

Tras las lluvias torrenciales sufridas en Zaragoza el pasado 6 de julio que ocasionaron alarma en la población y no pocos daños materiales, desde nuestra Asociación Cultural Anteayer Fotográfico Zaragozano decidimos inspeccionar la zona afectada de la Z-30. Particularmente quisimos comprobar el estado de algunos lugares cercanos al Barranco de la Muerte que por su singularidad merecerían estar protegidos por patrimonio antes de que desaparezcan sin remisión. Nos estamos refiriendo a la Quinta Julieta. Lugar que supera los 125 años desde su apertura al público y que nos ha traído desolación y sorpresa a partes iguales, ya que estamos convencidos de que la tromba de agua sufrida ha deteriorado más si cabe este enclave único.
Tan solo unos días después del desastre natural más que previsible, nos adentramos en la finca al comprobar que se había producido el derrumbe de varias de sus tapias con el objetivo de documentar la situación actual de la gruta pintoresca que todavía se conserva de las dos que fueron construidas a finales del siglo XIX. De ella partía una cascada artificial que desembocaba en un estanque repleto de peces de colores. Un poco antes de la venta de la finca a los PP. Jesuitas en 1917 dejó de manar el agua que se desviaba desde el Canal Imperial de Aragón a través de unas canalizaciones, quedando la gruta a su suerte desde entonces sin que nadie se haya preocupado de su mantenimiento ni conservación.

Lo que no sabíamos es que nos íbamos a encontrar a uno de los dos leones que custodiaban el interior de la gruta de abajo, como la tradición oral había relatado en alguna ocasión, aunque jamás se había documentado tal afirmación, ni siquiera con fotografías, ya que no existe proyecto de la finca ni de los ornamentos que un día la conformaron. Hablamos de dos leones tallados en piedra bajo el más que probable diseño de Dionisio Lasuén Ferrer, a la postre, primo de Enrique Sagols y Ferrer, quien ya realizara varias fuentes ornamentales similares con posterioridad a esta gruta rodeada de piedras dentadas de gran exuberancia. Sabemos que tuvieron buena relación de parentesco y amistad llegando a estar domiciliado en la casa que Sagols poseía en la calle Ramón y Cajal nº 75 C, por desgracia también desaparecida y que contaba con una bellísima escalinata doble que albergaba en su interior una gruta romántica de la que manaba agua igualmente. Quién sabe si esta otra galería pudo realizarla también el escultor.

Como decimos, tras adentrarnos en la gruta y comprobar el lamentable estado de esta, tomamos fotografías desde diferentes ángulos hasta que pude percatarme de que estábamos ante uno de los leones guardantes-pasantes que había permanecido oculto a la vista de todos durante 126 años.
Hoy traemos para los lectores de Aragón Digital y para nuestros seguidores de Anteayer Fotográfico Zaragozano, unas vistas completamente inéditas de un lugar mítico, recordado y aclamado por muchas personas que todavía recuerdan haber escuchado historias a sus abuelos y bisabuelos sobre los paseos en góndola hasta la Quinta Julieta desde la acequia de Ontonar, en la playa de Torrero. Un lugar que merece ser conservado y rehabilitado por su belleza y singularidad.

El 13 de agosto de 2020 publicaba en nuestra página oficial de Anteayer Fotográfico Zaragozano este artículo en el que se hace referencia a uno de los lugares de recreo más singulares que ha tenido Zaragoza. Recuperamos estas líneas para poner en situación a los lectores del mágico enclave prácticamente desaparecido tras su transformación por los PP. Jesuitas en un lugar de descanso, rezo y ejercicios espirituales en diferentes décadas, desde su compra en 1917 hasta prácticamente la actualidad. Un lugar que ha perdido su significado y prácticamente todo su patrimonio ornamental y paisajístico.
La exuberancia y la belleza de la Quinta Julieta no cabían en un solo día. Refugio de paseantes, escritores y eruditos de renombre como Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán, fue un lugar retratado en imágenes e impreso en letras tan importantes como las de Ramón J. Sender en Crónica del Alba, donde relata parte de su adolescencia real e imaginaria al lado de su adorada Valentina, novia a quien recordó siempre con verdadera devoción.

El propietario de la quinta, Enrique Sagols y Ferrer fue mecánico ingeniero, agrimensor, perito tasador de tierras, fabricante de abonos, director industrial, inventor, suscriptor de patentes y político, entre otros quehaceres. Compraría en 1889 la primera finca de las dos que formarían la propiedad llamada la Quinta Julieta. Estas se encontraban en el barrio de la Cartuja Baja y partida de Miraflores, entre el Canal Imperial de Aragón, la acequia de Ontonar y el antiguo camino del Plano, muy cerca del Barranco de la Muerte en el número 96 duplicado. Un año más tarde, adquiriría una segunda finca. En 1891 obtendría la concesión como colonia agrícola, ocasionándole beneficios y exenciones fiscales tal y como estipulaba la Ley de Colonias Agrícolas y Población Rural de 3 de febrero de 1868 empujándole a seguir invirtiendo en belleza y modernidad, creando un lugar para el ensayo y error de sus abonos o la cría de peces en cautividad, pero sobre todo, allí desarrollaría toda suerte de ocupaciones que le llevarían a un reconocimiento por su trabajo como agrimensor, apicultor, proveedor de espacios de ocio y esparcimiento para la ciudad, incluyendo un coqueto comedor, plaza de toros, bellos parterres, pagodas orientales para el aseo público, animales exóticos, cascadas artificiales de agua y lagos rodeados de naturaleza.

Apenas un año más tarde, en 1892, Sagols unía un campo ubicado en el Llano de la Cartuja que daría el aspecto definitivo a la finca, en cuanto a dimensiones se refiere.
La belleza y la exuberancia siempre formaron parte de la vida de Enrique Sagols y Ferrer, cuyo amor le llevó a crear prácticamente de la nada, en un terreno yermo y abrupto, uno de los lugares más hermosos que ha tenido Zaragoza. Lo denominó Quinta Julieta en honor a su esposa, doña Julia Rodrigo Coutens.
Tras unos primeros años de duro trabajo y adecuación de los terrenos en los que plantó decenas de especies arbóreas, cada una de mayor encanto y riqueza ornamental, se llegó al deseado ambiente en 1897, momento en el que abriría sus puertas al público hasta su venta en 1917 a la Instrucción Católica, tal y como se recoge en la escritura de compra-venta, Registro de la propiedad nº 5, finca nº 12256, asiento pp. 126-129. En la práctica, la finca quedaría en manos de la Compañía de Jesús, y posteriormente, sería cedida al horticultor Alejandro Benedicto en tiempos de la II República española para evitar su expropiación hasta su posterior recuperación en los años 40, no sin antes pelear en un juzgado.
Pero volvamos a sus inicios…
Se trataba de un emplazamiento paradisíaco donde la burguesía más acaudalada de la ciudad gustaba pasar sus días de asueto, y donde las reuniones, los banquetes y los paseos a la sombra de una sombrilla de encaje y seda fueron el pan nuestro de cada día en la sociedad zaragozana de Basilio Paraíso, amigo personal de Sagols; Benito Pérez Galdós, Ramón J. Sender, o Alfonso Shelly Correa, Administrador de Hacienda y cuyo puesto de Secretario del Tribunal Gubernativo le trajo a tierras zaragozanas en 1902, quien sería obsequiado con un banquete en esa misma quinta dos años más tarde con un curioso y no menos divertido menú.
Algunos ilustres que nos visitaron como Emilia Pardo Bazán en 1899 también disfrutaron de las sombras de los árboles frutales de la finca y sus expresivas veredas.

Enrique Sagols fue un hombre emprendedor, muy conocido y respetado además de generador de muchas simpatías, de ahí que siempre anduviera metido en infinidad de actividades con repercusión en la ciudad. No debemos olvidar que la incursión de Enrique Sagols en Zaragoza como empresario ya venía de lejos, y aunque en este modesto artículo no vamos a recrearnos en todas las patentes, premios a los que se presentó, incluidos los poéticos, y ganó o ferias en las que participó, sí vamos a mencionar que en la fantástica Quinta Julieta se desarrolló el primer Certamen Nacional de Tiro de nuestro país con excelente resultado de participación y público en 1900. Así lo recogió “la Ilustración Española y Americana” el 30 de octubre con profusa información en el interior y unos bonitos dibujos que daban cuenta además de su generosidad al ceder su torre completamente gratis para el desarrollo de la citada actividad.
Sus inquietudes se ampliarían con posterioridad presentándose como candidato neutro en las elecciones municipales junto al ilustre Basilio Paraíso, amigo y mentor suyo en el distrito de Azoque por la candidatura republicana. Corría el año 1909. Y es que el bullicioso Sagols no desperdiciaba oportunidad para promocionar las bondades de lo suyo y cualquier cosa que tuviera que ver con la ciudad, de modo que, en 1915 ya tenía en marcha una placita de toros dentro del recinto de la quinta que cedería para las fiestas del Pilar de ese año, con certámenes infantiles incluidos.
Por desgracia, tanto las colmenas como el palomar, las pesqueras, los puentes de madera, lagos o los mencionados senderos repletos de parras y árboles frutales, se fueron perdiendo poco a poco por la desidia, la guerra civil con su posguerra y sus estraperlos, y claro está, los cambios de rumbo que tomó la finca con los ejercicios espirituales de los jesuitas desvirtuando por completo la idea original de Sagols, llegando finalmente a las obras de circunvalación de la Ronda Hispanidad en 2002 que hicieron desaparecer la parte baja de la quinta y la destrucción del “castillo”, edificio principal del lugar, en 2004 por falta de uso y ruina, entre otras construcciones.

En poquísimas ocasiones podemos disfrutar de fotografías tan reveladoras que nos devuelven al esplendor de un lugar con un grandísimo valor paisajístico, a juzgar por los senderos y enclaves románticos y pintorescos que se mencionan de manera constante en la prensa de la época.
Enrique Sagols y Ferrer vendería La Quinta Julieta para trasladarse a San Sebastián, donde había adquirido y erigido unos años antes otra finca singular en un lugar privilegiado y casi virgen en el Monte Igueldo junto a su fiel esposa, Julieta, con quien finalizó sus días en 1921, fecha de su fallecimiento. Cuando los jesuitas adquieren la finca, deja de llamarse así para ser renombrada como “Casa de Ejercicios Espirituales de la Compañía de Jesús en la Quinta del Salvador”, aunque en la práctica nadie la conocía con ese nombre. Hasta nosotros ha llegado el legendario nombre de la Quinta Julieta. Lugar donde se dieron cita eventos de todo tipo que causaron sensación en la época, desde celebraciones particulares en sus rústicos comedores hasta certámenes nacionales de tiro, pasando por representaciones taurinas y hasta algún intento de suicidio.

La belleza de las fotografías tomadas en la finca de recreo nos acercan a un lugar paradisíaco en las orillas del Canal Imperial de Aragón gracias al esfuerzo y dedicación de don Enrique Sagols quien supo crear de la nada un enclave único rodeado de belleza ornamental y buen gusto.
Estas imágenes viajaron a Méjico con el hijo de don Leonardo, el cineasta Luis Buñuel en su exilio, y por decisión de su madre, María Portolés Cerezuela, para que tuviera un recuerdo de su familia fuera de España. Como decimos, este enclave, refugio de la burguesía tanto en primavera como en verano, ofrecía no pocas distracciones al visitante, permitiendo que se recrease con todo tipo de eventos.

El 5 de febrero de 1895, Enrique Sagols y Ferrer, propietario de la legendaria Quinta Julieta solicitó a la Junta del Canal la autorización para el servicio público de lancha, desde la playa de Torrero al Cabezo Cortado y Barranco de la Muerte. En la misma fecha, dos años más tarde (1897), siendo consciente Sagols de que en el varadero de Torrero existía una embarcación de 8 metros de largo con un cisne en la proa sin uso, solicitó que se le concediera para dar servicio hasta su finca. De este modo, el empresario ofrecía una excursión idílica hasta la misma, surcando el canal en una embarcación llamada la Santa Cecilia.
Tras las pertinentes reparaciones de la lancha, esta quedaba perfectamente lista para la navegación el 2 de abril de 1897. La Santa Cecilia recorría el canal mediante la guía de un hombre amarrada a la caballería, esta se desplazaba por el camino de sirga en el canal orillando la barca hasta su destino.

Aquellos paseos no fueron los únicos que Enrique Sagols y Ferrer ofreció a los audaces excursionistas que se acercaban a su granja agrícola y finca de recreo, sino que además de la onírica Santa Cecilia, solicitó el 3 de agosto de 1897 autorización para realizar el servicio del viaje en coche desde la playa de Torrero hasta el Barranco de la Muerte, en los días en los que la climatología o falta de agua en el canal impidiera el uso de la lancha, siendo Sagols el responsable en caso de accidente y con la prohibición expresa de circular hasta tres días más tarde de haber llovido. En las imágenes podemos ver unas vistas tomadas por un excursionista francés que disfrutó del frescor del canal y sus aguas mansas en 1898. Al fondo los desaparecidos edificios del granero y la casa para la aduana, justo detrás de la acequia de Ontonar de donde partía la góndola.

