Hasta ahora, los charlatanes

Hasta ahora, los charlatanes no habían tenido más objetivo que hablar y hablar para lanzar al aire solo palabras sin fin, pero no solían meterse en jardines de flores especializados, ni mucho menos aspiraban a guiar los destinos de nadie. En la actualidad sí lo hacen, pontificando presuntuosamente sobre lo que no saben e insistiendo en ejercer como grandes timoneles de navíos, pero sin el titulín sacado.

En estos tiempos tan crepusculares, toda opinión es digna de tenerse en cuenta, aunque se trate de una genuina mamarrachada. Oponer a ese principio que nunca son iguales los pareceres que se sostienen, sino que dependen de lo que se defienda, constituye un severo desafío al pueril ambiente relativista inoculado en nuestra sociedad, ya reconvertido en neto nihilismo, en el que vale lo mismo quien razona con corrección que el que no para de exponer desvaríos necios, aunque los haya tomado prestados del último guasap que ha recibido o de la enésima noticia falsa que le han colocado.

Digámoslo alto y claro: hay personas con criterio y auténticos necios a los que el diccionario permite llamar mastuerzos, por no emplear un sinónimo malsonante. Y lo que unos y otros mantienen no puede gozar de idéntico tratamiento, por más que debamos al prójimo una mínima consideración por imperativo moral. El melón dice y hace melonadas. Y el que no lo es suele callar cuando no sabe de algo y sobre todo trata de guardar celosamente su ignorancia a oídos ajenos.

Que tengan que escribirse evidencias tan elementales a estas alturas de la película, resulta sencillamente hilarante. Y que los protagonistas de las majaderías sean los que mandan o esas legiones de sabiondos superficiales que se las dan de enterados, es de aurora boreal. ¡Qué país, Miquelarena, qué país!

Jesús D. Mez Madrid