La semana ha deparado dos espectáculos de signo distinto, uno de aclamada trayectoria internacional y otro de producción propia, a la que el tiempo ha dotado de peso escénico sin merma de su comicidad.
El hombre almohada y Las cuatro estaciones… de Vivaldi
Ya el título de la obra que se ha representado la pasada semana en el Teatro del Mercado es significativo. ‘El hombre almohada’ es un cuento que trasciende la fantasía para plasmarse en una realidad. La traducción de Bisán Abdel-Hafez Conde, a partir de la pieza dramática, pero llena de lirismo trágico del dramaturgo angloirlandés Martin McDonagh ha recorrido los escenarios con gran éxito.
Entre nosotros la produce la Compañia Teatro Pezkao, y la interpretan Fran Martínez, Javier Guzmán, Chavi Bruna y Nashaat Conde, bajo la dirección de Alfonso Pablo, con eficaz apoyo videográfico.
La acción sucede en un estado totalitario, en el que actúa una policía sutil, al mismo tiempo que violenta. Un escritor es arrestado e interrogado por el horrible contenido de sus cuentos infantiles y la relación de éstos con una serie de crímenes.
El asesino utiliza la almohada como arma letal. Uno de los crímenes sucede en el escenario y los otros dos han tenido lugar tiempo atrás. Las víctimas han sido los padres y el hermano del protagonista, un hombre solitario, fantasioso, soñador, descompensado en capacidades intelectuales respecto al hermano con quien comparte su vida y acaba liquidando para evitarle un futuro problemático dada su discapacidad intelectual.
Este complejo nudo de referencias simbólicas es el eje de la trama que comienza con la detención del escritor a quien se acusa de algo al principio inexplicable: ser autor de una serie de cuentos que no atentan contra los principios políticos del poder, como reconocen los dos policías que le interrogan. Comienza la intriga.
El tema básico es el peligroso poder de la literatura cuando opta por salirse del habitual espacio cómodo y seguro que atrae a la mayoría de los lectores, y con un afilado sentido del humor negro intenta combinar la poesía con el horror, añadiendo una cierta dosis de lirismo apoyado en la belleza del lenguaje.
La pieza pecó de cierta descompensación en cuanto al ritmo, acusando la falta de ensamblaje entre sus cuadros.
Las cuatro estaciones… de Vivaldi
Los pasados días 23 y 24, el Teatro Che y Moche ha repuesto en el Teatro de las Esquinas su dinámica y divertida versión de los emblemáticos conciertos de la opus 8 de Antonio Vivaldi que son conocidos como las ‘Cuatro estaciones’. Hace dos años se estrenó en el Teatro Principal con merecido éxito. Ahora, la pieza ha crecido, ha cuajado, se ha hecho mayor sin perder un ápice de frescura no de comicidad.
El título del programa, ‘Las cuatro estaciones… ya no son lo que eran’, ya avisa de que se trata de algo más que de melodías, por muy populares que sean las composiciones del músico veneciano. Porque los artistas tienen la capacidad de asimilar obras consagradas y transformarlas en nuevas realidades. Además, la famosa composición vivaldiana tiene también su prosa, y a ella han atendido en parte los Che y Moche para componer su gozosa comedia.
Bajo la dirección de Marián Pueo y Joaquín Murillo, los actores-músicos desarrollan un espectáculo ágil, ameno y sugerente, que también contiene un trasfondo de llamada de atención sobre el cambio climático. Espectáculo para todos los públicos, bajo la dirección musical de Teresa Polyvka, que lleva el protagonismo melódico con su violín, acompañada por los músicos-actores Fernando Lleyda, Elva Trullén, Kike Lera, Fran Gazol, Saúl Blasco y Rubén Mompeón, formando todos una troupe que sigue el discurso musical y narrativo de Vivaldi.
Elementos importantes son el videográfico y el espacio escénico que organiza Agustín Pardo, contando con la dirección técnica de Tatoño Perales. La trama argumental incorpora un servicio de Food Truck instalado en una caravana que sirve como recurso para diversos episodios cómicos vinculados a la alimentación, según las estaciones del año.
Indudablemente destaca Joaquín Murillo, explotando su vis cómica en un alarde de recursos interpretativos y gestuales. No hay texto en la obra, salvo monosílabos y sonidos guturales, pero queda plenamente sustituido por la mímica y la música, que transmiten belleza y diversión al mismo tiempo. Una obra a la que las giras han beneficiado, dándole peso y enjundia, sin renunciar a su comicidad.