Recientemente, un famoso economista español decía en un acto público que nuestro país “es un país de chorizos”, y lo comparaba con otros países europeos del Norte, en los que, ni de lejos, había tantos casos de corrupción como los que sufrimos en España. La mayoría son conocidos de todos y otros permanecen en la sombra, pero no de la cárcel, sino ocultos en los cajones de los espachos oficiales de las instituciones.
Todos sabemos que en el lenguaje coloquial, un “chorizo” es una persona que es amiga de lo ajeno, que mete la mano en la caja, que roba al eraio público o a la empresa privada; es decir, una persona que es adicta al dinero y carece de escrúpulos para conseguirlo del modo que pueda, mintiendo, engañando, timando o estafando a otros o a la ciudadanía en general.
Esto es así porque esa clase de personas han apostado en su vida por el dinero como el fin más importante de sus actos, y han decidido olvidarse de Dios, sabiendo o no, lo que nos dijo a todos los hombres Jesucristo en el Evangelio, “no se puede servir a dos señores, hay que elegir a Dios o al dinero” y eso es lo que hacemos todos, tomar una u otra alternativa con nuestros proyectos y decisiones.
Y esto ocurre tanto a las persons cultas e inteligentes como a las menos cultas e ignorantes; todos sabemos “meter la mano en la caja”, unos lo hacen refinadamente, cultamente, y otros lo hacen burdamente, groseramente, sin refinamientos, asaltando a quien se pone a tiro, para hacerse con el botín de sus pertenencias y ahorros, incluso con violencia.
Lo malo es que ambos tipos de personas en España abundan demasiado. Además, si tienen el poder de ostentar cargos públicos, es ingenuo y utópico pensar que se van a preocupar de servir a los ciudadanos con sus decisiones, en el ejercicio de sus funciones, antes al contrario, lo que les importa es su propio beneficio y su propio bienestar, y a los demás, que les den… morcilla.
También existe otra clase de personas que quieren “hacer carrera” de su profesión para conseguir ganar más dinero, estar mejor considerado y gozar de un mayor bienestar, a costa de faltar a la justicia en el ejercicio de su cargo. Estos pueden asimilarse a los anteriores por su deshonestidad manifiesta.
Ocurre igualmente que los corruptos, los chorizos, al ser demasiados, forman una casta y se ayudan unos a otros a conseguir sus fines, lo que les hace muy peligrosos y difíciles de denunciar ante la justicia porque además, mienten, calumnian, amenazan, injurian y están dispuestos a hacer lo que haga falta para defender sus posiciones y los beneficios que han conseguido y siguen consiguiendo.
¿Llegará algún día en que esta situación cambie y descienda abundantemente el número de corruptos? Pues lo veo difícil, aunque no imposible. Entonces, ¿qué podemos hacer los que no nos gusta robar ni tampoco nos gusta que nos roben, ni queremos hacer carrera? Pues yo diría que hay dos cosas que podemos hacer; por un lado protestar, exigir, desenmascarar, a los chorizos y, por otro, rezar a Dios para que se conviertan en personas razonables y decentes; es decir, en personas honradas que han decidido buscar no sólo su propio interés, sino también el de los demás. Y una tercera cosa también podemos hacer: tener paciencia y esperar que esto se consiga… o no.
Así que examinémonos cada uno y no caigamos en el tópico del “buen pueblo” porque los corruptos, y los chorizos están en todas partes, arriba, en medio y abajo, a la izquierda y a la derecha, delante y detrás, estamos rodeados y con difícil escapatoria.
Roberto Grao.
Foro Independiente de Opinión (http://foroin.wordpress.com)