Vuelta al cole

—Mañana es el primer día de clase.—dice Javier, un pequeño de siete años.

—Mañana es el primer día de clase.—dice Javier, un pequeño de siete años.

—¿Y tienes ganas?— le pregunta su amigo.

—No, Víctor. Yo prefiero jugar contigo. Eres el único que me entiende. En el colegio se ríen de mí porque dicen que soy raro.

—No les hagas caso, tú no eres raro. Lo que pasa es que no tienen tanta imaginación y sienten envidia.

—¡Cariño! Ya está la cena.

—¡Voy mamá! Bueno, tengo que dejarte. Supongo que tú también tendrás que ir a cenar. Por cierto... ¿Dónde viven los diminutos como  tú? ¿Algún día podré ir a tu casa?

—Ya hablaremos, ve a cenar.

Obediente, el pequeño va a la cocina. Allí su madre ya tiene preparada una cena de campeones. Puré de patata y salchichas. Le mira con una gran sonrisa mientras come despacio. Quiere mucho a su hijo y no entiende por qué los otros niños le dan de lado. Cierto es que tiene una imaginación desbordante y que a menudo parece que está distraído. Pero tiene un gran corazón.

Este año le va a tocar hacer más deberes y tendrá menos tiempo para jugar con sus peluches. Le encanta escuchar detrás de la puerta mientras habla con ellos. Hay uno que se llama Víctor. Es el nombre que más repite. Nunca le ha hablado a ella de él, y cuando le pregunta por el nombre de los muñecos, dice que no tienen nombre. No quiere preguntarle por Víctor porque entonces sabrá que le espía y tiene miedo de que deje de jugar.

Javier ya está casi acabando de cenar. Ha pasado un buen verano, en compañía de su madre, que estuvo mucho tiempo de baja porque le dolía la tripa. Al que ha visto muy poco es a su padre. Trabaja en el campo y cuando el pequeño tiene vacaciones, más horas tiene que estar fuera de casa. Sonríe a María que le mira con atención. La quiere mucho y sabe que le haría feliz que tuviera algún amigo. Se ha propuesto hacer alguno en el colegio. Le encantaría poder presentarle a su mejor amigo, Víctor, pero él no quiere. Siempre le dice lo mismo, que sólo él puede verle.

Federico entra en la habitación. Le habría gustado llegar antes a casa para cenar con su pequeño, pero siempre hay problemas de última hora. Le da un beso en la frente. Y camina hasta la puerta.

—Te quiero hijo.—Susurra con voz apenas audible para no despertarle.

—Te quiero, papá. —Contesta el pequeño cuando vuelve a estar sólo en la habitación.

En el dormitorio de al lado, María observa cómo se desnuda su marido.

—Entonces, ¿te parece bien que le llamemos Víctor?

—Sí. Seguro que le encantará saber que su hermanito se va a llamar como su peluche favorito.