de Sasera, en 1963 menos amplia que en la actualidad, pues con la posterior marcha de las monjas ganó superficie, y además bastante menos transitada. El colegio alcanzaba las traseras de la calle Dr. Casas, la fábrica algodonera, que ocuparía hoy la calzada de San Ignacio de Loyola, quedaba separada por un callejón de la iglesia recién incorporada al complejo jesuita y algunos solares en las paralelas a Damas aguardaban edificación, mientras que del otro lado del camino de las Torres pervivían las fincas agrícolas.

Incapaz de imaginar cuánto llegarían a cotizarse sus aledaños, el obelisco de Magdalena se mantenía digno y ajeno a las modas. “Come on baby, do the Locomotion”, popularizaron ese año en España los Pekenikes. El tiempo corría en su contra. En el arranque de la Gran Vía se aposentará en breve una obra tan rupturista como “La Ola y el Monstruo”, y prácticamente a su lado sucederá igual con “La Siesta”, piezas, cada una en su estilo, muy lejanas a la estética del memorial de los defensores del Reducto, que sobre todas las cosas era un monumento funerario.

Y la muerte resultaba incompatible con el desarrollismo. El cenotafio que en el andén central de Independencia recordaba desde 1920 a los funcionarios asesinados, será trasladado a la avenida de Marina Moreno, y no tardará en permitirse que locales y turistas aparquen entre los cipreses de la plaza del Pilar, donde no ha tanto se celebraban solemnes ceremonias con niños uniformados portando antorchas. La cruz del puente de Piedra, proyecto también de Magdalena, se ennegrecía por los humos, y la plaza de Santa Cruz, pensada en principio para homenajear a los muertos, acabará tomada por los artistas plásticos.

España se afanaba por ser moderna, pero como todavía distaba de serlo, le bastaba con quitarse el luto. Hacía poco que Carmen Sevilla y Algueró se habían casado en el Pilar. ¿Qué más se podía pedir? 

Original de yeso. Archivo Ruíz Vernacci IPCE, Ministerio de Cultura y Deporte
Original de yeso. Archivo Ruíz Vernacci IPCE, Ministerio de Cultura y Deporte

Es probable que Gómez Laguna recordase haber visto la escultura de Federico Amutio en el Museo de la Academia General Militar, donde fue exhibida durante unos años. Si no allí, en una exposición posterior celebrada en la Aljafería. La pieza, adquirida hacía mucho por el Ayuntamiento al Estado, formaba parte de los fondos del Museo Provincial. El patriota representado defendiéndose a culatazos podía ser un paisano de cualquier región española, sin embargo la prensa zaragozana se apuró en darlo por baturro. Era urgente exiliar al triste obelisco y reemplazarlo por una imagen atractiva para los turistas. Para complementarla se mandaron hacer un par de cañones que la ciudadanía terminó dando por auténticos.

El obelisco de Ricardo Magdalena murió por la acción del martillo neumático sin otra mención que la aquí expuesta, no reconociéndole el mérito de llevar desde 1908 cumpliendo con su cometido, evocar una calamidad histórica exaltando la abnegación de los derrotados.

No hay nada más español que eso.

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