'Colossal': El juguete de Vigalondo

El cine es, por esencia, magia y diversión. Y lo es prácticamente desde sus orígenes. Cuando en 1902, Georges Méliès, nos hace creer que un cohete enviado desde la Tierra puede acabar metido en el ojo de una Luna antropomórfica, está utilizando un juguete para contarnos una historia. Y otro genio del cine, Orson Welles, recién aterrizado en Hollywood declaró que el cine era el tren eléctrico más fabuloso con el que le habían dejado jugar. Méliès sabía de juguetes y de fantasías surrealistas, y Welles era un niño/genio escondido en un corpachón de hombre al que le gustaban los juegos de magia. Como ellos, Nacho Vigalondo disfruta explotando ese componente lúdico del cine. El director cántabro asume que, cuando diriges una película todo vale excepto aburrir al espectador. Por eso no duda en “deconstruir” los géneros cinematográficos en sus variantes más clásicas para realizar una obra diferente, distinta a las películas a las que estamos acostumbrados y que siguen unos patrones fijos en función del tipo de cine que abordan. Este proceder no es algo nuevo para Vigalondo, que ya lo ha puesto en práctica en alguno de sus largometrajes anteriores, el caso de “Extraterrestre” (2011) es el más evidente, e incluso en su cortometraje más famoso, aquél “7:35 de la mañana” (2003) por el que estuvo nominado a los Oscar, y en el que encontramos elementos de la comedia romántica o del thriller en el envoltorio de un aparente musical.

En su última película “Colossal”, Vigalondo lo vuelve a hacer. Nada de lo que ves en la pantalla es lo que parece, ni en cuanto a géneros cinematográficos ni en cuanto a personajes ni siquiera la propia historia: Gloria (Anne Hathaway) es una joven con una desorientada vida personal y laboral, a la que un día su novio (Dan Stevens) le pone las maletas en la puerta de casa. Con esta perspectiva tan oscura vuelve a la casa en la que vivió con sus padres en el pueblo donde se crió. Allí se encontrará con Oscar (Jason Sudeikis), un antiguo compañero del instituto, que al verla tan sola, frágil y desvalida se brinda a ayudarla, primero llevándole enseres y muebles a esa casa vacía y, después ofreciéndole un trabajo como camarera en el bar del que es propietario. La relación que se establece entre ellos, basada principalmente en el recuerdo y la nostalgia de su adolescencia, se verá afectada seriamente por unos extraños sucesos que comienzan a acontecer en Corea.

Aviso a navegantes, derivado de todo lo dicho hasta aquí. Hay que ver este “Colossal” con la mente abierta, sin saber mucho sobre la película. Es más, cuanto menos se sepa mejor se lo pasa uno. Es recomendable llegar al momento en que empieza la película como si nuestra cabeza fuera una hoja de papel o un lienzo en blanco para que Vigalondo pueda dibujar en ellos con libertad, y ya quedará tiempo después de disfrutarla para reflexionar y pensar sobre algunos temas que el director plantea. Si lo hacemos así, conservaremos la capacidad de sorprendernos con lo que nos tiene preparado el creador de “Open Windows” (2014).

Una cuestión que habla muy bien del magnífico guión escrito por Vigalondo es que, inicialmente, había situado la acción de su película en España, y al trasplantarla a un pueblo de los Estados Unidos, como consecuencia de la entrada de capital extranjero en la producción, la historia no pierde un ápice de su atractivo, del interés que despierta en el espectador por seguir las aventuras y desventuras de su protagonista, lo que nos da una pista sobre la universalidad de su propuesta. Gloria no es una heroína al uso, fuerte, honesta, comprometida… No es un modelo ejemplar de conducta, vaya. El personaje que escribe Vigalondo y que dibuja a la perfección Anne Hathaway se asemeja más a esos héroes masculinos de las películas de Hawks, vacilantes y dubitativos. Individuos que, al principio, a causa de sus problemas, con la bebida por ejemplo, parecen más débiles y luego, poco a poco, a medida que recuperan su integridad y su consideración propia se van haciendo más fuertes, como les ocurría a Dude (Dean Martin) en “Río Bravo” (1959) o a John Paul Harrah (Robert Mitchum) en “El Dorado” (1967).

Por el contrario, Oscar sufre un proceso de transformación inverso al experimentado por Gloria. Ese “colega”, risueño y amable, que parece al principio, se manifiesta finalmente como lo que es, un niño egoísta y caprichoso, dictatorial y tiránico en sus decisiones, que le acercan peligrosamente a la personalidad de un psicópata. Más que de un cambio en su manera de ser, como le ocurre a la protagonista femenina, en el caso del personaje interpretado por Jason Sudeikis, podemos hablar de un velo que cae para mostrarnos su auténtica personalidad. En este sentido, tanto Hathaway, reflejando esa evolución, como Sudeikis, transmitiendo esa falsa apariencia de tipo amigable, llevan a cabo muy buenas interpretaciones, que resaltan la idea inicial que se esconde en el guión de “Colossal”.

La película de Vigalondo, a pesar de ese carácter esencialmente lúdico al que he hecho alusión, introduce también algún tema de reflexión interesante, camuflado o disfrazado bajo esa “gigantesca” simbología que confunde elementos reales y oníricos, como el “bullying” o, en general, el abuso que las personas más fuertes hacen sobre los débiles. La magnitud o importancia de esas reflexiones están en todo caso, supeditadas, a ese juguete con falsas puertas o con trampillas que ocultan sorpresas y con el que Vigalondo se divierte y nos hace pasar un buen rato.

Texto: Alberto Garrido.

LO MEJOR: Un guión ágil y bien (de)construido a partir de elementos muy diversos; un mensaje en el suelo que nos recuerda un pasaje de nuestra historia más reciente.

LO PEOR: Saber demasiado de la película antes de verla.

VALORACIÓN:

Fotografía: 7

Banda Sonora: 7

Interpretación: 7,5

Dirección: 7,5

Guión: 8

Satisfacción: 7

NOTA FINAL: 7,33