De él se ha dicho que escribe en estado de gracia y que está construyendo un territorio literario fértil y ultrapersonal donde todo puede arder y donde hasta lo más arrasado brilla después de la tormenta. A Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) le gusta escribir de verdad y por las esquinas mirando la vida allá donde (casi) nadie mira. «Mirafiori», su última novela, es una historia de amor y de fantasmas, al fin y al cabo como la mayoría de historias de amor, que se vive como se vive la vida. Al menos así lo aseguraba la cineasta Paula Ortiz en la presentación de la misma este miércoles junto a Jabois y Eva Cosculluela en una nueva entrega del ciclo «La buena estrella» en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Allí, decenas de lectores hacían fila (y algunos se quedaban fuera por eso del aforo) dispuestos a dejarse atrapar por un Manuel Jabois hipnótico.
De «Mirafiori» no se puede decir mucho por eso de no destriparla, solo que cuenta la historia de amor de Valentina Barreiro, una actriz de éxito, y de un narrador que escribe obituarios quedando con los propios muertos (en vida, claro) por si tuvieran algo que aportar al relato. Él ya solo la ama como puede llevando la historia al pasado, presente y futuro con un ritmo vertiginoso. No tanto como el que esperaba Jabois que cuando le preguntó a su editora si la novela mareaba, esta solo contestó: «me balancea». El narrador no tiene nombre, es periodista, es gallego, vive en Madrid pero no es Jabois, aunque a él no le importa que la gente piense que sí. «Lo más autobiográfico de la novela son los fantasmas», explicaba hoy entre risas.
En cuanto al no nombre del protagonista, no corresponde ni a una estrategia cuidada ni a una intención oculta del que escribe. Simplemente, se le olvidó ponérselo. El salto del 2023 al pasado y luego del pasado al futuro y así sucesivamente encuentra su razón de ser en «Too many drugs» de Rigoberta Bandini. «Iba escuchándola y llegó el verso que dice: ‘Me voy, todo está bien porque es que siempre estuvo bien. Y estará bien’ y me fascinó el uso que se hacía del futuro». Es una historia que coge el tiempo y lo estruja, lo expande y lo manosea a sus anchas. O, más bien, al revés. «Cuando estás enamorado te das cuenta de que la percepción del tiempo te cambia. Y cuando ya dejás de estarlo también. A veces solo tenemos que quedarnos quietos para que el tiempo haga sus destrozos».
Pero si algo es «Mirafiori» es una novela que habla del «increíble fenóneno sociológico y particular de los ex». Y, si no, que se lo digan a C. Tangana y Rosalía. «Eso fue un momento muy trágico porque al pobre Tangana le preguntaban que qué tal estaba y si decía que bien los titulares ya eran: ‘C Tangana está bien después de cortar con Rosalía’ y así todo durante años. Cualquier cosa que dices cuando tienes un ex se va a intepretar en función del ex y no de ti mismo«. Sobre el desamor, dice Jabois, que «nos torturamos buscando el motivo y analizando por qué no amamos a una persona que hace 7 meses sí amábamos pero, en cambio, cuando nos enamoramos no buscamos explicación. Simplemente pasa».
Contaba Jabois que si en su casa había que pintar la fachada o arreglar el jardín sus padres esperaban ese momento para decirle las cosas importantes con el objetivo, precisamente, de quitarle importancia. Su madre hablaba de la muerte pelando patatas, el padre de que no le gustaba su nuera arreglando una puerta. Y así lo hacen también sus personajes, tanto en «Mirafiori» como en «Miss Marte». «La madre de la protagonista se ponía a fregar o hacer cualquier cosa para hablar de las cosas verdaderamente importante de la vida. Así estaba la casa, siempre impoluta«.
El escritor llenaba el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza unas 12 horas antes de tener que levantarse y acudir al Congreso de los Diputados de Madrid para hacer la contracrónica «que es pues hablar de que alguno se ha sacado un moco o de que Ayuso ha dicho que le gusta la fruta». Precisamente alejarse, al menos unos metros, de la noticia pura y dura es lo que le enseñó a mirar allá cuando era un joven plumilla en el Diario de Pontevedra. «Aprendí a escribir lo que tenía que escribir y lo que no tenía que escribir y al final esto ultimo acabó siendo lo más interesante. No escribía bien ni con 26 ni 28 años pero lo que sí que estaba haciendo era aprender a mirar. No diré allá donde nadie mirá que suena muy repipi pero sí donde menos gente miraba, Y así me asomaba a la información y así me asomó a la vida y a las novelas»