La fuerza del cariño
Cuatro personajes componen, cada cual a su estilo, ‘La fuerza del cariño’, que se ofreció en el Teatro Principal la pasada semana, producida por Pentación Espectáculos. Es una obra, adaptada por Emilio Hernández sobre la versión teatral de Dan Gordon, a partir de la novela de Larry McMurtry, que combina el humor con las realidades penosas de la vida.
El elenco está encabezado por Lolita Flores, y la acompañan con desparpajo en una magnífica actuación Luis Mottola, Antonio Hortelano y Marta Guerras, bajo la dirección experta de Magüi Mira. Entre todos consiguen un espectáculo de gran densidad cómica, con diversos apuntes para la reflexión y el análisis de las relaciones interpersonales.
Los conflictos entre Aurora y Emma, madre e hija, entre la pareja formada por Emma y Flap, los problemas de la maternidad, la relaciones esporádicas y la presencia de un sujeto exótico, como el astronauta Garret, conceden a la obra un sabor propio, un toque original que permite además trascender la realidad ordinaria y proyectarla en un ambiente más amplio y universal.
Aunque no se trata de una comedia con final feliz al uso, porque hay choques, enfrentamientos, contrastes de época y personajes de perfil oscuro, la conclusión de esta pieza dramática tiene un halo de resignada ternura que amortigua el sabor amargo que toda muerte produce, sobre todo cuando afecta a una persona tan joven y tan vital como la interpretada por Marta Guerras.
Otro acierto importante es el ritmo de la trama, con breves paréntesis en los que se recurre a melodías conocidas de la música pop y rock, con cambios de vestuario en el propio escenario y con un protagonismo destacado del teléfono como vehículo comunicativo, sobre todo en la primera parte de la obra.
Y precisamente es con una hipotética comunicación telefónica con el ‘más allá’ como concluye la obra, cuyo juego de luces para enfocar escenas sucesivas o simultáneas es también un notable acierto.
Sin reservas
Dentro del programa literario Aragón Negro, el Teatro del Mercado presentó la pasada semana la obra de Sergio Plou ‘Sin reservas’, dirigida por Josean Mateos e interpretada por Ana García, Amparo Luberto e Ignacio Otín. Se trata de una comedia de tono ácido por cuanto plantea las desavenencias entre la propietaria de un restaurante, su pinche de cocina y la encargada de la repostería.
El desarrollo inicial es un tanto premioso, y está dedicado básicamente a la porfía entre la patrona y su pinche, que se preparan en el vestuario antes de iniciar su faena. Se acercan las vacaciones de verano y es un tema que se intercala en la comunicación, mezclado con otros relativos al futuro laboral del muchacho y a la situación personal de la dueña del negocio.
La cosa se complica cuando aparece Azucena, la repostera, que llega también dispuesta a viajar, acompañada de una voluminosa y pesada maleta. Crece la tensión dramática porque finalmente se revela el contenido del equipaje. La obra va de menos a más y acaba en un clímax tenso cuando alguien se acerca y se va a descubrir el macabro contenido del maletón de la repostera.
El texto de esta comedia negra, producida por Facultad Mermada va ganando consistencia a lo largo del desarrollo de la obra, como así mismo les ocurre a los intérpretes, particularmente a Begoña, la dueña del establecimiento, y a Azucena, la repostera.
Bodas de sangre
Federico García Lorca es un dramaturgo interminable y sin fronteras, con una descomunal capacidad de convocatoria que llenó por completo el Teatro de las Esquinas el pasado domingo, día 19, con la original puesta en escena de ‘Bodas de Sangre’, una explosión de poesía y al mismo tiempo un alarde de transgresión de los cánones establecidos para representar cierto tipo de obras.
La compañía zaragozana Teatro del Alma, bajo la dirección de Laura Plano, ha buscado la forma de universalizar un tema de por sí universal, conectándolo con un ambiente próximo, desde una perspectiva cultural, y lejano en la geografía, al menos en su origen: el tango argentino.
El drama poético de García Lorca sobre el crimen ocurrido en Níjar en 1928 ha predominado sobre otras narraciones de ese mismo suceso, ha tenido múltiples versiones en la escena y se ha trasladado a la gran pantalla en diversas ocasiones, desde 1938 hasta hace cinco años con la película ‘La Novia’, de Paula Ortiz.
Tan amplio despliegue de posibilidades ha impulsado a los responsables del Teatro del Alma a salirse de la raíz tradicional, del espíritu atávico andaluz que transita en las interioridades de la obra y, sin restarle un ápice de su mensaje poético, darle un vuelo de amplios horizontes.
A ello han contribuido la música de Óscar Plano, que actuó en directo a la guitarra, junto con Fernando Salinas, al bandoneón, las coreografías de Elia Lozano, y la elaboración del tango bailado por Pilar Vicente y José Antonio Sanz Miguel. El elenco lo forman Ana Marín (la madre), Jesús Sesma (el padre), Evelia Sancho (la novia), Saúl Blasco (Leonardo), Pepe Gros (el novio), Susana Martínez (la mujer de Leonardo), Carmen Marín (la suegra), Nuria Herreros (la criada), Violeta Rebollo (la niña) y Elia Lozano (la muerte).
El nuevo enfoque no empaña en absoluto el espíritu inicial de la pieza de García Lorca, un poeta que se expresa a través de diferentes estructuras literarias, en este caso el teatro. La función transcurre con un dinamismo muy sugerente por cuanto está salpicada de episodios musicales cantados y bailados, aunque ajenos a la raíz telúrica en la que se inspiró la obra. La presencia constante de la muerte, encarnada por la bailarina Elia Lozano, personaliza esta versión.
Fue estrenada hace tres años en el Teatro Principal, y el tiempo transcurrido la ha asentado, la ha matizado y, como a los buenos vinos, le ha añadido una solera y una calidad que la hace imprescindible en la dramatografía de García Lorca.