El sábado 16 de julio entré con mi acompañante en el interior de un nuevo comercio de alimentación que lleva funcionando unos pocos meses. Se encuentra justo enfrente de una de las paradas del tranvía del Mercado Central. Entramos sobre las 22.20 horas y vi a la vigilante del lugar echando una buena reprimenda a un tipo que había robado una lata de cerveza. Repito, una lata de cerveza. Es increíble hasta qué punto hay personas que no les dan más luces porque viven en su cerrada oscuridad. La empleada de seguridad le indicó que debía pagarla sí o sí porque la había abierto.

El espabilado tipo respondió que no le importaba pagar. Pero refunfuñó porque no quería ponerse en la cola de los clientes que estaba a tope, como todos los días.

Luego, irónicamente, respondió que no llevaba dinero. Así que no podía pagarla. Entonces la persona de seguridad le respondió enfadada si la estaba vacilando y que si no pagaba la lata llamaría a la Policía.

El tipo respondió que si por una lata iba a llamar a la Policía: «Vaya tontería». A pesar de parecer una situación absurda, porque hace falta ser tonto y medio complicarse la vida por robar una lata pequeña de cerveza, esta indeseada situación podría complicarse si el tipo no accedía al consejo obligado de la vigilante de seguridad y podría acabar este conflicto en una reacción violenta. Finalmente, al observar que todo seguía igual de encallado, decidí comprar en la tienda y pagar. Y mientras esperaba en la cola para pagar, seguía la acalorada discusión. Especialmente porque el tipo intentó escapar, empujando a la profesional que recibió apoyo de varios empleados repartidores del comercio.

Esto parece una mera anécdota. Pero no es sólo la historia del robo de la lata, sino la de miles y miles de productos que se roban a todas horas en este país de impunidad. Ya que quien lo hace no sólo se ríe en tu cara, sino que la ley de este país también lo hace.

Esto me recuerda a un tipo que estaba dentro de un probador de ropa. Y observé de reojo cómo se lo metía en el interior de su chaqueta. La dueña también lo pilló. Y cuando lo sacó con enfado del probador, observó que tenía dentro de la chaqueta unos bolsillos bien grandes para camuflar lo que pretendía robar.

Te aseguro que mucha ropa entraba en esos ocultos huecos. Demasiada. La vendedora le obligó a pagar todo lo robado o llamaría a la Policía. Yo me quedé también por si le pasaba algo a la empleada. Y al final vino la policía y me fui. O aquella vez que veía en otro comercio grande de alimentación y ropa básica cómo algún cliente se cambiaba sus viejos y mugrientos zapatos por unos nuevos y más cómodos, además eran bien bonitos y de calidad. Tuvieron mucha suerte de no ser pillados, los zapatos no tenían la típica bolsita azul que los delataría. O aquellas personas que beben a morro de las botellas grandes de refresco y luego la vuelven a dejar en su sitio. Cuando veo esas guarradas, aviso a los empleados para que las retiren. Paso de echar bronca al guarro o guarra o a otro tipo de personajes. No lo hago por miedo, sino por prudencia. Ya sabemos cómo acaban en este país los héroes. Una bonita entrevista en pleno directo y perdiendo un ojo horas antes. Y sin recibir apoyo del Estado. Quien dice un ojo, cualquier otra parte de tu cuerpo. Y así, una y otra vez, este tipo de burdas situaciones pululan con total libertad e impunidad. No sólo en esta ciudad.

Por ejemplo, estando de visita por las ramblas de Barcelona, una gran alcaldesa han tenido, jandemor; he observado con curiosidad cómo roban con ilusión las carteras a los turistas. Y a pesar de ser pillados se ríen como jovenzuelas y abandonan el lugar con suma tranquilidad. Todo esto es normal, gracias a la linda pasividad de la justicia.

Si te roban un coche valorado en unos 12.000 euros se considera delito. Pero si te roban la casa donde tú vives y es del mismo precio le llaman okupación por necesidad. Por lo que no es delito. Ves cómo venden en la calle pequeños menudeos de lo que todos conocemos en obligado silencio. Se supone que es delito, pero ahí siguen. Como anécdota me saludan a veces, si paso por sus calles, diciéndome, ¿qué tal primo? Mejor eso de ser su primo y reírte unos segundos con ellos. Hoy en día, el arte de la diplomacia te salva el culo al caminar por ciertas calles.

En este país te clavan un cuchillo en el corazón y si tienes suerte de seguir respirando es intento de asesinato. Sin embargo, te atropellan con un coche y te chafan el corazón. No es delito porque el que lo hizo iba drogado o borracho. Y luego nos dicen que tenemos que colaborar como ciudadanos frente a estos delitos. Y una m. De hacerlo, me veo sin un ojo, sin piernas y sin corazón.

Y sinceramente nos haría falta en esta ciudad un Robocop, no colaboraciones ciudadanas que caen en saco roto, sus apoyos a la seguridad. Gracias a la justicia que, en ocasiones, está abandonada de la mano de Dios.

Jorge Juan Bautista

LO MÁS VISTO

TE PUEDE INTERESAR