Un marido ideal

Entre la burla, el ingenio, la ironía y el sarcasmo, Oscar Wilde disecciona en esta comedia ácida su visión de las altas esferas de la sociedad, no solo la británica durante la época victoriana, sino también la de nuestra convulsa actualidad.

El pasado fin de semana pudimos contemplar en el Teatro Principal un retrato de la sociedad contemporánea realizado hace más de un siglo. Visión lúcida, podríamos llamar a la sutileza de Oscar Wilde, que en su obra ‘Un marido ideal’ nos plantea un conflicto intrafamiliar de trascendencia social que, auténticamente, es una premonición de lo que ocurre hoy, o tal vez de lo que ha ocurrido siempre, desde que el poder está en manos de la gente sin escrúpulos o de baja estatura moral.

La compañía Secuencia 3 presentó esta obra emblemática del escritor y dramaturgo inglés, en versión de Eduardo Galán, bajo la dirección de Juan Carlos Pérez de la Fuente. Un escogido elenco capitaneado por Juanjo Artero y participado por Candela Serrat, Ania Hernández, Ana Arias y Carles Francino, actualiza una escena de la alta sociedad británica de finales del siglo XIX en la que se plasma la corrupción moral de los individuos en toda la panoplia personal, la cual deriva en una corrupción social que intoxica también el mundo de la política.

Temas tan lamentablemente presentes en la historia humana como el abuso de poder, el tráfico de influencias, la utilización del chantaje, la hipocresía del lenguaje, las falsas apariencias y tantas otras lacras de nuestra convivencia aparecen definidas y analizadas por el agudo bisturí de Wilde, que los protagonistas trasladan al escenario con implacable eficacia.

El texto provoca sonrisas, pero amargas y cargadas de ironía, porque al espectador se le vienen a la memoria escenas y personajes contemporáneos cuyas mentiras, fraudes y trampas ya no solo perjudican a su estamento social o profesional, sino  también al colectivo de la ciudadanía.

Todo el espectáculo adquiere un cierto carácter de atemporalidad, y a ello responde tanto la escenografía como el vestuario, de una elegancia sin estilo definido pero claramente alusivo a los estamentos sociales de donde proceden las decisiones y actitudes que embadurnan el panorama.

Interpretación muy ajustada de los actores y buena aplicación del espacio sonoro, con una coreografía solvente.