Yo vivo en el casco viejo. El barrio más antiguo y variopinto, en cuanto a convivencia de multiculturalidad y razas variadas de la ciudad. Y como en todas las ciudades de España y del mundo, quien viene de fuera como visitante o turista, le suele gustar mucho, visitar las zonas viejas o antiguas que le aportan curiosidad o simple conocimiento arquitectónica o la propia singular idiosincrasia de barrios como este.

A mí, especialmente lo que más me atrae la atención el asombro cada día, en cuanto salgo de mi casa, vivo en calle San Pablo, es ver siempre a un tipo con su espalda doblada y herramienta en mano, trasteando y arreglando alguna bicicleta vieja o nueva. El estado de la misma es lo menos importante, sino sacar un simple gracias por su esfuerzo realizado.

Lo realiza frente a un pequeño local y de forma desinteresada. Para mí, es un acto humanitario y de gran respeto, ya que no sólo arregla cualquier parte de una bicicleta, sino que favorece su movilidad a personas que carecen de algún recurso económico; sean españoles, arabes, caucásicos, payos, blancos, gitanos, africanos, niños, jubilados, jóvenes…. a todos los que viven en el barrio y le piden el favor.

Sinceramente, siempre que lo veo me crea una agradable curiosidad de ver a este tipo de personas invertir su tiempo en los demás, sin recibir nada a cambio, ni siquiera dinero ni regalos, nada de nada.

Ángel, que es su nombre, sigue haciendo lo mejor que saber hacer, repartir aprecio y cariño, arreglando bicicletas de gente extraña a cambio de nada. Quizás recibe un poco de socialización o cariño por parte de los del barrio. Alguna vez, le dan un euro para un vínico. (Risas). No llega ni para la uva.

Yo le digo a la persona que le está arreglando la bici: «Regálale unas buenas madalenas. Pero que sean de chocolate, que las baratas no me gustan. Son de sabor muy simple». Y nos echamos unas risas.

En otras ocasiones le pico a Ángel, diciéndole: «El alcalde o alcaldesa debería reconocer tu labor altruista. Y hacerte una estatua de latón, que es más barato que el cobre, en la plaza San Pablo». Y se ríe. Le operaron hace poco.

Y a pesar de tener algún que otro dolor o dar muestras de cansancio, sigue arreglando a los del barrio, cualquier tipo de bicicleta. Incluso a mí me ha dejado su viejo y potente taladro. El mío es un asco. Y no pone ningún impedimento. También me regaló varios tornillos o un rollo de cinta aislante.

Yo por mi parte me duele ser un aprovechado y le doy alguna herramienta que no utilizo en casa. Y si el día de mañana me hace falta, la compró. O me espero cuando tenga plata o latón más bien. (Risas). Os aseguro que es un buen tipo. Y ya sabéis, si algún día pasáis por la calle San Pablo y veis un jubilado sudando y doblado, arreglando alguna bicicleta de forma desinteresada, le regaláis algún paquete de madalenas de chocolate. De esas grandes que llevan azúcar por encima. Seguro que le gustarán. Y alguna me caerá.

Jorge Juan Bautista

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