La hostelería ha tenido que reinventarse continuamente en los últimos meses

Los hábitos de todos los aragoneses han cambiado. El toque de queda impuesto por el Gobierno de Aragón desde principio de año debido al extremo ascenso de casos por coronavirus ha desperezado el ocio matutino. Desde primera hora, se puede apreciar cómo las calles de la ciudad comienzan a llenarse de vida y la hostelería, posiblemente el negocio que más ha tenido que reinventarse en los últimos meses, ofrece una alternativa saludable.

En la Plaza San Miguel, el ruido de sillas a las 11.15 horas de la mañana ya es constante. Tan solo quedan unos minutos para que finalice la misa en la Parroquia de San Miguel de los Navarros y los feligreses, entre tímidos saludos, se despiden barruntando si tomar algo antes de volver a casa. Casa Vicente, La Tostería, La Rekonquista, Marieta Gastrobar, Cheers o Retama lo disponen todo entre distancias de seguridad. La Fartalla, el protagonista de este domingo, espera una buena jornada.

“La situación es complicada, hay gente que no se adapta a las restricciones de cuatro personas pero es nuestra obligación que se cumpla”, indica el encargado Pascual Aznar. Desde 1987, La Fartalla ha atendido a los vecinos del barrio, ahora los fines de semana se han convertido en su particular agosto, aunque enero y febrero han sido siempre “meses muy duros”, valoran. “Aguantaremos lo que podamos”, asegura Aznar, a la vez que lamenta que “no vale con las ayudas dadas hasta ahora”.

La Fartalla prepara su terraza

Unas calles más arriba, entre acacias, álamos y parques infantiles, la Plaza de los Sitios es un enclave seductor para disfrutar del vermut. Desde el inicio de la pandemia, los amplios espacios y terrazas han convencido a la mayoría de zaragozanos que han apostado por estos entornos seguros. Bocachica, Garbo, Candolias… El Monumental, con clientela fija desde hace unos años, está ganando enteros.

“Algunos se empeñan en juntarse cinco o seis, pero saben que están obligados. No hemos tenido problemas por el momento”, valora el gerente Joaquín Pinardel. Sus 18 años en el mundo de la hostelería le avalan y afirma que “nunca había visto disfrutar tanto de la tarde”. Algo más optimista, sus expectativas son buenas “si el Gobierno no aprieta”. “Las tres o cuatro horas que nos han quitado, se aprovechan antes igual”, apunta Pinardel.

La terraza del Monumental abriga a sus clientes

El Centro

Conforme las calles se estrechan, se pone un nudo en la garganta. La vida de la ciudad poco a poco se apaga en El Casco y El Tubo, antes punto de reunión de numerosos vecinos. “Se traspasa”, “Cerrado por negligencia política”, señalan algunos carteles donde las telarañas en las verjas empiezan a crecer.

Solo algunos afortunados con espacio fuera han podido adaptarse a las restricciones y las terrazas sirven de acomodo para disfrutar de un aperitivo. Donde antes el ruido lo copaba todo, ahora reina el silencio. El Zaragozano sigue siendo la puerta de entrada al barrio.

Bar El Gran Café Zaragozano, en la Plaza España

“El ocio nocturno no se ha pasado a la mañana, la gente se adapta pero no da para nada”, lamenta el encargado Juan Manuel Piñol. Para él es una “guerra continua” entre clientes y camareros, que invitan a cumplir las restricciones sanitarias y, aun así, “el cliente se enfada”, asume. La experiencia labrada estos meses le hace pensar que en un mes “habrá una situación diferente”, para poder así “reducir el golpe”.

“Esto no puede durar mucho, vamos a ver cómo cierran muchos bares de toda la vida. Las ayudas no han dado para nada”, concluye Piñol. Son solo algunos de los testimonios de la hostelería que todavía sigue en pie.

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