Una comedia del absurdo, trufada de intriga y elementos de psicoanálisis, y la versión teatral de una obra clásica de Baltasar Gracián han sido dos espectáculos de impacto. 

"¿Quién es el señor Schmitt?" y "El Criticón"

Una comedia del absurdo, trufada de intriga y elementos de psicoanálisis, y la versión teatral de una obra clásica de Baltasar Gracián han sido dos espectáculos de impacto. 

¿QUIÉN ES EL SEÑOR SCHMITT?

En el Teatro Principal se ha visto durante el pasado fin de semana la debatida obra del francés Sébastien Thiéry  ‘¿Quién es el señor Schmitt?’, de la mano de Barco Pirata Producciones. En versión y dirección de Sergio Peris- Mencheta, con protagonismo destacado de Javier Gutiérrez, se plantea una situación que pudiéramos encuadrar dentro del teatro evolutivo, por cuanto comienza de una manera y termina de otra. El inicio oscila entre el surrealismo y el teatro del absurdo, pero la trama comienza pronto a integrar elementos de intriga, para derivar hacia la comedia psicológica y finalizar en una situación dramática.

El señor y la señora Carnero viven en una casa sin teléfono, que sin embargo suena reiteradamente. Una voz anónima pregunta por el doctor Schmitt. Ellos están en casa de ese desconocido. No pueden salir de allí, su llave no corresponde a la cerradura. La pareja no tiene hijos, pero en determinado momento aparece uno, y de la etnia negra, algo biológicamente improbable. Residen en Andorra, cosa que ignoraban. Existe otro doctor Carnero en Ciudad Real, del que se conocen detalles sorprendentes. ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué aparece la policía, que sí consigue entrar en el piso, lo mismo que el psiquiatra?

Todo queda sujeto al criterio del espectador, que debe esforzarse en ensamblar unos elementos con otros, desde la comicidad de algunas situaciones hasta el final trágico, o aparentemente tal. Hay varias sinrazones a las que cada cual puede encontrar sentido o no encontrarlo. Esta es una de las riquezas del texto, cuya ambigüedad estimula el juicio crítico del público.

El mar de fondo remite al problema de la identidad. ¿Son los protagonistas lo que manifiestan ser, o lo que las circunstancias les obligan a parecer? ¿Están locos, están abducidos, son unos farsantes, unos seres manipulados? El símil reiterativo que alude a la vida de los salmones y a su proceso viajero a través de los ríos, unas veces contracorriente y otras dejándose llevar, contiene un mensaje y es una invitación de largo alcance reflexivo.

La obra se estrenó en Murcia el pasado otoño y ha recorrido varios escenarios peninsulares despertando siempre cierta polémica en cuanto a su interpretación. Javier Gutiérrez sostiene con gran eficacia la trama, secundado con bastante acierto por Cristina Castaño, su mujer, llamada Margarita o Mónica, según la situación en que se encuadre, como señora Carnero o señora Schmitt. Algunas de sus intervenciones se resienten acústicamente por el  escaso volumen de su voz atiplada. El resto de los personajes, Armando Buika, Xavier Murúa y Quique Fernández cumplen. La iluminación y la escenografía juegan un importante papel, destacando el juego escénico del intercambio de situación en la puerta de salida de la vivienda.

EL CRITICÓN

Tras su estreno en el Teatro Principal el pasado año, la compañía Teatro del Temple ha repuesto la obra en su sede escénica, el Teatro de las Esquinas, en sesión única celebrada el domingo día 10. A punto de cumplir la compañía el cuarto de siglo, es muy oportuna la reposición de esta metáfora sobre la descomposición social que se agazapa sobre símbolos, rituales y ceremonias.

La versión realizada por José Luis Esteban tiene mucho mérito porque ha conseguido desgranar y resumir en hora y media la visión filosófica del mundo que elabora Gracián en su novela bajo la forma de una gran epopeya moral. A través de un meritorio malabarismo compositivo se mantienen la invención y el didactismo, la erudición y el estilo literario del autor, el desengaño filosófico y la sátira social que salpica toda la acción.

Es conocido el eje de la trama: los náufragos Critilo y Andrenio se han encontrado en una isla, donde el segundo fue criado por los animales y ha vivido al margen de la civilización hasta la llegada de su mentor, hombre instruido que le enseña a hablar. Son rescatados y comienzan una larga peregrinación alegórica en busca de la presunta madre de Andrenio, al mismo tiempo que de Felisinda, la desaparecida esposa de Critilo, que a la vez resulta ser la madre de Andrenio, para al final de su vida alcanzar la Isla de la Inmortalidad.

La acción dramática transcurre en el interior de una misteriosa Embajada y cuenta lo que allí sucede a la llegada de Andrenio y Critilo. Lo que en principio es una acogida  amistosa va enredándose en un laberinto de apariencias, falsas verdades, conciencias culpables y crímenes sin castigo que poco a poco desvelan el verdadero carácter de los miembros de la Embajada.

El reto afrontado por José Luis Esteban a la hora de la versión, surge de una premisa: la época en la que transcurre la acción no es demasiado distinta de la nuestra, por lo que es oportuno aplicar las mismas fórmulas de análisis de la realidad. A partir de estos planteamientos, bajo la dirección de Carlos Martín –que al mismo tiempo desempeña el personaje de Argos, con el seudónimo de Charles Bad– los personajes desarrollan una composición espectacular en cuanto a interpretación, encarnando el propio José Luis Esteban al reflexivo Critilo y Alfonso Palomares al explosivo Andrenio.

Todo el elenco funciona con enorme conjunción, en un derroche de comicidad combinada con la ironía y el sarcasmo. Félix Martín, Francisco Fraguas, Minerva Arbués, Encarni Corrales y Gonzalo Alonso consiguen desarrollar los diferentes planos de la obra, apoyados en una escenografía muy bien diseñada por Tomás Ruata, aderezada por las oportunas melodías de Gonzalo Alonso, con la coordinación técnica de Alfonso Plou y la producción de María López Insausti.

En líneas generales no hay mucha diferencia con la obra estrenada hace un año, aunque puede señalarse una mayor coherencia interpretativa, en la que destacan la precisión coreográfica y el papel de Argos, el clérigo ciego/visionario, que crea con su figura hierática y el gesto de sus brazos extendidos un espacio de significados que trascienden lo meramente escénico.