Un fin de semana al mes (o mes y medio depende de la rapidez de los que leen) algunos vecinos de Arándiga preparan sus mejores galas, cogen el libro que corresponda, un poco de queso de Galindo (la quesería del pueblo) y otras viandas (salado si es aperitivo y pasteles si ese día toca merienda) y se dirigen al parque, a la biblioteca, situada en la última planta del ayuntamiento, o a alguna sala vacía de la escuela. A veces son siete, otras doce, más mujeres que hombres, todos muy peripuestos. Una vez allí, llega lo mejor: «La charradica». Ellos, como no podía ser de otra manera, hacen honor al nombre de su querido club literario y no paran de «charrar», es decir, hablar distendida y animosamente sobre algo. Ese algo es a veces «Réquiem por un campesino español» de Ramón J. Sender, otras «La sociedad literaria y del pastel de piel de patata de Guernsey» de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows y será siempre «Merecer la vida» de Laura Serrano. Ese fue el primer libro que leyeron y compartieron y, ya se sabe, las primeras veces siempre marcan.

«Cuando nos jubilemos, tenemos que montar aquí algo, un herbario, un club de lectura…»¿Y por qué vamos a esperar hasta jubilarnos?». Y de esa conversación, y de la pasión de dos amigas por la literatura surgió en 2019 «La charradica», el club de lectura de Arándiga, un pueblo de poco más de 300 habitantes en la provincia de Zaragoza. Las amigas en cuestión son María Nájera y Ana Giménez, periodista una y agricultora la otra, que compartieron su más tierna infancia, y parte de su juventud, en el pueblo y que buscaban crear alternativas de ocio «diferentes al bar». «Con esto no queremos decir que la gente no vaya a los bares pero sí que queríamos hacer una propuesta cultural en un lugar en el que la oferta es prácticamente nula», cuenta María Nájera.
A la primera sesión del club literario acudió hasta la propia autora del libro, Laura Serrano. Fue una mañana de domingo muy especial con una afluencia nada desdeñable para tratarse del primer día de «La charradica». Por allí aparecieron incluso tres hombres «de los que jamás se volvió a saber», comenta María entre risas. Luego llegarían las siguientes con un grupo reducido y con sesiones en las que a veces no iba nadie. «Hubo un momento prepandemia en que pensé que ya no merecía la pena porque no venía nadie. Por suerte, mi amiga Ana tiró de mí y del proyecto y apostó por seguir creyendo en él porque si hacíamos feliz aunque fuese a una persona pues había que seguir».
Y entonces apareció en «La charradica» la escritora aragonesa Cristina Grande que, con una segunda residencia en Arándiga, no dudó en sumarse junto a su marido a este club. De ella comentaron «Naturaleza infiel» y a ella también está ligado uno de los momentos más especiales de este club literario. «Cristina nos prestó su casa porque tienen una especie de cine y allí que nos fuimos todos a ver ‘La sociedad literaria y el pastel de piel de patata’ después de leer el libro. Fue un día navideño y después de todo lo que habíamos merendado, porque en Aragón somos muy exagerados y nos gusta hacerlo todo a lo grande, nos comimos un montón de palomitas y vimos la película que además es preciosa. Fue un momento muy bonito de unirnos todos», recuerda.
Así llegarían más lectores y entre «El marido de la maestra» de Begoña Garrido, «Los girasoles ciegos» de Alberto Méndez, «La visita» de Mariano Marco o «Maletas perdidas» de Jordi Puntí se fue forjando un club que hoy ya reúne a algo más de 12 personas cada fin de semana. Algunas, incluso, de otros pueblos. «Una vez vinieron dos mujeres de Morata de Jalón y Mesones de Isuela que se habían enterado de que hacíamos esto. Ese momento fue muy feliz porque significaba que de alguna manera habíamos podido tender un puente entre pueblos«, comenta María.
Un puente que ya estaba tendido gracias a la colaboración con la biblioteca de la localidad vecina para hacerse con los ejemplares que tocase comentar en cada una de las sesiones. «En Arándiga tenemos biblioteca pero además de que está cerrada porque no hay nadie que se haga cargo de ella los fondos no son realmente interesantes», cuenta. Y es que, otra de las claves de «La charradica» es que los libros no se compren sino que se vayan prestando entre los asistentes o se adquieran en una biblioteca cercana.
UN CLUB DONDE NO HACE FALTA HABLAR
Antes de que «La charradica» fuese una realidad, María vivió en Escocia durante un año. Allí, asistía a tertulias literarias mientras comía sopa caliente y trataba de pillar palabras sueltas porque para leerse y poder comentar un libro «en ese ingles» hubiera necesitado de «cinco años». Pero, sobre todo, el país le regaló momentos especiales que hicieron que la idea del club cobrase más fuerza. «Iba todos los martes a pasear con señoras mayores y veía en ellas cómo este era un momento especial para el que se preparaban durante toda la semana. Se maquillaban, se arreglaban y paseábamos felices, aunque lo mejor era el té de después en el que charlábamos de todo», confiesa.
Rosa, Esmeralda, Luis, José Manuel, Paqui…Ellos también se arreglan y encuentran en «La charradica» un momento especial en el que conversar y evadirse de las preocupaciones diarias. No son tan mayores como las señoras escocesas, pero sienten la misma alegría por compartir un «ratico» con el resto de sus vecinos en un club en el que ni hace falta saber ni hace falta hablar. «Hay veces que la gente tiene un poco de miedo de ir a un club porque teme no saber lo suficiente o piensa que no va a aportar nada interesante a la conversación, pero es que en ‘La charradica’ puedes venir y simplemente escuchar o comentar lo que tú quieras porque nadie te va a juzgar».
Alrededor de las mesas y con el vermú de por medio, diferentes generaciones charran sin parar. Hay bebés, «que de algo se enterarán», dice María, jóvenes, adultos, jubilados. Arándiga tiene una población «muy envejecida» y en «La charradica» se esmeraron en encontrar sitios accesibles para los más mayores y también libros con una tipografía algo más grande para que todos pudieran leer.
En un principio eran Ana y María las que los elegían pero ahora han pasado el testigo y son los demás miembros del club los que, siguiendo un minucioso orden, escogen qué ejemplar comentarán. Sus impulsoras dicen que crear un club de lectura es muy fácil y que bastan tres o cuatro personas, un parque y ganas de hacerlo para que salga bien. «Miedo» de Stefan Zweig será el próximo y los vecinos ya van contando los días para ese 10 de septiembre en el que rebozarán los calabacines del huerto, sacarán el queso local y prepararán las sillas para una «charradica» con demasiadas ganas.