'Bye bye Germany': Con un poco de azúcar esa píldora que os dan … pasará mejor

¿Qué hace de una película que la clasifiquemos como una comedia o un drama? ¿Por qué géneros cinematográficos en principio tan antagónicos en ocasiones cuesta distinguirlos? Supongo que la respuesta a estas preguntas la podemos encontrar echando un vistazo a nuestra propia existencia, en la que se alternan momentos alegres y divertidos con otros más tristes o dramáticos sin que exista ninguna lógica en la concatenación de unos y otros. Esta tendencia a mezclar o a combinar risas y llantos no es un fenómeno nuevo ni en la literatura, donde, sin ir más lejos, la poesía burlesca de Quevedo o la tradicional novela picaresca del Siglo de Oro esconden la descripción de una realidad cruel y amarga disfrazada con una sonrisa, ni en la manifestación artística por excelencia del siglo XX, el cine, donde genios de la talla de Charlie Chaplin o Billy Wilder conseguían que tragásemos la píldora amarga de la crítica social o de la denuncia política con un poco de “azúcar” (Mary Poppins dixit).

En su última película, “Bye bye Germany”, el director alemán Sam Garbarski, se mueve en el terreno descrito: David Bermann (Moritz Bleibtrue) es uno de los miles de judíos que han sobrevivido al holocausto y que habitan en el campo de “desplazados” de Francfort durante los años de posguerra. Cuando las autoridades del ejército norteamericano le deniegan el permiso para establecer un negocio reúne a un grupo de compañeros de infortunio que sueñan con la tierra de promisión encarnada en los Estados Unidos. Con la ayuda de aquéllos y echando mano de triquiñuelas y argucias que bordean lo ilegal y en los que se revela como un auténtico maestro, pondrá en marcha una empresa que le permitirá obtener pingües beneficios, a la vez que es objeto de investigación por parte de Sarah Simon (Antje Trau), una agente especial del ejército norteamericano.

En este punto volvemos a la pregunta inicial: ¿qué elementos de una película nos pueden llevar a pensar que vamos a pasar un rato gracioso, echando unas risas, o esbozando una sencilla y amable sonrisa o, por el contrario, que vamos a sufrir y angustiarnos con un drama o tragedia sin concesiones? ¿Su trama, su argumento? Si contamos la historia de un grupo de amigos que para conseguir dinero y de esta manera viajar a Estados Unidos, recurren a pequeños timos y estafas, cualquier espectador ajeno podría imaginar el relato de sus aventuras en un tono de comedia más o menos divertido. Pero, si situamos la acción en un momento y un lugar como los años de posguerra en un campo de refugiados de Francfort, la película es otra. Y esto sólo por hablar de factores externos al hecho cinematográfico en sí, como es la elección de un hecho, un tiempo y un espacio donde desarrollarlo, porque si además tenemos en cuenta las técnicas narrativas utilizadas en el rodaje y producción de una película (planificación, montaje, fotografía, banda sonora, etc.), la mutación de un drama en una comedia o viceversa parece cuestión de magia. O de cine, que viene a ser lo mismo.

Sam Garbarski, del cual sólo se ha estrenado comercialmente en nuestro país la premiada “Irina Palm” (2007), consigue que “Bye bye Germany” transite entre la comedia y el drama sin estridencias, sin que el espectador prácticamente aprecie un cambio brusco, aunque gran parte del mérito lo tiene, sin duda el guión de Michel Bergmann, que adapta sus libros “Die Teilacher” y “Machloikes”, basados a su vez en vivencias personales que el padre del escritor contó a éste.

No es descabellado hablar de la posible influencia que Billy Wilder ha ejercido en muchos aspectos de la película de Garbarski, tanto por el tema (los padecimientos del pueblo judío) como por ese humor caústico (¿necesitaba Hitler un asesor de chistes?) o el tono de comedia negra que respira. Es conocido que uno de los proyectos que Wilder quiso acometer desde su forzado retiro tras “Aquí un amigo” (1981), fue el de llevar a la pantalla la historia de Oskar Schindler que en 1993 rodaría Steven Spielberg. Por eso, y recordando aquella frase que tenía enmarcada con letras de oro en su despacho, “¿Cómo lo haría Lubitsch?”, uno puede imaginar que este David Bermann protagonista “Bye bye Germany” está en la línea de esos personajes tan comunes al cine del director austríaco, que se mueven entre la picaresca y la ruindad, como el William Holden de “Stalag 17”, y que, dotado de mayor profundidad psicológica, se hubiera acercado a la visión wilderiana de Schindler.

Quizás este último aspecto sea el más flojo de la película. Moritz Bleibtrue, a quien hemos podido ver recientemente en “El lado oscuro de la Luna” resulta eficaz cuando se trata de mostrar el lado pícaro de su personaje, pero le falta hondura a su interpretación cuando se trata de reflejar la tragedia interior que vive su personaje y de trasladar al espectador ese debate o dilema moral: ¿es un mero superviviente o algo más?

Al margen de la falta de recursos de Moritz Bleibtreu para llegar al registro interpretativo requerido, y de determinados elementos de la trama cuya inclusión no está plenamente justificada, “Bye bye Germany” es una película que se ve con agrado, que distrae recordándonos momentos dolorosos del pasado, y lo hace con una declaración de intenciones desde ese inicio del film con el objetivo de la cámara abriéndose en círculo, de igual forma que se hacía en los cortos cómicos del cine mudo, reírse de uno mismo y de las desgracias propias nos ayuda a cerrar heridas y a que nunca se olvide cuál fue el origen de tanto daño.

LO MEJOR: El equilibrio entre drama y comedia. Prueba de ello es la falta de acuerdo entre los espectadores acerca de su condición.

LO PEOR: La trama amorosa del protagonista era prescindible; su inclusión parece una concesión innecesaria y sin ajuste dentro de la historia. Algún exceso dramático que se sostiene por unos delgados hilos.

VALORACIÓN:

Fotografía: 7

Banda Sonora: 6

Interpretaciones: 7

Dirección: 6

Guión: 6

Satisfacción: 7

NOTA FINAL: 6,5