Hay momentos en la vida en los que sufrimos una mala experiencia y estos sucesos suelen generan heridas emocionales, además de duraderas. De forma natural, los padres transmiten un sistema de creencias sobre los nuevos miembros de la familia, en el que se incluyen, además, sus miedos e inseguridades. Si no se toma conciencia de ello, esas debilidades serán también sus acompañantes en un futuro.
Lo más conveniente en estos casos es la comunicación. En primer lugar, si este hecho es un acontecimiento traumático, quizá es el momento de abordarlo, escuchándolo y planteándole diferentes soluciones. Hablar sobre lo que realmente le asusta y ayudándole a que se enfrente a ello.
Por otro lado, en cuanto a los hijos se refiere, es importante que le hagas entender que, como padres, tenéis que orientarles para que sepan de qué manera deben cuidarse siempre y a que sepan reconocer los peligros. Cuidar de ellos no significa inculcar el miedo; por el contrario, es invitarles a salir de la “burbuja” para reconozcan lo que no se debe hacer. No es tarea sencilla, pero con amor podéis lograr que sean libres y felices.
Mi consejo: Hablar a los hijos de los miedos, no desde la evitación de estos, sino dotándoles de estrategias de afrontamiento, para que el día de mañana también ellos dispongan de las suyas propias.