Soy feo, bajo y gafudo

Los espartanos cultivaban la costumbre de arrojar desde la cima del monte Taigeto a las personas nacidas con alguna discapacidad. La saludable finalidad era evitar que su hermosa y próspera civilización fuese deslucida por la presencia de individuos con diversidad.

Hace ya varias décadas que en España comenzaron a generalizarse los programas de integración de los chicos y chicas que, hasta aquel momento, eran excluidos de los contextos educativos y sociales ordinarios. Uno de los principales objetivos era conseguir su tolerancia presencial. La ciudadanía, sobre todo la adulta, no estaba todavía acostumbrada a convivir con personas afectadas con síndrome de Down, autismo o parálisis cerebral sin tropezar con cierta condescendencia caritativa, incomodidad e, incluso, cierta dosis de rechazo.

Por fortuna, el tiempo y la constancia lograron conmutar aquellos anquilosados esquemas y hoy, lo que era excepción, se convirtió en algo cotidiano, inapelable y éticamente legítimo.

Sin embargo, de repente, surge Greta Thumberg. Con estupor y tristeza contemplo el ignominioso espectáculo de la ejecución pública que desde muchas y sesudas tribunas se perpetra contra esta joven. Obviamente, podemos concordar o no con sus ideas e incluso rebatir sus tesis, pero reprobarla o desmerecerla específicamente por su aspecto físico, por su vestimenta o por padecer síndrome de Asperger me aflige como persona, me abate como profesional y me descorazona como ciudadano.

Visto lo visto, puede que sea el momento de retroceder siglos, volver a trepar a los acantilados del Taigeto y despeñar desde allí a todos los maricones, los cojos, los mongólicos, los sudacas, los negros, los gitanos, los ciegos, los travestis, los gordos, las marimachos…

De forma pública declaro mi más firme y lúcida determinación de que voluntariamente deseo ser incluido en el lote de los imperfectos. No ambiciono, en absoluto, formar parte de una flamante y segregacionista élite de auto-elegidos. Aunque yo tampoco lo merezco: soy feo, bajo y gafudo.

Olegario Sampedro López