Entrevista a Ana Isabel Gómez: «Invitaría a cada futuro docente a preguntarse: ¿Qué tipo de huella quiero dejar en mis alumnos?»

Ana Isabel Gómez
«He aprendido del saber hacer y del saber ser de personas con las que me une ya no solo un vínculo profesional, sino más bien un vínculo de profunda amistad». Foto: V. M. Pérez
photo_camera «He aprendido del saber hacer y del saber ser de personas con las que me une ya no solo un vínculo profesional, sino más bien un vínculo de profunda amistad». Foto: V. M. Pérez

ANA ISABEL GÓMEZ VILLALBA (Zaragoza, 1970) se considera «docente por vocación» y considera que el alumnado genera «situaciones de aprendizaje muy interesantes para los docentes». Con más de veinte años de experiencia en el ámbito educativo, en la actualidad, combina su labor docente e investigadora en el Área de Educación de la Universidad San Jorge en Zaragoza con su dedicación como profesora de Religión Católica en el IES Miguel Catalán y en el IES Virgen del Pilar. Centrada en la innovación educativa, estudia y diseña experiencias pedagógicas tanto para la integración y desarrollo de la inteligencia espiritual en el proceso de enseñanza-aprendizaje, como en el estudio y la implementación de proyectos de aprendizaje–servicio. Autora de Educar la inteligencia espiritual (Khaf) y Aprendizaje-servicio y desarrollo sostenible(Khaf).

¿Cuáles fueron los motivos por los cuáles decidió ser profesora?

He sentido desde pequeña una gran admiración por las personas que ejercen esta profesión. Me encantaba imaginar cómo habían aprendido tantas cosas los adultos, médicos, artistas, deportistas, ... Todos ellos habían tenido maestros en sus vidas que les habían acompañado y orientado en ese fascinante proceso de aprender, de crecer como persona. Recuerdo pasar tiempo y tiempo jugando a “dar clase”, me encantaba. Así que creo que puedo decir que soy docente por vocación.

«El maestro trata de sacar a la luz los tesoros intangibles que esconde el ser del alumno, para que pueda donarlos al mundo… es apasionante».

Me siento muy afortunada por poder ejercer una de las profesiones más bonitas del mundo. Escribía el filósofo Emmanuel Mounier que el oficio de educar es un oficio de amor. Pareciera una afirmación un poco cursi, pero en el fondo recoge una gran verdad. Amar es desear que al otro le vaya bien, que sea lo que está llamado a ser. Educar es dar a luz el propio ser, hacerlo aflorar, el maestro trata de sacar a la luz los tesoros intangibles que esconde el ser del alumno, para que pueda donarlos al mundo… es apasionante.

En su trayectoria como profesora, ¿cuáles han sido los aprendizajes obtenidos que destacaría?

Tengo muy presente el recuerdo de esas primeras clases como profesora, sentía una mezcla de sensaciones y sentimientos, de muchas inseguridades y pocas certezas. Desde el principio de este recorrido profesional he sentido la necesidad de seguir aprendiendo. La labor docente es una tarea muy exigente que requiere una formación permanente. En este sentido, aprovecho esta entrevista para reconocer la labor que se hace desde los centros de profesorado, a través de sus propuestas formativas he podido profundizar en el conocimiento y práctica de numerosas técnicas y herramientas de gestión de aula, de metodologías para generar situaciones de aprendizaje. Pero lo que destacaría como más importante son los espacios de reflexión que se generan en estas formaciones docentes. Se aprende mucha didáctica. La didáctica no es únicamente la técnica que el profesor utiliza para desarrollar la clase, sino también la reflexión sobre ese proceso de enseñanza-aprendizaje.

«La didáctica no es únicamente la técnica que el profesor utiliza para desarrollar la clase, sino también la reflexión sobre ese proceso de enseñanza-aprendizaje».

¿De quiénes ha obtenido ese aprendizaje?

He aprendido mucho de mis compañeros y compañeras, de los proyectos que he tenido la suerte de compartir con ellos a lo largo de estos más de 20 años de recorrido. Compartir con ellos las inquietudes, las dificultades, los problemas, los aciertos, las intuiciones … enriquece y redimensiona la mirada, dotándola de múltiples enfoques y sensibilidades. He aprendido a trabajar de manera colaborativa, algo tan necesario en educación. Y sobre todo he aprendido del saber hacer y del saber ser de personas con las que me une ya no solo un vínculo profesional, sino más bien un vínculo de profunda amistad.

«Cada niño es una novedad en la historia, un ser único e irrepetible del que podemos aprender mucho los adultos. Pensar que no podemos aprender nada de ellos, es negarles nuestro reconocimiento como interlocutores capaces de hacernos recapacitar, por lo tanto, si no existe interlocutor, deja de existir el diálogo, deja de existir la comunicación, deja de existir la educación».

Pero he de reconocer que mis grandes maestros son los estudiantes a los que tengo la suerte de acompañar y orientar en el proceso de aprendizaje. El niño, el adolescente, el joven, como cualquier ser humano, es un ser ambiguo, capaz de lo mejor pero también de lo peor, con sus luchas internas. No es fácil la labor docente, requiere de un proceso y un cuidado atento para evitar proyectar sobre ellos nuestras propias metas personales. Cada niño es una novedad en la historia, un ser único e irrepetible del que podemos aprender mucho los adultos. Pensar que no podemos aprender nada de ellos, es negarles nuestro reconocimiento como interlocutores capaces de hacernos recapacitar, por lo tanto, si no existe interlocutor, deja de existir el diálogo, deja de existir la comunicación, deja de existir la educación.

¿Qué enseñanza le deja el alumnado?

Los alumnos, con sus claroscuros, con sus luchas internas, con sus experiencias vitales, generan situaciones de aprendizaje muy interesantes para los docentes. Con ellos aprendo a desarrollar la paciencia, a mirarlos con esperanza, a seguir admirándome por las pequeñas cosas, a valorar el sentido del humor, a no juzgar, a compartir, a colaborar, a crecer, a convivir...

«Los alumnos, con sus claroscuros, con sus luchas internas, con sus experiencias vitales, generan situaciones de aprendizaje muy interesantes para los docentes».

Nuestro sistema educativo, en el nivel y área que imparte docencia, tiene sus fortalezas y debilidades, a su entender, ¿qué debería mejorarse y cuáles fortalezas deberíamos reforzar?

Para tratar de responder a esta pregunta, voy a fijarme en una reflexión que el papa Francisco recoge en la carta encíclica Laudato si [Alabado seas]: “la humanidad posmoderna no encontró una nueva comprensión de sí misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se vive con angustia. Tenemos demasiados medios para unos escasos y raquíticos fines”. Si echamos la vista atrás, nos damos cuenta de que nuestro sistema educativo jamás ha contado con tantos medios tecnológicos, económicos, metodológicos, humanos, como hasta ahora. Invertimos muchos esfuerzos en pensar bien el qué enseñamos y cómo lo enseñamos.

En cuanto al qué de la educación, dedicamos tiempo a seleccionar, jerarquizar, adecuar y actualizar los contenidos educativos, los saberes básicos. En cuanto al cómo de la educación, nos esforzamos por aprender nuevas metodologías activas que motiven a nuestro alumnado, que nos ayuden a ser eficaces. Pero parece que olvidamos atender una cuestión clave, fundamental, que es armonizar esfuerzos para reflexionar sobre el para qué de la educación, sobre la finalidad del acto educativo. Pero esto no será posible sin saber antes quién es la persona, hacia donde orientarla, cuáles son los posibles caminos. Me atrevería a decir que en la esfera escolar se olvida con demasiada frecuencia la pregunta por el sentido de la educación. Y, sin embargo, es la pregunta fundamental, la que legitima la razón de ser de la educación.

¿Qué propondría?

«…parece que olvidamos atender una cuestión clave, fundamental, que es armonizar esfuerzos para reflexionar sobre el para qué de la educación, sobre la finalidad del acto educativo […] Me atrevería a decir que en la esfera escolar se olvida con demasiada frecuencia la pregunta por el sentido de la educación. Y, sin embargo, es la pregunta fundamental, la que legitima la razón de ser de la educación».

Teniendo en cuenta lo anterior, propondría facilitar espacios y tiempos de encuentro en los que los diferentes agentes educativos pudieran reflexionar y avanzar sobre el sentido de la tarea educativa. Existen distintas finalidades en la educación, no puede hablarse de una sola finalidad, sino de un conjunto de fines que constituyen la razón de ser de la educación. Creo que es una de las cuestiones más relevantes a reforzar: redescubrir el sentido, el horizonte y la brújula la de la educación.

«Creo que es una de las cuestiones más relevantes a reforzar: redescubrir el sentido, el horizonte y la brújula la de la educación».

Desde su área o en general, ¿cuáles son a su entender los principales retos de la educación en los próximos años?

La Declaración Universal de Derechos Humanos en su artículo primero expresa que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.” Además de reconocer la libertad e igualdad en dignidad y derechos de las personas, se indica un deber, el de vivir fraternalmente. Este es un llamado que nos interpela a todos y, especialmente, a los educadores. Es un reto que bien podría orientar la brújula de la educación que antes mencionaba.

En este sentido, retomo de nuevo una reflexión presente en la Laudato si’ que nos da pistas muy valiosas: “Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.” En definitiva, educar personas para que sean capaces de transformar el mundo en un lugar más fraterno y habitable. Ese sería el gran reto educativo, un desafío a largo plazo que quizá puede que choque con nuestra mirada cortoplacista y seducida por la inmediatez.

¿Es complejo cambiar esta mentalidad de la inmediatez?

Comento esto porque en nuestra cultura occidental solemos enamorarnos del producto, de los resultados, pero olvidamos el proceso. Y la educación es puro proceso. Buscamos nuevas herramientas, metodologías innovadoras, recetas de aplicación inmediata, pero ¿nos detenemos a reflexionar si estas estrategias conllevan un verdadero éxito educativo? Vuelvo a insistir en la importancia de la reflexión docente para profundizar y conocer la filosofía educativa que hay en el fondo de cada metodología y enfoque educativo para valorar sus verdaderos aportes a la consecución de las grandes finalidades de la educación.

«Buscamos nuevas herramientas, metodologías innovadoras, recetas de aplicación inmediata, pero ¿nos detenemos a reflexionar si estas estrategias conllevan un verdadero éxito educativo?»

Hay diversidad de metodologías de enseñanza. Usted ha aplicado varias. ¿Cuáles son aquellas que ha utilizado y ha permitido que su alumnado obtenga mejores resultados o competencias?

Desde hace ya tiempo me interesa mucho todo lo que se está avanzando sobre la educación de la inteligencia espiritual. Desde mi punto de vista, este cultivo de la espiritualidad es una fuente de innovación educativa.

¿Qué deberíamos entender por «inteligencia espiritual»?

Hoy más que nunca somos conscientes de la importancia de educar desde la integralidad y profundidad de la persona. La vida espiritual está en potencia en todo ser humano, requiere de un cultivo y una educación para que se articule y desarrolle en plenitud. Desde el ámbito de la antropología, de la psicología, de la neuropedagogía, se están realizando interesantes aportes que ofrecen extraordinarias posibilidades para mejorar la práctica educativa. La educación transversal de la capacidad espiritual constituye una potente forma de dar respuesta a los nuevos retos educativos y plantea nuevos horizontes en el proceso formativo de las nuevas generaciones. La inteligencia espiritual nos abre a la cuestión del sentido, nos permite tomar distancia e identificar los puntos débiles y fortalezas de nuestra vida. Y esto es fundamental para diseñar inteligentemente un proyecto de vida feliz. Ello se consigue cultivando conjuntamente todas las capacidades humanas, incluida la espiritual.

Es muy difícil, por no decir imposible, alcanzar este gran reto de educar personas para que sean capaces de transformar el mundo, si no se atende la educación de la espiritualidad humana. Y ello porque educar la inteligencia espiritual ayuda al alumno a conectar consigo mismo, a crecer en el conocimiento y profundidad personal para descubrir los recursos interiores y la potencialidad interior. Desde esa profundidad personal, es capaz de detectar las claves que le permiten conectar con lo que los otros son, y con lo que la realidad es, generando una renovada consciencia relacional, que consiste en sentirse parte de una unidad con los demás, con todos los seres y formas de vida. De esta consciencia relacional, de sentirse parte de un Todo orgánico, brota un renovado compromiso social y ecológico que hace posible el desarrollo integral humano.

«La inteligencia espiritual nos abre a la cuestión del sentido, nos permite tomar distancia e identificar los puntos débiles y fortalezas de nuestra vida»

En esta línea, también desde hace unos años, me interesa mucho el aprendizaje-servicio, como propuesta que une éxito educativo y compromiso social. Es un enfoque educativo donde los centros escolares son espacios abiertos a las necesidades sociales, donde el alumnado aprende al desarrollar un servicio a la sociedad.

Se suele comentar que el profesorado, en todos los niveles, han perdido o están perdiendo el reconocimiento social. ¿Cómo lo percibe usted? Si considera que es así, ¿cuáles son las causas?

Sí, cierto, también lo percibo. Es un tema complejo fruto de una sinergia de causas. Nadie duda de la importancia de la educación de las personas, pero ¿qué se entiende por la educación formal?, ¿Qué finalidades debería perseguir? Depende de cómo entendamos la educación, así comprenderemos a uno de sus agentes principales: el profesorado.

Me gusta preguntar a comienzo de curso a mis alumnos de la ESO por qué vienen al instituto. Varios responden, sorprendidos por tal pregunta, que vienen porque es obligatorio. Una amplia mayoría dicen que vienen para conseguir un buen trabajo. Y pocos son los que ven a primera vista un beneficio más profundo y humanizador de la educación. Tengo la intuición de que esta percepción del alumnado refleja la imagen que se tiene de la esfera escolar. Quizá uno de los problemas que se deriva de esta forma de mirar la educación, es que se ve a los docentes más como instructores que como educadores.

Quizá relacionado con lo anterior, también está la infravaloración de la carrera de magisterio. Cuántos grandes maestros se pierde nuestra sociedad por considerar los estudios de magisterio como una carrera menor. Vemos estudiantes brillantes que ni se plantean cursar magisterio porque socialmente se ve como una infrautilización de su talento. Cuánto de bueno podrían aportar al bien de las personas y de la sociedad.

«…se ve a los docentes más como instructores que como educadores».

Por último, también hay que reconocer que los docentes somos humanos, nos equivocamos, también atravesamos temporadas difíciles que nos afectan, y esto puede reflejarse en nuestra labor docente, evidentemente. Y como no, también en esta profesión, aunque sean muy pocas, pero también hay personas que ejercen la docencia con cierta debilidad vocacional y actitudinal. En nuestra profesión, los errores y las debilidades tienen una fuerte repercusión, quizá más que en otras, y vienen a erosionar la imagen del colectivo profesional docente.

«En nuestra profesión, los errores y las debilidades tienen una fuerte repercusión, quizá más que en otras, y vienen a erosionar la imagen del colectivo profesional docente»

En las aulas universitarias tenemos futuros maestros y maestras que se preparan para ser profesores de infantil, primaria, ESO, bachillerato, FP. ¿Qué ideas considera deberían tener siempre presente en la enseñanza?

Seguro que todos tenemos presente algún docente que nos ha marcado, que lo recordamos con especial cariño y admiración, que ha sido inspirador en nuestras vidas y que incluso ha podido despertar nuestra vocación docente. Pero también nos acordamos de aquellos que han dejado en nosotros una impronta no tan positiva, quizá incluso dolorosa, paralizante o limitante. También hay un buen número de docentes que pasan por nuestras vidas sin pena ni gloria, que no han sido significativos para nosotros. Por ello, invitaría a cada futuro docente a que se preguntase: ¿Qué tipo de huella quiero dejar en mis alumnos?

En este sentido, y en analogía con la experiencia de Moisés en el episodio bíblico de la zarza ardiendo [Ex 3, 5], invitaría a cada docente a “quitarse las sandalias”, porque cada alumno es “tierra sagrada”, es un tesoro irrepetible. Reconocer la novedad de la persona del alumno supone acogerle en nuestro interior tal como es. El niño, el adolescente, necesita un entorno de acogida para poder desarrollar armónicamente todas sus dimensiones, un ambiente en el que pueda desplegar su potencial, un entorno que active y dinamice sus distintas fortalezas interiores. Para ello no basta solo la buena voluntad, sino también la continua capacitación docente.

Y, por último, no olvidar la importancia de uno de los motores más importantes del educador: la esperanza, la creencia de que todo el esfuerzo condensado en el acto de educar dará sus frutos, tendrá sus efectos beneficiosos para la persona y para la sociedad.