Raúl Oliván y Cristina Monge: "La participación ha de adaptarse a la vida de los ciudadanos"

Cristina Monge es politóloga y Raúl Oliván, director general de Participación Ciudadana del Gobierno de Aragón
photo_camera Cristina Monge es politóloga y Raúl Oliván, director general de Participación Ciudadana del Gobierno de Aragón

¿Tenemos en España unas instituciones preparadas para la participación? ¿Están los españoles dispuestos a participar más activamente en política? ¿Qué se puede hacer frente al ascenso del totalitarismo? Estas son algunas de las preguntas que se plantean la politóloga Cristina Monge y el director general de Participación Ciudadana del Gobierno de Aragón, Raúl Oliván, en “Hackear la política” (Editorial Gedisa), un ensayo en el que desgranan los distintos mecanismos de participación y proponen varias tesis sobre en qué línea ha de ir esta en un futuro cercano.

Pregunta.- Cuando se habla de hackear, al común de los mortales se nos viene a la cabeza manipular un ordenador con fines no demasiado bienintencionados. ¿Qué quieren decir ustedes cuando plantean que hay que “hackear” la política?
Respuesta (Raúl Oliván).- Hackear es una metáfora de abrir, tanto las instituciones como los gobiernos. La gente suele confundir a los “hackers”, que son gente que trabaja con pasión y cuyo ideal es abrir el código para compartir la información y el conocimiento, con los “crackers”; que son los piratas informáticos que te roban las contraseñas y utilizan la tecnología para hacer el mal.

P.- Ustedes comienzan este libro realizando una afirmación muy contundente: solo a los idiotas y a los que anhelan el autoritarismo no les interesa la participación. ¿Puede la participación salvarnos de esta ola totalitaria que nos amenaza?
R (Cristina Monge).- La gran pregunta que nos hacemos tanto Raúl como yo en este libro es: ¿cómo se salvan las democracias? Actualmente, existe un gran debate sobre si la democracia está en peligro porque hay partidos que cuestionan valores básicos de esta y que empiezan a tener representación política en todas las democracias occidentales, incluida España. Creemos que la única manera de salvar la democracia es reforzando la relación entre representantes y representados. La recuperación de esta relación, que se está deteriorando e incluso en algunos casos se ha llegado a romper pasa por más participación y de mejor calidad.

P.- Hablan en varias ocasiones durante el libro sobre la democracia deliberativa, ¿podrían explicar un poco más en qué consiste?
R.O..- La democracia deliberativa es, básicamente, una democracia que se construye dialogando. Es algo tan utópico como creer que personas que se encuentran en puntos de partida antagónicos, poco a poco y gracias a la interacción humana, son capaces de llegar a acuerdos y consensos. Para construir una democracia así se necesita tiempo, herramientas y estrategias muy diferentes de las que tenemos actualmente. Creo que apostar por una democracia deliberativa, de participación a tiempo real que se va a construyendo día a día.

“Hackear la política” ahonda en el futuro de la participación

P.- En el libro se señala que acusar a la participación de ultramodernidad es algo injusto y ponen los orígenes de la participación en la Antigua Grecia.
C.M..- El debate sobre el papel que ha de jugar la participación en la democracia es un debate tan viejo como el de la propia democracia. De hecho, se adjetiva a la democracia de diferentes maneras -liberal, representativa, participativa, directa… – en gran medida en función de la importancia que la participación tiene en cada uno de estos sistemas de Gobierno. Este debate sobre los límites de la participación parece nuevo pero es lo que le da sentido a la democracia.

Aún así, lo que habría que preguntarse es: ¿Por qué se retoma ahora este debate? Para mí tiene mucho que ver con que la ciudadanía, desde la crisis de 2008, empieza a darse cuenta de la importancia que tiene en la configuración de lo público.

P.- El 15-M aparece de forma recurrente en el libro. De hecho, lo ponen como ejemplo del ansia de la sociedad española por ser más participativa. Visto esto, sorprende que los partidos que se reclaman deudores del 15-M hayan optado por opciones personalistas y su baza en estas elecciones haya sido el carisma de sus candidatos. ¿No hay aquí cierta contradicción?
C.M..- Son cosas diferentes y no creo que se pueda hacer una traslación directa. El movimiento social tiene lógicas diferentes y formas de funcionar muy distintas a la de los partidos políticos. El 15-M, además, fue un movimiento que actuaba de una manera que poco tiene que ver con los partidos políticos: transversal, alérgico a cualquier tipo de liderazgo y con unas formas de funcionamiento coherentes con su discurso de indignación y de rechazo a la política instituida.

Estas nuevas formaciones, aunque hayan querido recoger el testigo del 15-M, no creo que se puedan reclamar herederas ni sobre todo creo que se puedan reproducir de forma automática las lógicas del 15-M. Creo que el gran problema que han tenido los “ayuntamientos del cambio” ha sido enfrentar las lógicas del movimiento social con la de las institucionales, cuando son radicalmente distintas.

“La Constitución Española es demasiado garantista”

P.- Ustedes remarcan que España hoy por hoy no incluye mecanismos que faciliten la participación y que incluso la Constitución Española la dificulta. ¿Tienen los políticos españoles cierto miedo a la participación ciudadana?
R.O..- No creo que la causa sea el miedo a la participación sino que venimos de cierta tradición. La Democracia Española aún está muy tierna en algunos aspectos y la Constitución es demasiado garantista, aunque nos haya brindado 40 años de prosperidad, paz y progreso socioeconómico. Hay que entender que la Constitución esté blindada porque, al fin y al cabo, veníamos de una dictadura. Aún así, estoy seguro que en España, más temprano que tarde; habrá una reforma constitucional que amplíe los límite de la participación.

P.- Ustedes destacan que España solo ha celebrado dos referendos en estos últimos 40 años. ¿Cómo se defiende esta herramienta a día de hoy, tan denostada tras procesos catastróficos como el del Brexit?
R.O..- Los referendos son una herramienta muy interesante que bien empleada genera compromiso civil, afectos, cohesión social y acorta las distancias entre los ciudadanos y los gobiernos; pero el problema es que se pueden utilizar para hacer mala política. El ejemplo más claro de esta “mala política” es el Brexit, en el cual Cameron se jugó un órdago por cálculos partidistas personales metiendo a su país y a la UE en el mayor lío que hemos tenido en los últimos años. Aún así, estoy seguro de que los referendos poco a poco se van a ir normalizando como pasa en Estados Unidos o Suiza.

P.- ¿Se contraponen democracia directa y democracia representativa?
R.O..- No. Reivindico la figura de la democracia representativa y el papel de los partidos políticos y su papel de interlocución, encauzamiento y síntesis de la ciudadanía. Los ciudadanos no tienen tiempo para estar leyéndose todas las leyes y estar formándose una opinión de absolutamente todo y ahí los partidos políticos, aglutinadores de voluntades, son una forma de hacernos la vida más fácil.

Además, no reniego de nociones como la izquierda o la derecha, que sirven para posicionarnos en cuestiones clave como el feminismo, el medio ambiente, la igualdad, la redistribución de la riqueza…

P.- Usted es director general de Participación Ciudadana de la DGA. ¿Qué está haciendo el Gobierno de Aragón para impulsar la Participación?
R.O..- El Gobierno de Aragón fue pionero, hace 11 años, en poner en marcha una cosa que vino a llamarse “Aragón Participa” que era añadir una capa de democracia deliberativa a la representativa. Cuando hacíamos una ley o un plan estratégico, invitábamos a pensar y a reflexionar a ciudadanos y agentes sociales. Este proceso lo articulamos a través del agua, que es un ejemplo paradigmático de “bien común” que genera conflictos, ya que en algún punto hay que poner la tajadera.

Nosotros ahora estamos estamos volviendo a ser pioneros con la creación del laboratorio de “Aragón Gobierno Abierto”, una plataforma que incorpora metodologías de innovación democrática tanto de participación digital como de pensamiento de diseño, trabajo colaborativo o co-creación de leyes que yo creo que van a ser muy punteras.

Raúl Oliván considera que los referéndums son una herramienta muy interesante que puede acortar las distancias entre ciudadanos y gobiernos

P.- Defienden que la población está ansiosa de más participación pero las cifras de participantes en procesos como los Presupuestos Participativos de la ciudad de Zaragoza o el referéndum de la línea dos del Tranvía aquí en Zaragoza han sido muy bajas. ¿Qué está fallando?
R.O..- Hay procesos participativos que han sido bien ejecutados y procesos que lamentablemente no lo han sido. Por ejemplo, en el proyecto de la Gran Vía madrileña a través de Madrid Decide participaron 217.000 personas. Yo creo que eso son palabras mayores como para avalar y ponerle un sello de que ahí hay un anhelo de participación ciudadana.

El ejemplo de los Presupuestos Participativos de la ciudad de Zaragoza es un ejemplo de experiencia fallida, pese a que se hiciese con la mejor de las intenciones. Seguramente, se debió de haber puesto más carne en el asador y haber sido más ambicioso. Tú no puedes impulsar un proyecto de esta magnitud y presentarte con una cifras de participación tan residuales y tan marginales, porque es darle armas a tus aquellos que no creen en la participación.

“La participación ha de salir de las asambleas y abordar a la gente en su vida cotidiana”

P.- ¿Estas experiencias tan relacionadas con las TIC no dejan fuera a parte de la población que no son nativos digitales?
C.M..- En estos momentos la brecha digital existe pero es también cierto que la perspectiva es que esta se vaya cerrando. Conforme las nuevas generaciones vayan entrando más en cuestiones que son públicas irán dejando a menos gente fuera. Lo que nos enseña esto es que hay que abrir la mirada y convencernos de que no podemos limitar la participación simplemente a la tecnología, básicamente porque nos dejaremos a gente fuera y nos perderemos formas de participar distintas que también son innovadoras.

P.- Ustedes juegan en el último capítulo a imaginar una utopía hipertecnologizada…
C.M..- Es que la tecnología se puede usar para bien o para mal. Una de las cosas que más nos preocupan es como la tecnología está ayudando a fragmentar el espacio público. ¿Qué significa esto?, que cada vez estamos más en nuestra burbuja, hablando con los nuestros y tenemos más dificultades para conectarnos. Lo que hay que hacer es cambiar las lógicas y creemos que la tecnología nos puede ayudar a cambiar o romper esas burbujas y recuperar el espacio público de debate.

P.- Por último, ¿por dónde debe ir a la participación en los próximos años?
R.O..- En el libro reflexionamos sobre que va a pasar con la participación en los últimos años y creo que en el futuro la participación ciudadana ha de ser muy responsiva. Eso de que “yo coloco mi proceso participativo en la web” o “yo convoco una asamblea” y espero que la gente venga en masa, pierdan tiempo y legitimar mi proceso participativo y que esto funcione no se corresponde con la realidad ya que en esos procesos solo participan minorías muy elitizadas.

La participación ha de salir del portal de participación y de las asambleas y abordar a la gente en su vida cotidiana. Sería algo así como lo que llaman en marketing aplicar la experiencia de usuario. Por ejemplo, en el futuro estarás esperando al tranvía y te brotará un anuncio de realidad aumentada y decidirás una cosa en plan rápido o te llegará una notificación a WhatsApp para decidir el grupo estrella de las Fiestas del Pilar. La participación ha de ser seductora mediante acciones que hagan de gancho, mediante el “clickbait”.