Irene Vallejo en la Biblioteca de Aragón
La escritora se ha reunido con sus lectores este martes en la Biblioteca de Aragón

Mario Vargas Llosa dijo de él que se seguiría leyendo cuando sus lectores de ahora estuvieran ya en otra vida y razón no le faltaba pues «El infinito en un junco» de Irene Vallejo se ha leído tanto que el infinito se le quedó hasta pequeño. La cosa no pintaba muy bien al principio, un «tocho» de casi 500 páginas sobre el origen de las palabras y los libros y, lo que es peor, en formato ensayo. Hasta la propia escritora sabía que tenía entre sus manos «un libro que tenía todos los ingredientes para ser minoritario y pasar absolutamente desapercibido». Pero desapercibido no es que haya pasado.

Traducido a más de 35 idiomas con 45 ediciones publicadas y más de 600.000 ejemplares vendidos, ni Irene Vallejo ha sabido responder a sus fieles lectores este martes en la Biblioteca de Aragón por este gran éxito que la catapultó a la fama y ha admitido que es algo que se sigue preguntando cada día. Quizás, sea la innegable pasión con la que se escribió o los ojos brillantes de Vallejo al hablar de esa literatura que mueve su mundo desde que era una niña. Quizás fuera también que los lectores se sintieron un poco menos huérfanos con ese «Infinito en un junco».

«Creo que existe un público entusiasmado por la lectura que quizás se ha sentido huérfano en las últimas décadas cuando todo el mundo parecía de acuerdo con decretar el fin de los libros y la lectura. Se han sentido entendidos por un libro que reivindica aquello en lo que seguimos creyendo: el valor de la palabra«, ha explicado la escritora.

Ante un auditorio lleno, y unos cuantos despistados que al no reservar asiento se agolpaban en la puerta intentando enterarse de algo, Irene Vallejo ha hablado de inspiración, libros y de unos inicios que no fueron fáciles. «Yo recuerdo los años en los que a duras penas reunía dinero para llegar a fin de mes y mi familia me decía que cuándo iba a buscar un trabajo de verdad. Ahí me sentía cuestionada y pensaba que el proyecto en el que estaba nunca se convertiría en un modo de vida. Todo eso pesa mucho y es un lastre que conlleva sus propias inseguridades. Al fin y al cabo, la actividad creativa es siempre una lucha contra tus propias limitaciones y tus propios miedos».

Algunos autores la tildan como la revolución del ensayo aunque ella considera que fue Sergio del Molino y su «España vaciada» el que lo cambió todo en un panorama literario y social que necesita el ensayo más de lo que piensa. «En una época tan convulsa y compleja como la que estamos viviendo ahora, el ensayo ofrece una visión de conjunto, unas claves esenciales que dentro del ruido y la inmediatez pueden pasar desapercibidas. Necesitamos ahora más que nunca percibir un orden, dar sentido a una experiencia que percibimos muy caótica. El ensayo tiene esa capacidad de conectar manifestaciones y acontecimientos que parecen aislados y sin ningún contexto o relación y que en realidad obedecen muchas veces a causas comunes y a fenómenos para los que es necesario apartarse unos pasos y mirar con perspectiva».

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