A la espera del inevitable paripé de divorcio preelectoral de las actuales coaliciones de gobierno, tal vez deberíamos hacer otro esfuerzo por buscar alguna solución definitiva a la cuestión nacionalista.

Y es que ya estamos cansados de una clase política que propicia el enfrentamiento entre nosotros para terminar descafeinando provisionalmente su idea de nación a cambio de fondos que poder “gestionar” por un lado y permanencia en sillones por otro.

Supongo que, como humanos que somos, todos tenemos un cierto margen para opinar y reaccionar imprudentemente, pero en este tema debemos de tener cuidado porque nuestro margen ya se lo ha comido el interés de nuestros políticos, por lo que no nos queda mas remedio a todos que hacer un esfuerzo de empatía y sensatez.

Si a nivel nacional el tema lleva siglos enquistado, tal vez deberíamos de desaprender nuestras opiniones, para reconstruirlas subiendo a nivel Europeo para coger perspectiva.
No es bueno para la construcción europea, el que aumente el fraccionamiento territorial por razones obvias de gestión, por que eso incrementa su debilidad y por que va contra el espíritu con el que se forjó la Unión. Pero por otro lado, tampoco se puede obligar a una región a que forme parte de un país en contra de su voluntad.

En mi opinión la solución radica en dar una de cal y otra de arena. Por una parte no oponerse a la voluntad de la población de determinadas zonas de Europa de tener un referéndum de autodeterminación y por otra desincentivar las voluntades secesionistas de forma lo suficientemente contundente como para garantizar la viabilidad europea.

La clave está en que los independentistas, sobretodo los políticos, estén absolutamente convencidos de que la independencia les va a resultar mucho menos rentable para sus bolsillos que la unidad, como mínimo los próximos cincuenta años. Y la formula de cómo materializar esto debería quedar en manos de la Unión Europea a modo de condición “sine qua non” para seguir perteneciendo a ella en caso de emancipación. Un alto precio para las aspiraciones independentistas, pero no tal alto como el que tuvieron que pagar con su propia sangre nuestros antepasados, defendiendo una soberanía que en nuestro actual contexto europeo y mundial ya ha quedado condicionada y diluida.

Miguel A. Castro

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