Plaza de la Constitución, hoy de España, desde el edificio de la sastrería La Villa de París, con la farmacia Ríos a la izquierda y el Gran Hotel de Europa al fondo. Ca. 1900. Archivo María Pilar Bernad Arilla
Plaza de la Constitución, hoy de España, desde el edificio de la sastrería La Villa de París, con la farmacia Ríos a la izquierda y el Gran Hotel de Europa al fondo. Ca. 1900. Archivo María Pilar Bernad Arilla

En la entrega anterior del paseo por Zaragoza (1) habíamos dejado a nuestro viajero en la plaza de la Constitución haciendo un descanso. Antes de retomar su camino se paró ante los amplios escaparates de la nueva farmacia de los hermanos Ríos en el Coso 43-45, en el que destacaban sus enormes frascos de porcelana que atraían la atención de los paseantes tuvieran o no necesidad de los servicios del establecimiento. Apostado frente a la puerta observó en la decoración de su cristalera una hoja de palma cruzada por una cartela donde se encontraban, entre dos ramas de laurel, un baño maría, el áspid y la copa, un círculo con la inscripción RÍOS HERMANOS y, en los extremos de la cartela, las iniciales RH. Curioso, entró para contemplar en su interior el amplio mostrador con encimera de mármol azul, cristales esmerilados enmarcados en madera y con la ventana central cuadrada donde se veía grabado el Caduceo de Esculapio, símbolo de la medicina. Elevando la vista, admiró el techo de yeso moldurado con óleos sobre lienzo, obra de Elías García, entre las molduras en los que se representaban animales, flores o plantas medicinales entre otros motivos.

Una vez acabada la breve pero provechosa visita, a su salida se cruzó con dos paisanos, uno de los cuales vestía parecida indumentaria a los que ya había visto casi al inicio de su recorrido, ancha faja, blusón y pañuelo a la cabeza, y que estaba en animada conversación con otro que a pesar del sol iba bien abrigado con gruesa bufanda y boina, delante de la librería que ocupaba los bajos del edificio esquinero con la calle de los Mártires, La lluvia de Oro. Sobre ella y en el piso principal estaba la Gran Peluquería de Juan Pelegrín que tenía a gala no haber necesitado jamás anuncios para aumentar su clientela… aunque por si acaso sí se anunciaba en las guías de Zaragoza, que nunca está de más algún cliente adicional.

Dos paseantes ante la librería La lluvia de Oro en el Coso 41, y la Farmacia Ríos, en el Coso 43-45. Ca. 1900. Colección Manuel Ordóñez
Dos paseantes ante la librería La lluvia de Oro en el Coso 41, y la Farmacia Ríos, en el Coso 43-45. Ca. 1900. Colección Manuel Ordóñez

Nada más cruzar la estrecha calle de los Mártires decidió hacer una parada para descansar en el recientemente inaugurado Café Oriental, situado en la esquina del Coso y con entrada por el número 39, atraído por su portada de madera con diseños modernistas. Ya en su interior pudo disfrutar de un buen moka envuelto en un ambiente con decoración que evocaba el mundo asiático y cuya cristalería procedía de la afamada fábrica La Veneciana de don Basilio Paraíso.

Descansado tras su pausa, prosiguió la visita cruzando la plaza de la Constitución para contemplar la fuente monumental erigida frente a la calle de la Independencia, con el dios Neptuno en el centro sobre una columna adornada con cabezas de león y todo ello sobre una pirámide truncada con delfines en sus ángulos. Situada donde antes estuvo la Cruz del Coso, y no exenta de polémica al sustituir un símbolo cristiano por un dios pagano, su nombre era Fuente de la Princesa, ya que la primera piedra se puso en octubre de 1833 para conmemorar el juramento como Princesa de Asturias de la futura reina Isabel II, como pudo leer en una de las cuatro lápidas colocadas en el monumento. Ajenos al viajero, particulares y aguadores con sus carros tirados por burros, cargaban sus cántaros con agua para consumo particular los unos y para el reparto a domicilio de los más pudientes los otros, ya que al fin y al cabo la fuente, por muy monumental que fuera, tenía como misión la de suministrar agua a la ciudad.

Rodeó el monumento para poder ver bien a Neptuno con su tridente en la mano izquierda y con el brazo derecho en gesto de mandar a las aguas, y entonces frente a él en el Palacio de la Diputación Provincial al fondo se percató de una animada plaza con un trajín de ciudadanos, cuya posición social era fácilmente diferenciable por sus atuendos. Señoras vestidas con sayas y pañuelo en la cabeza, niños con sus mejores trajes o con un sencillo blusón, algunos solos en su caminar por la plaza, tatas paseando a los hijos de sus acomodados señores, grupos de militares, damas con trajes largos, caballeros con levitas y variados sombreros unos, o con traje de pana y gorra los otros, la mayoría andando por la tierra del suelo de la plaza y los menos atravesándola por los cruces adoquinados que facilitaban el paso sobre todo los días de lluvia.

Plaza de la Constitución, con el edificio de la Diputación al fondo, a la izquierda el desaparecido  Café Suizo y a la derecha el toldo del Café Gambrinus. Ca.1898. Silvestre Hernández Gil. Archivo Hernández–Aznar. Inédita
Plaza de la Constitución, con el edificio de la Diputación al fondo, a la izquierda el desaparecido Café Suizo y a la derecha el toldo del Café Gambrinus. Ca.1898. Silvestre Hernández Gil. Archivo Hernández–Aznar. Inédita

En la fotografía de Silvestre Hernández vemos este trasiego de gente con el palacio al fondo, delante del cual hay una jardinera, como se llamaban a los tranvías abiertos, tirada por mulas, edificio situado donde antaño estaba el Convento de San Francisco, y que dio nombre a la Plaza antes de ser rebautizada como de San Fernando y posteriormente como de la Constitución. Su fachada de dos plantas obedece al diseño de Pedro Martínez Sangrós, con una escalinata para acceder a su interior y rematada por un gran frontón semicircular con las esculturas alegóricas del Día y la Noche flanqueando al reloj, con cierta fama de no ser muy preciso.

En la esquina de la izquierda se encontraba el Café Suizo, fundado en 1847 bajo la dirección de Lorenzo Matossi, también suizo él. Gracias al uso del hierro en su arquitectura, constaba de dos salones delimitados por columnas en los que se ofrecían conciertos musicales. Este café era el lugar favorito de toreros y aficionados a la tauromaquia, mientras que otro café también de su propiedad, el Café Matossi en la calle de la Independencia nº 8 esquina con Cinco de Marzo, lo había sido de escultores, pintores y artistas en general, aunque ahora ya había cambiado el nombre a café de E. Flores, hijo del anterior propietario. El Café Suizo fue uno de los primeros en colocar veladores en las terrazas en 1889, entre las escaleras de la Diputación y su fachada en la plaza de la Constitución nº 3, a imitación de los cafés de otras ciudades europeas, junto con el de Europa, situado en la parte opuesta de la plaza, o del Gambrinus, en el número 1 de la misma, y cuyo toldo asoma en el extremo derecho de la fotografía.

Mientras proseguía su paseo alrededor de Neptuno, pasó cerca del lugar donde un año antes, en octubre de 1899, se había colocado la primera piedra del Monumento a los Mártires de la Religión y de la Patria, inicio de una obra de la que en ese momento se ignoraba todo… salvo dónde se iba a erigir. Aún faltaban unos años hasta que se inaugurara en octubre 1904, lo que hizo que Neptuno abandonara ya en 1902 la plaza.

Calle o paseo de la Independencia, con la Fuente de la Princesa en primer plano y los urinarios colocados en 1895 por Julius G. Neville. Fototipia de Lucas Escolá. Ca. 1900. Archivo Hernández-Aznar
Calle o paseo de la Independencia, con la Fuente de la Princesa en primer plano y los urinarios colocados en 1895 por Julius G. Neville. Fototipia de Lucas Escolá. Ca. 1900. Archivo Hernández-Aznar

Antes de seguir su camino de vuelta al Coso, dio una ojeada a la amplia panorámica de la calle de la Independencia, en cuyo inicio pudo admirar dos artísticos urinarios circulares colocados pocos años antes, en 1895, fabricados en la empresa Julius G. Neville de Liverpool en hierro fundido y coronados con un farol.

Siguiendo su paseo por la plaza, y pasado el café Gambrinus se fijó en los escaparates de la sastrería La Villa de París, ya en la esquina con el Coso y por el que tenía su acceso, sucesora de la fundada en 1849 por José Paúles y que poco tiempo después pasaría a ser una joyería con nombre nada discreto, Los Cien Mil Brillantes. Posteriormente, y tras otro cambio de dueño, pasó a tener un nombre más modesto y ser La Joyita, que a pesar de su modestia mantuvo abiertas sus puertas casi 100 años.

Si antes había tomado un café en El Oriental, ahora en su paseo se encontró con la óptica y perfumería La Oriental en el Coso 58, sucesora de otra óptica de nombre Lafont, y regentada por José Gascón y Guimbao, uno de cuyos hijos, José Gascón y Marín, sería ministro con Alfonso XIII y al que la ciudad dedicaría algunos años después uno de sus centros educativos en la actual plaza de los Sitios.

Después de contemplar su bien arreglado escaparate con frascos de perfume, objetos de aseo, lentes y monturas, volvió la vista a la acera opuesta, en la que frente a la perfumería se encontraba la Casa de Azara, edificio con una larga historia, en cuyos bajos estaba la afamada joyería El Trust. Este establecimiento se trasladaría en 1912 al local que ocupaba la confitería del Buen Gusto, tras el fallecimiento de Eusebio Molins, propietario de la misma, en 1907.

Originario del siglo XVI por encargo de Juan Francisco Pérez de Coloma, fue después propiedad, en 1608, del I Conde de Guimerá, por lo que se conoció por Casa Guimerá hasta que en 1663 pasó a manos de Francisca de Castro Pinós Fenollet y Zurita, viuda del II Duque de Híjar, convirtiéndose así en la residencia en Zaragoza de esta Casa Ducal. Y en esta fase vuelve a aparecer Agustín Sanz, arquitecto de la casa Tarazona, y Francisco de Goya, ya que también le encargó la decoración pictórica de la fachada, trabajo al que esta vez sí accedió el de Fuendetodos. Lamentablemente, debido al retraso de las obras de la profunda reforma del edificio, Goya ya había dejado Zaragoza para instalarse en Madrid y el proyecto nunca se pudo llevar a cabo.

Coso desde la plaza de la Constitución. A la izquierda, en la esquina, la sastrería La Villa de París, seguida del Palacio de Sástago con el toldo del Gran Café de París. A la derecha destaca el alero de la Casa de Coloma. Ca. 1900. Archivo Mollat–Moya
Coso desde la plaza de la Constitución. A la izquierda, en la esquina, la sastrería La Villa de París, seguida del Palacio de Sástago con el toldo del Gran Café de París. A la derecha destaca el alero de la Casa de Coloma. Ca. 1900. Archivo Mollat–Moya

Tras ser adquirido por Vicente Goser, administrador de los Duques de Híjar en Aragón, su hijo lo vende a su vez a Agustín de Azara, III Marqués de Nibbiano, por lo que el edificio pasó a ser conocido por Casa Azara o Palacio de los marqueses de Nibbiano y que en el momento que nos ocupa estaba alquilado al Centro Mercantil e Industrial y Agrícola de Zaragoza. Unos años más tarde, entre 1912 y 1914, el edificio sufrió una profunda reforma a cargo de Francisco de Albiñana, quien lo dotó de una fachada de aspecto modernista.

Contigua a la Casa de Azara vio la que en su día albergó a Martín Zapater, gran amigo de Goya y pocos pasos más allá una de las que ocupó el mismo Goya en su peregrinar zaragozano. Ya en la esquina con la calle Alfonso I la casa Molins, con la pastelería El Buen Gusto en los bajos, y frente a ella en la otra esquina de la calle Alfonso con el Coso la Sombrerería de Lamarque, con sendos sombreros en las esquinas como reclamo de su negocio, en uno de los edificios supervivientes de la calle del Trenque, antecesora en parte de la recta y más señorial calle de Alfonso I.

Una vez dejada atrás la óptica La Oriental nuestro viajero pasó por otro de los cafés de Zaragoza, el Gran Café de París, fundado en octubre de 1876 en los bajos del Palacio de los condes de Sástago, y que llegó a tener en sus jardines traseros un Skating-Ring, o pista de patinaje, en el que por dos pesetas se podía disfrutar del recinto, patines incluidos, aunque por poco tiempo debido al incendio que lo arrasó en diciembre de 1879.

Tras el de Sástago, se encontró con otro palacio, en este caso de los condes de Fuentes, familia a la que pertenecía otro de los insignes zaragozanos, Don Ramón de Pignatelli, benefactor del Canal Imperial de Aragón, que construyó a pesar de las opiniones que veían imposible su llegada a Zaragoza. Finalmente, en 1784 él mismo llegó a bordo de una barcaza y dos años después construyó la fuente de los Incrédulos, dedicada a aquellos que dudaban del éxito de la empresa, con la inscripción “INCREDULORUM CONVICTIONI ET VIATORUM COMMODO”.

Palacio de los Luna, de la Audiencia o de los condes de Morata, con los balcones eliminados en una reforma posterior. En los bajos del número 3 del Coso se ve el toldo de la sastrería El Non Plus Ultra. Ca. 1900. Colección Manuel Ordóñez
Palacio de los Luna, de la Audiencia o de los condes de Morata, con los balcones eliminados en una reforma posterior. En los bajos del número 3 del Coso se ve el toldo de la sastrería El Non Plus Ultra. Ca. 1900. Colección Manuel Ordóñez

Dejando a su izquierda el arco de San Roque, por el que se accedía a la antigua morería, vio ya el que era el destino final de su paseo, otro palacio y de otros condes, en este caso los de Morata, también conocido como Palacio de los Luna, construido en el siglo XVI, y que constituía el punto del que partían todas las numeraciones de las calles de Zaragoza, que empezaban por su parte más cercana a este palacio, ahora convertido en Audiencia del territorio.

Plantado frente a él, pudo observar su gran fachada, cuya base estaba compuesta por sillares tomados de la antigua muralla, con sendos balcones cubiertos en ambos extremos. En el centro, la puerta de acceso con arco de medio punto y flanqueada por dos gigantes, o salvajes, pretendidamente identificados con Hércules y Gerión y sobre el que se encuentra un friso que nos narra el triunfo de César. En el tímpano, Helios flanqueado por la Aurora y el Ocaso. Y absorto en sus pensamientos dejamos a nuestro viajero de 1900 tras habernos acompañado de la mano, desde un palacio del XVI, La Lonja, a otro del mismo siglo, la Audiencia, atravesando una buena parte de nuestra vieja ciudad.

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