El ave fénix

En 1987 ya era una gran estrella y había participado en hasta tres películas que contenían el adjetivo “loco” en su título. En esta peli, que se convertiría en su titulo mas taquillero hasta la fecha, su personaje amenazaba con volarse la tapa de los sesos casi al principio de la historia y hacia la mitad resolvía el intento de suicidio de un hombre arrastrándolo en su caída desde lo alto de una azotea…era “Arma Letal” y Mel Gibson era uno de los actores más populares del Hollywood de la época. Actor mediocre (un “buen mal actor” como lo definió Joan Lluis Goas), pero muy atractivo, católico hasta la médula, felizmente casado y padre de cuatro hijos (llegarían a ser siete). Con el paso del tiempo y la decadencia física, esta descripción de Mel se completó con otros calificativos: alcohólico, antisemita, homófobo (y eso que una de sus mejores amigas es Jodie Foster). Cuando Hollywood da la espalda a sus cachorros, y esa decadencia le llegó a Mel quizás a raíz de “Señales” ( 2002), la caída puede ser muy dura. Pero la faceta como director que Gibson comenzó con “El hombre sin rostro” le ha supuesto una vía de servicio alternativa a la interpretativa por la que poder reincorporarse a la carrera y este año 2016 quizás sea aquél en el que el ave fénix resurja de sus cenizas.

Esa locura presente en sus trabajos se materializa en la vida real con un trastorno bipolar diagnosticado. En el último Festival de Venecia, donde presentó “Hacksaw Ridge” decía a la prensa que él estaba loco y que necesitaba aferrarse a la religión para mantener la cordura. Quizás por eso haya acometido este proyecto. Una historia de esas “basadas en hechos reales” que parece mentira que puedan ser verdad (y que a estas alturas no haya sido llevada a la gran pantalla).

Desmond T. Doss fue un héroe de guerra y al mismo tiempo un objetor de conciencia. Tras los ataques japoneses a la base hawaiana de Pearl Harbour, muchos norteamericanos se alistaron para combatir en el frente, motivados por un ferviente patriotismo y el sentido del honor herido. Doss fue uno de ellos pero por encima de todo estaban sus creencias religiosas contrarias al ejercicio de la violencia. La película cuenta su lucha, primero contra quienes no concebían que pudiera acudir al campo de batalla sin empuñar un arma, y segundo, contra el ejército enemigo, cumpliendo con creces su labor como médico de campaña.

Podría decirse que el film se compone de tres partes bien definidas: en la primera conocemos a Desmond, su infancia en Alabama, su complicada vida familiar donde indirectamente se pueden comprobar las consecuencias de la guerra, el germen de su rechazo a la violencia, su juventud y su relación con quien sería su esposa. Esta parte contrasta aparentemente con el resto del film, incluso adquiere el tono de un tipo de cine antiguo que ya no se hace (el cortejo a Dorothy por ejemplo). Pero Gibson no permite que nos durmamos y va insertando en la apacible trama escenas violentas o sangrientas que permiten conformar la posición y la vocación de Desmond: una pelea de la infancia, la brutalidad paterna, la cara destrozada de un hombre, un accidente en la calle o un coche que está apunto de atropellarnos. Son pequeñas pistas que apuntan a lo que ha de venir. Destaca también que, en este tramo, la religiosidad parece ser más una definición de Desmond que del resto de la familia.

La segunda parte la compone el grueso de la instrucción militar y aquí la primera batalla contra la burocracia del ejército, la testosterona del soldado, la estrechez de miras que dice que solo se ganan batallas matando hombres. Al estilo del James Stewart más Capriano, es la lucha de un hombre contra lo establecido y aparentemente inamovible. Es también un tiempo para dejar solucionados los temas familiares pendientes y los asuntos del corazón.

Y la tercera parte es aquella a la que se refiere el titulo original en inglés, pues se trata de conquistar el risco de Hacksaw en la isla de Okinawa en 1945, en una batalla que, sí, lo han adivinado, cambió el curso de la guerra. Aquí florece el Gibson más violento y visceral, intentando superar en realismo al Spielberg de “Salvando al Soldado Ryan”. Hay que reconocer que cumple su cometido y consigue hacernos sudar, sentir la muerte y la destrucción de los cuerpos de los soldados, en un estilo crudo, y en algunos casos casi gore, donde el enemigo es difícilmente visible. La locura de Gibson se traduce en buen cine en casi todo este segmento, con alguna salida de tono. Y por encima de todo se nos muestra la hazaña de Doss como la gesta de un hombre corriente, comprometido con su causa, su Fe y, para mí, lo más importante y su ética. Para unos será consecuencia de la religión profesada y para otros una traslación de los principios morales a sus últimas consecuencias: en ambos casos, bienvenido sea por los resultados conseguidos, aunque en medio de todo haya cierto grado de locura para enfrentarse a semejantes situaciones..

Religión y locura, el punto de conexión entre Gibson y Doss, aunque parezcan ser dos personajes completamente contrapuestos. Gibson nos ofrece toda una experiencia, la historia de un pacifista a través de una película ultraviolenta.

Al frente del reparto Andrew Garfield, ex Spiderman, cuya complexión delgada le acercaba al verdadero Desmond Doss, compone un personaje convincente que parece mantener su inocencia en los momentos más extremos. Confieso que no es de mis actores favoritos y aun espero verlo en un gran papel, quizás Scorsese lo consiga en “Silencio”. Junto a él, curiosamente Gibson ha echado mano de actores de nacimiento o crianza australiana; Hugo Weaving y Rachel Griffits como sus padres, Teresa Palmer como Dorothy, su novia y esposa, Sam Worthington como el Capitán Glover o Richard Roxburgh como el Coronel Stelzer…. Vince Vaughn es de Minnesota y encarna al sargento Howell (por cierto, y es una maldad mia, no veo a Vaughn haciendo mucho running en la vida real).

Al frente de la banda sonora se encuentra un competente Rupert Gregson Williams, que ha acometido este año también la Leyenda de Tarzan y la música de la serie The Crown. Y la fotografía es del neocelandés Simon Duggan, autor de otros títulos como El Gran Gastby o Warcraft.

Gibson ha vuelto por la puerta grande y se mete lleno en la temporada de premios. Su cabeza en permanente estado de ebullición ha creado una obra que va de la calma a la tempestad, y, por encima de polémicas religiosas, prevalece su mensaje de integridad y fidelidad a las propias convicciones siempre que redunden en beneficio de los demás y no traspasen las líneas del fanatismo. Esperamos que Gibson siga en esa línea aunque esperaremos a ver como traslada a imágenes su proyecto sobre la resurrección de Jesucristo.

Texto: Luis Arrechea.

LO MEJOR: Las escenas de batalla. El ascenso por la red de cuerdas que conduce al infierno.

LO PEOR: El inserto final de la contienda donde las hazañas de Doss trascienden ya lo sobrehumano. Algún momento gore.

Valoración:

Fotografía: 8

Banda sonora: 7

Interpretación: 7

Dirección: 8

Guión: 8

Satisfacción: 8

Nota Final: 7,7