Arco de San Roque, de tipo escarzano, en la calle del Coso dando paso a la plaza de San Roque y calle de la Morería, ca. 1920. Archivo Ruiz Vernacci, IPCE, MCD
Arco de San Roque, de tipo escarzano, en la calle del Coso dando paso a la plaza de San Roque y calle de la Morería, ca. 1920. Archivo Ruiz Vernacci, IPCE, MCD

Personalmente cuando visito una población, desde la más “vaciada” hasta la más populosa, me encanta encontrarme con esos rincones fotogénicos que los convierten en algo especial. Se llevan premio lavaderos, puertas, arcos, pasajes, etc. precisamente algo de lo que en buena medida carecemos en nuestra ciudad.

Fijándonos en los arcos -entendiendo a estos desde el punto de vista arquitectónico como construcciones de forma curva que permiten el paso entre dos espacios, no pasajes- sólo podemos disfrutar de dos en la actualidad, aunque otros tres desaparecieron en la Postguerra. Había más, como el del Priorato de La Seo -calle Liñán con Don Juan de Aragón-, pero cayeron antes, sin dejar constancia gráfica.

El arco de San Roque cumplía la misión de comunicar el Coso Alto con la antigua Morería. Al otro lado la plaza de San Roque, la iglesia de Santo Tomás de Villanueva -la “Mantería”- y el colegio de las Madres Escolapias. Ya en el Coso, un poco más a la izquierda del arco, la casa nobiliaria del Conde de Fuentes, que también había sido de don Ramón Pignatelli.

Pero en 1942, víctima del “hay que abrir paso a la creciente circulación rodada”, “hay que modernizar el entorno”, arco y viviendas colindantes se convirtieron en enronas, para dar lugar a una coqueta plaza y a dos edificios de postín (el del antiguo Banco Aragón y el de la Adriática, considerado primer rascacielos ‘zaragozí’) con un coste económico insultante para la época.

Arco de los Cartujos, tipo ojival, calle de Bayeu, 1930. António Passaporte, archivo Loty, Ministerio de Cultura y Deporte. Fotografía de la izquierda tomada desde el cruce de Bayeu con Espoz y Mina; en la fotografía de la derecha, más avanzada la calle de Bayeu, entre los bolardos de piedra cruza perpendicular la calle de Santiago
Arco de los Cartujos, tipo ojival, calle de Bayeu, 1930. António Passaporte, archivo Loty, Ministerio de Cultura y Deporte. Fotografía de la izquierda tomada desde el cruce de Bayeu con Espoz y Mina; en la fotografía de la derecha, más avanzada la calle de Bayeu, entre los bolardos de piedra cruza perpendicular la calle de Santiago

Es preciso cierto ejercicio de orientación para ubicarse en el lugar concreto en el que el arco de los Cartujos confería a esta parte de la ciudad de un ambiente especial. Daba acceso al llamado, y muy poco conocido, barrio del Mesón del Obispo, del cual no queda absolutamente nada, tan solo el recuerdo y escasas imágenes. No será precisamente por su localización: gran parte de la plaza del Pilar actual, con el sector de la Delegación del Gobierno incluida.

Vamos a situarnos con la ayuda de las fotografías adjuntas. En la primera nos debemos asentar, tal como hizo el portugués Passaporte, en el cruce de la calle del guerrillero Espoz y Mina con el arranque de la calle del pintor Bayeu, observando la siguiente calle paralela (donde posan con la acostumbrada naturalidad unos paisanos con jumento incluido) que no es otra que la calle de Santiago, algo más estrecha que en la actualidad.

Acercando la visual, entre bolardos que impedían el paso a carros y tartanas, nos encontramos de nuevo con la calle del apóstol Santiago y más allá todo un barrio que en la década de 1940 pasó a la nada (siendo rigurosos, se convirtió en parte de una megaplaza). Continuaba la calle de Bayeu que al confluir con el colegio de las MM. Mercedarias (en 1872 se trasladaron de su sede en Don Juan de Aragón 16 a Bayeu 21, antiguo palacio Arzobispal de San Valero) giraba levemente (aproximadamente a la altura de lo que hoy es la puerta de la delegación gubernativa). En la redolada antiguas casonas y calles como Goicoechea, Latassa, Pilar… Todos habremos pasado virtualmente por este arco al salir de los porches de la Delegación de Gobierno cruzando la calle de Santiago.

Arco del Arzobispo, de tipología escarzana, desde la calle del Sepulcro, ca. 1930. António Passaporte, archivo Loty, Ministerio de Cultura y Deporte
Arco del Arzobispo, de tipología escarzana, desde la calle del Sepulcro, ca. 1930. António Passaporte, archivo Loty, Ministerio de Cultura y Deporte

Siempre es doloroso hablar de la desaparición, con alevosía y nocturnidad, del arco del Arzobispo (derribado sin misericordia en una sola noche, la del 2 de julio de 1969). Su peculiaridad, su historia, constatada documentalmente desde hace casi 450 años, o simplemente su situación, dando paso al  barrio más antiguo de Zaragoza, merecía su conservación y su valoración patrimonial.

Si bien se sospecha que pudo haber un precedente de arco bajomedieval, lo estrictamente comprobable comienza en 1585, según las Actas Capitulares de la Catedral Metropolitana de San Salvador en su Epifanía (La Seo ‘de toda la vida’), con la presencia de Felipe II (en aquel entonces, en Aragón, Felipe I) para asistir a la boda de su hija Catalina Micaela con el duque de Saboya. Evidentemente la elección de la capital del Reino de Aragón para un enlace de tal categoría no fue una casualidad, el segundo de los Austrias sería centralista, pero no tanto. Lo cierto es que con tal motivo la corte pasó una buena temporada en nuestra ciudad.

Aunque en sus territorios “nunca se ponía el Sol”, parece ser que le resultaba molesto el cierzo para trasladarse del Palacio Arzobispal -también Palacio Real ocasional para las visitas regias- a la catedral, por lo cual demandó la construcción de un arco o pasaje para asistir “(…) cuando quisiere a los divinos offiçios”. Raudo y veloz monseñor Andrés Santos mandó apañar el arco que, paradójicamente, no llevó el nombre de arco Real sino de arco del Arzobispo para siempre, quedando la creencia popular que era para su comodidad exclusiva.

Los documentos catedralicios nos lo vuelven aclarar: a petición del rey -exigencia- quedó restringido su uso a su persona, debiendo ser tapiado. De este modo el paso tan sólo se reabriría en caso de recibir una nueva visita del monarca o de otra persona de la Casa Real.

Tuvo una utilización más continuada entre 1669 y 1677, cuando Juan José de Austria, hijo ‘natural’ de Felipe IV y la actriz «la Calderona», fue Virrey de Aragón. Pero su aspecto definitivo, el que algunos conocimos “en vivo y en directo”, tuvo lugar merced a la remodelación neoclásica del palacio arzobispal, culminada en 1787, con proyecto del arquitecto José de Yarza, y encargo de monseñor Añoa del Busto, quien no llegó a verlo finalizado.

Arco del Deán, tipo ojival, desde la calle de Palafox/plazuela de San Bruno, a la derecha queda la puerta de San Bartolomé de la catedral de San Salvador, 1922. Julio Requejo, DARA, AHPZ
Arco del Deán, tipo ojival, desde la calle de Palafox/plazuela de San Bruno, a la derecha queda la puerta de San Bartolomé de la catedral de San Salvador, 1922. Julio Requejo, DARA, AHPZ

¡Por fin un arco  que permanece! Sin embargo contemplando la imagen tomada por Julio Requejo no parece el mismo que el que se ha convertido en el número uno de la lista de rincones con pedigrí más fotografiados de la ciudad. Cierto, está bastante remodelado, pero milagrosamente salvado de la ruina.

Comenzando por el principio conviene explicar que tuvo por nombre primero el de arco del Prior. Aclaremos que una catedral (o una colegiata) en tiempos medievales internamente funcionaba de modo similar a un monasterio: los clérigos hacían vida en común, oración varias veces al día en común, siguiendo una regla conventual en común, que solía ser la de san Agustín. Para ello necesitaban alguien que ejerciera de superior de la comunidad, dignidad eclesial que recayó en el prior. Unos dos siglos después este cargo pasó a denominarse deán.

Viajemos a 1293. La casa del prior Pascasio de Gormaz se encontraba aneja a la catedral en la plazuela de san Bruno. Adquiere una serie de viviendas justo en frente, y pide a los jurados de Zaragoza autorización para construir una cámara sobre la calle y unir ambos espacios, que es concedida. La gran transformación vino entre 1585-1587, en el priorazgo de Juan Antonio Romero, con una inversión considerable en el engrandecimiento de la vivienda hasta convertirla en todo un palacete, aunque poco después sufrió restructuración de sus ventanales para no ser tan públicos. Es básicamente la estructura que conocemos.

Bastante perjudicada en la guerra de la Independencia  y abandonada como residencia de los deanes en 1853, se convirtió en almacén de lanas, muebles, aulas escolares… hasta que en 1951 se declara en ruina. Pero esta vez hay final feliz: adquirida por la CAMPZAR en 1953 es totalmente rehabilitada y puesta a punto como un pincel.

Arco de San Ildefonso, de tipo de medio punto, desde la plazuela del mismo nombre, dando paso a la plaza de San Lamberto, 1925. Postal de Lucien Roisin, Barcelona, AMZ
Arco de San Ildefonso, de tipo de medio punto, desde la plazuela del mismo nombre, dando paso a la plaza de San Lamberto, 1925. Postal de Lucien Roisin, Barcelona, AMZ

Al parecer cuando la Orden de Predicadores (más conocidos como “dominicos”) levantó este enorme complejo conventual entre los años 1625-1695, fue necesario habilitar un acceso ‘al otro lado’, para lo cual se procedió a abrir este arco en la base de lo que iba a ser una de las torres de la iglesia, que en principio habían quedado inconclusas.

Viendo la fotografía, de hace prácticamente un siglo, da la sensación de que casi nada ha cambiado. Al otro lado del arco nos espera la plaza de San Lamberto, con las calles del Caballo y de las Doncellas. Al fondo viviendas pertenecientes al vial dedicado a Ramón y Cajal, cerca del convento de los Mínimos de la Victoria, Orden de San Francisco de Paula, hoy reconvertido en Museo del Fuego.

Pero las alteraciones que ha sufrido la zona han sido de gran calado, incluso esperpénticas en algún caso. Para empezar, del grandioso conjunto monástico sólo queda la majestuosa iglesia, que ni siquiera guarda su nombre original, San Ildefonso, cambiado en 1902 para albergar la desaparecida parroquia de Santiago el Mayor (sita hasta entonces en la calle Don Jaime). Desde entonces tan sólo trabajos de mantenimiento hasta 1964 cuando fue necesaria una reforma integral ante el precario estado del edificio. En 1982 se acomete el levantamiento de la torre correspondiente al arco, según proyecto de Fernando Chueca Goitia, diez años antes se había completado la otra.

De las calles de San Ildefonso, de la Biblioteca, Azoque (la de antes), plaza de Santángel, callejón del Serón… que conformaban el entorno tan sólo un vago recuerdo en la memoria de los zaragozanos sesenteros, época en la que se arrampló con toda la barriada en aras de la moderna avenida Imperial que debía desembocar en el puente de Santiago (llevándose por medio también el Mercado Central), dejando a cambio un mamotreto de edificio, estéticamente hablando, que se da de bofetadas virtuales con el barroco arco.

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