“Promenade de Santa Engracia. Saragosse”, fuente de la Princesa o de Neptuno en la plaza de la Constitución, al fondo del paseo se intuye la puerta de Santa Engracia, ca. 1889. Léon et Lévy. Archivo Roger Viollet
“Promenade de Santa Engracia. Saragosse”, fuente de la Princesa o de Neptuno en la plaza de la Constitución, al fondo del paseo se intuye la puerta de Santa Engracia, ca. 1889. Léon et Lévy. Archivo Roger Viollet

Decíamos en la primera parte de la “microarquitectura viajera” que los cambios de ubicación de las estructuras ciudadanas no suelen producirse por capricho. La creciente circulación, las reformas, etc. suelen ser proclives a introducir modificaciones. Precisamente no es el caso de la pequeña arquitectura que nos ocupa. Sin embargo, no adelantemos acontecimientos.

Viajemos hasta el 11 de agosto de 1808 a la plaza de San Francisco (actual plaza de España). El ejército napoleónico bombardea y destroza el humilladero conocido como la Cruz del Coso, que desde el siglo XV recuerda a los mártires cesaraugustanos, con celebración anual incluida cada 3 de noviembre. Unos años más tarde, en 1825, en un intento de reconstrucción, se inician las obras de una sencilla cruz que ensalce a los que cayeron bajo la persecución romana, finalizándose en 1832. Su existencia fue brevísima, se suprimió tan solo tres años más tarde, quizá porque a pocos metros, desde 1833, le había salido una dura competidora, la fuente de la Princesa.  

Esta fuente surgió ante la necesidad de dotar a la ciudad de un lugar donde abastecer a la población de agua de boca. Paradójicamente la idea provenía de los tiempos del gobierno militar francés que, previsores ellos, mandaron esculpir en 1811 al alcañizano Tomás Llovet una estatua del dios Neptuno para presidir una monumental fontana. Una vez que los galos dijeron au revoir, la estatua pasó a algún almacén municipal.

Volvamos al verano de 1833. Isabel de Borbón, princesa de Asturias, es jurada como heredera de Fernando VII. En su honor se coloca la primera piedra de la fuente de la plaza de San Fernando (es la misma plaza, pero… conveniente cambio de nombre coincidente con el del rey). De ahí la denominación “fuente de la Princesa”, aunque prontamente se convierte en reina, a la tierna edad de casi tres años, por el fallecimiento de su padre. El abastecimiento de agua no llega hasta el 24 de julio de 1845. Surge la polémica ante la desaparición de la cruz y la presencia de la recuperada imagen del dios Neptuno. Para limar asperezas se coloca una placa lateral con la inscripción “La sangre derramada / Por religión y Patria en este sitio / De mártires sin cuento / La base riega de este monumento”. Con el tiempo, la plaza ya no es de san Francisco ni de san Fernando, pasa a ser de la Constitución.

Ahí estuvo cumpliendo su misión, hasta comienzos del siglo XX, cuando se consideró que no eran precisos sus servicios, ni siquiera ornamentales, otro monumento, a mártires y héroes, debía presidir tan importante lugar. El 18 de septiembre de 1902 fue desmontada para comenzar su periplo: primero a almacenes municipales, hasta que fue rescatada para su traslado en 1936 a un paraje tan extraño para una fuente como la arboleda de Macanaz, junto al embarcadero. Por fin, en 1945, sacó billete para viajar hasta el parque Primo de Rivera (José Antonio Labordeta), donde luce espléndida y espectacular.

“The old Exchange (1551) -la antigua Lonja- and Plaza de La Seo, Saragossa, Spain”, 1902. Con la ayuda de unos tubos alargados se conduce el agua que brota de la fuente de la Samaritana hasta el cántaro o el barril. Underwood & Underwood, Publishers
“The old Exchange (1551) -la antigua Lonja- and Plaza de La Seo, Saragossa, Spain”, 1902. Con la ayuda de unos tubos alargados se conduce el agua que brota de la fuente de la Samaritana hasta el cántaro o el barril. Underwood & Underwood, Publishers

En buena lógica el consistorio se percató que un solo punto de abastecimiento público donde los aguadores pudieran llenar sus cántaros y barriles de agua no era suficiente, por lo que se desarrolló un plan, inaugurado en octubre de 1862, dotando a la ciudad de seis fuentes ornamentales.

Una de ellas rápidamente paso a ser de las más populares, la ubicada en la plaza de La Seo. La escultura que la presidía era la primera pieza fundida en los talleres Averly, imponente con sus 2,10 metros de altura y sus 650 kg. De inspiración francesa, con un diseño muy de moda en los jardines parisinos, representa una ninfa clásica, con una túnica ceñida al cuerpo, un hombro descubierto, sosteniendo dos vasijas de las que fluye el agua. La población, no sabemos si espontáneamente o de modo inducido, la identificó con la evangélica samaritana del pozo de Siquem, y con ese nombre la conocemos hoy en día.

Como sucedía con los chorros que manaban de los delfines de la fuente de la Princesa (o Neptuno), el agua de los cántaros samaritanos obligaba a un auténtico ejercicio de equilibrio circense a quien quisiera abastecerse en ellos. Se solucionó el problema -obsérvese la fotografía- con unos tubos cuyos extremos comunicaban el caño con el recipiente. Para un uso que no fuera de boca siempre quedaba recoger el líquido directamente del pilón octogonal que conformaba la fuente.

En 1962 (¡increíble! un siglo sin moverse), tocó remodelación de la plaza catedralicia, nueva fuente ornamental y el consiguiente viaje de la Samaritana. Después de casi un año en paradero no confirmado, y tras intento fallido de reubicación en el barrio de Las Fuentes, el 28 de mayo de 1963 presidió su definitivo destino en la plaza del Justicia.

Quiosco de la Música delante del pabellón de Francia en la Exposición Hispano- Francesa, Huerta de Santa Engracia, 1908. Archivo fotográfico histórico del SIPA, AHPZ
Quiosco de la Música delante del pabellón de Francia en la Exposición Hispano- Francesa, Huerta de Santa Engracia, 1908. Archivo fotográfico histórico del SIPA, AHPZ

La estructura conocida como “quiosco de la Música” resulta ser un ejemplo sobresaliente del modernismo zaragozano, que por supuesto tampoco se libró de viajar por la capital. 

Fue realizado por los hermanos José y Manuel Martínez de Ubago Lizárraga para la exposición Hispano-Francesa de 1908, destinado por tanto al espacio de la Huerta de Santa Engracia (plaza de los Sitios) entre los diversos pabellones efímeros, con la finalidad, como es lógico, de celebrar conciertos. Su fábrica impresiona por la utilización de diversos materiales de construcción sabiamente combinados: piedra en la base octogonal de la estructura; hierro en las columnas y en las artísticas filigranas en “coup de fouet” y elementos vegetales; vidrio para la amplia marquesina ondulada; tejas de cerámica policromada en el cupulín elíptico que remata el quiosco. Un ejemplo único, no valorado suficientemente.

Tan solo cuatro años después, 1912, sucede su primer traslado con motivo de la ordenación urbana post exposición de la Huerta de Santa Engracia, a la parte central del paseo de la Independencia. Allí permaneció hasta 1927, para regresar a su ubicación original, pero con el nombre cambiado, de la plaza de Castelar. En 1968 la glorieta -para no perder la costumbre había cambiado su denominación, esta vez a plaza de José Antonio- sufre remodelación, con un proyecto que amplía la zona ajardinada y deja poco terreno al espectador de conciertos. Nuevo destino quiosquero, dirección parque Grande, entonces Primo de Rivera, ahora José Antonio Labordeta. Un poco apartado del centro, pero con espacio suficiente para lucirse como merece.

Fuente del Buen Pastor, Patio del Matadero Municipal, 1903. Colección Manuel Ordóñez
Fuente del Buen Pastor, Patio del Matadero Municipal, 1903. Colección Manuel Ordóñez

Volvemos a una estatua-fuente, en este caso simplemente ornamental, quizá la primera de su tipo en Zaragoza. Objeto del monumento: ser el elemento principal de la plaza central del nuevo matadero de la ciudad, sito en la zona de expansión capitalina de Montemolín, aunque previamente el espacio sirviera para albergar la Exposición Aragonesa de 1885-1886.

La estatua, realizada en piedra de Fonz, se encargó al afamado escultor Dionisio Lasuén. La temática de la misma era el Buen Pastor, paradójica representación en la puerta del matadero… Allí lució dignamente hasta que aconteció el cierre del macelo, en la década de 1970, con la seria amenaza de derribo del complejo. Así que la estatua ¡a viajar! a un sitio de postín, eso sí, al paseo de Marina Moreno (de la Constitución), más o menos por donde hoy está el memorial a las víctimas del Yak-42.

Allí permanecería aún si no fuera porque el 25 de junio de 2002 un par de ocurrentes personajes tuvieron la execrable idea de escalar la estatua, con el penoso desenlace de la escultura rota y uno de los asaltantes con el brazo en tan nefasto estado que hubo que amputárselo. Se decidió que la fuente volviera a su sitio original previa reparación de los destrozos – “el matadero” se había reconvertido, milagrosamente, en centro cívico-. Ante la fragilidad que mostraba el Buen Pastor, el escultor irlandés Frank Norton se encargó de realizar una copia en piedra de Juneda, que es la que podemos contemplar actualmente.

Monumento a los Caídos, plaza del Pilar, final de la década de 1950. Colección Manuel Ordóñez
Monumento a los Caídos, plaza del Pilar, final de la década de 1950. Colección Manuel Ordóñez

Muy posiblemente, implicaciones ideológicas aparte, el “monumento a los Caídos” sea el que permanece más en nuestra memoria en su ubicación original, por ser el último de los elementos viajeros.

No fue hasta 1941 cuando el alcalde Caballero propuso la realización de un gran monumento funerario en Zaragoza que “eternizara el recuerdo de nuestros mejores”, y su ubicación en la plaza del Pilar. Se presentaron varios proyectos, de difícil realización, ya sea por su complejidad, o por alto coste económico. Al final se eligió el diseñado por los arquitectos Ramiro Moya Blanco, Luis Moya Blanco, Enrique Huidobro Pardo y el escultor Manuel Laviada, que utilizaba básicamente el hormigón armado revestido con piedra de la Puebla, incluyendo varias estatuas con angelotes y dos esculturas ecuestres. Comenzó su construcción en 1946, pero no se terminó la estructura hasta 1954, obviándose al final los grupos escultóricos.

Desde su inauguración se empleaba particularmente los 20 de noviembre en un acto de amplia parafernalia falangista. Aunque he de confesar que los que por proximidad nos acercábamos con cierta asiduidad, ajenos a la seriedad del memorial, lo utilizábamos, cual si fuera un bastión de película de acción, escalando por las junturas de los sillares como ardillas para sorprender “a los enemigos de guardia”. Daba mucho más juego que una piscina de bolas.

En 1990, acometidas las reformas de la zona de los Juzgados, fuente de la Hispanidad incluida, se decidió trasladar el monumento, con un significado de “caídos” más amplio, simplificando alguno de sus elementos, al cementerio de Torrero.

Cenotafio de Francisco de Goya, Rincón de Goya, parque Primo de Rivera, 1929. Juan Mora Insa. Colección Manuel Ordóñez
Cenotafio de Francisco de Goya, Rincón de Goya, parque Primo de Rivera, 1929. Juan Mora Insa. Colección Manuel Ordóñez

Y para finalizar una microarquitectura viajera que quizá sorprenda. Primero porque estamos acostumbrados a verla en la plaza del Pilar, junto a la Lonja y a las broncíneas estatuas de los majos y majas; segundo porque ha llevado el proceso inverso, viajando desde el parque Grande hacia el centro urbano.

Francisco de Goya falleció el 16 de abril de 1828, en Burdeos. Un día después fue inhumado en la tumba de su consuegro Martín Miguel de Goicoechea en el cementerio de la Chartreuse de la capital aquitana. Con el devenir de los años se reclamaron los restos del pintor, para que descansaran en suelo patrio, yendo a parar a san Antonio de la Florida, en Madrid. El cenotafio -monumento funerario que no guarda en su interior restos del fallecido- fue entregado por la ciudad bordelesa a la zaragozana en 1928, así que pareció lo más conveniente su ubicación en el recién terminado “Rincón de Goya” en el entorno del Cabezo de Buenavista, joya racionalista de García Mercadal, de la que casi nada queda, por cierto.

En el parque Primo de Rivera permaneció el cenotafio hasta 1945, para viajar hasta la plaza del Pilar, junto a la Lonja de Mercaderes, para que siga sorprendiendo a propios y extraños con sus inscripciones “ICI FU INHUMÉ / LE 17 AVRIL 1828 / L’ILLUSTRE PEINTRE ESPAGNOL / FRANCISCO GOYA Y LUCIENTES / DONT LES CENDRES / ON ÉTÈ TRANSPORTÉES / LE 5 JUIN 1899”.

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