'El rey de los belgas': El rey pasmado

Recuerdo con bastante detalle la insistencia de mi profesor de Historia en el colegio acerca de los conflictos bélicos generados por los nacionalismos de la región de los Balcanes, en puerta de la vieja Europa al continente asiático. Guerras en la antigüedad y en pleno siglo XX que han tenido su origen en la disputa por unos territorios o en cuestiones religiosas, y que, en la mayor parte de los casos han terminado involucrando a países muy alejados de la zona. Esta conflictividad tan a flor de piel pone de relieve el interesante punto de partida de “El rey de los belgas”, cuarto largometraje de la pareja profesional formada Jessica Woodworth y Peter Brosens, y primero que se distribuye comercialmente en España, después de un largo periplo por festivales de medio mundo que incluyen la Mostra de Venecia o la Seminci de Valladolid. Su historia es la de un ficticio rey belga, Nicolás III, que mientras se encuentra en una visita de estado en Estambul, recibe la noticia de la secesión de la región de Valonia, la zona francófona de Bélgica. Preocupado por los acontecimientos de su país el monarca decide regresar, pero una tormenta solar le impedirá hacerlo utilizando el transporte aéreo habitual. Como los responsables de la seguridad de Turquía no le permiten salir del país otomano, el séquito del rey urde un plan con un documentalista británico para huir clandestinamente por carretera, atravesando diversos países de la zona (Bulgaria, Serbia, etc) lo que le permitirá un mejor conocimiento de los problemas de esos pueblos.

Con un planteamiento a caballo entre un falso documental y una road movie, la pareja de cineastas compuesta por un belga y una norteamericana con antepasados belgas, cuestiona temas que hoy en día generan mucha polémica y que levantan ampollas por donde quiera que se trata de ellos: los nacionalismos y la identidad de las fronteras y de los pueblos. Los interrogantes planteados en torno a estas cuestiones son abordados desde la paradoja y la ironía, cuando no un acentuado cinismo que se refleja en el comportamiento de esos asesores políticos del rey belga, al que manipulan como si de una marioneta o un títere se tratase. Desde de este punto de vista la institución de la monarquía es puesta en entredicho por Brosens y Woodworth, de igual forma que las instituciones de una cuestionada Unión Europea. La cuna del movimiento unificador que afloró tras la Segunda Guerra Mundial se parte, y el corazón de esa asociación política y económica, donde viven y trabajan sus funcionarios, sufre un colapso en el preciso momento en el que Turquía, un país con un pie en Europa y otro en Asia, se esfuerza por demostrar su vocación europeísta.

Los directores recurren a técnicas clásicas propias de la comedia para tratar unos temas que hemos podido ver en otras películas con tintes más dramáticos. El guión parte de una descripción minuciosa y detallista de los personajes y de su actividad cotidiana. Tanto el jefe de protocolo, como la relaciones públicas o esa especie de “valet” que forman el séquito del monarca belga se mueven como pez en el agua en su esfera de trabajo habitual, en grandes palacios, recepciones, ceremonias, etc, pero en el instante en que se ven fuera de ella y salen al mundo exterior empiezan a boquear y a comportarse de manera absurda y estrambótica. Esa es la base clásica para hacer comedias. Otro tema muy distinto es que, como consecuencia de la deriva de la trama de la película, la mayor parte de ésta esté rodada cámara en mano. No seré yo el que vea inconveniente alguno en la utilización de este formato. Al contrario. Pero puedo entender que algunos espectadores no relacionen bien la comedia clásica con el uso de este recurso formal.

Sin embargo, sí me parece apreciar altibajos en el tono general de “El rey de los belgas”. Los dos directores, Brosens y Woodworth, se han caracterizado desde el principio de su carrera, tanto separados como en pareja, por su preocupación por la problemática de pueblos muy alejados de sus orígenes. Esta inquietud se ha manifestado en documentales y largometrajes concienciados, serios y circunspectos. Quizás el salto de este tipo de cine a la comedia con matices reivindicativos necesitase de una red, porque lo cierto es que en algunos momentos la película decae, se muestra indecisa y sin rumbo, como los protagonistas.

Este pequeño bache es solventado gracias a la pericia de unos intérpretes que dan la vuelta a unos personajes a los que estamos acostumbrados a ver desenvolverse con naturalidad en las altas esferas políticas y sociales, pero cuya vertiente más humana está oculta como el lado oscuro de la Luna. Mención aparte merecen el tratamiento tanto de la banda sonora como del paisaje llevado a cabo por los realizadores, armonizando música clásica y temas étnicos en el primer caso, y planteando la identidad/confusión de los pueblos balcánicos con su territorio.

Vivimos tiempos convulsos, en los que la muerte, a través de asesinatos, atentados terroristas y crímenes de guerra, se “cuela” a diario en nuestros hogares. Una película como “El rey de los belgas”, con un planteamiento sencillo y honesto, no va a solucionar los problemas de la Humanidad, pero sí que puede llevarnos a reflexionar sobre cuál es nuestro papel como ciudadanos de la Unión Europea. Si existe la Unión, claro.

Texto: Alberto Garrido.

LO MEJOR: El planteamiento, la originalidad de una secesión en el seno de Europa revelada en el extremo del continente.

LO PEOR: La falta de continuidad y la indefinición de determinados momentos de la trama.

VALORACIÓN

Fotografía: 7

Banda Sonora: 7

Interpretaciones: 8

Dirección: 6

Guión: 7

Satisfacción: 7

NOTA FINAL: 7

ESCUCHA LA VERSIÓN PODCAST: