Días de lluvia

Aquellos días en los que te levantas con la habitación en penumbra porque aún no ha salido el Sol. Miras por la ventana de tu cuarto y ves todo chorreando. Sientes frío a la vez que piensas “vaya día me espera”. Te lavas la cara con agua helada. Mientras, estás pensando en qué ponerte, que la ropa que tenías destinada para hoy ya no te vale. Calentándose el café en el microondas suspiras, miras al horizonte en busca de nubes para predecir el día que te espera.

La radio no se escucha nítida, suenan interferencias. Te entra prisa. Sales a la calle y está lloviendo. Otras personas corren bajo portales con periódicos o panfletos publicitarios en la cabeza. Coges el coche y todo son atascos, pitidos, desesperación… Justo antes de entrar en la oficina sacas el móvil para mirar la hora, “llego tres minutos tarde y encima tengo la ropa mojada”. Angustiado, bajas el pomo de la puerta y dices ¡Buenos días!

Comienzas tu trabajo mientras que tu cabeza te bombardea con la idea de “quiero un cigarro”. Aprovechas al primer compañero que lo hace, para invitarle a un cigarrillo y simplemente preguntarle “¿cuántos litros han caído?” Tu cabeza necesita paz.

Ir a recoger a los niños al cole con el coche es una auténtica odisea. Ya en casa empieza a haber algo de calma. Todos colocan la ropa mojada cerca del brasero para que se vaya secando.

Por la tarde remueves el café con la cuchara de forma pausada. Te sientes melancólico, recuerdas aquellos días de lluvia en los que te sentiste triste por la añoranza de no poder realizar lo que te apetecía.

Miras tu propio hogar y las pisadas de suciedad que se han hecho a lo largo del día, pero aún llueve. “¿Limpio ya, o espero a que escampe?” Haces sopa caliente para cenar y estar con tu familia bajo el calor del brasero de la mesa del salón. Al final te acuestas, y cierras los ojos para soñar a ver si es verdad eso de que “Tras la tormenta, viene la calma”.

Fran Salcedo