La última tourné y La leyenda del pianista en el océano

El Teatro Principal y el Teatro Arbolé han sido escenario de dos obras muy distintas, la primera divertida, pero intrascendente, plagada de figuras famosas de la canción y las varietés. La segunda, dentro del ciclo ‘Refusés’, de carácter poético, con una visión nostálgica del pasado amparada en la música. La última tourné Llegó al Teatro Principal el espectáculo titulado ‘La última tourné’, creado y dirigido por Félix Sabroso con la participación de un elenco de campanillas. La cantante Alaska interpretaba a Paca Castellón, una vedette cómica, Manuel Vaquerizo al coreógrafo internacional Enzo Marini, la rutilante Bibiana Fernández a Miranda Vega, estrella de la compañía, Manuel Banderas era Norberto Pinti, el director del espectáculo de varietés, y completaban el elenco Cayetano Fernández, como Tino Velasco, domador de caniches y cantante de copla, y Marisol Muriel, como bailarina de reparto, siempre en pugna con la primera artista. La obra ha despertado algunas polémicas entre las profesionales de la enfermería por el atuendo de Alaska en su papel cómico, que según algunos deteriora la imagen de esas valiosas profesionales, pero lo que en realidad se plantea el espectáculo es el cambio de los tiempos y de los gustos del público a finales del siglo XX, y la necesidad que sienten los miembros de la troupe de cambiar de onda para acomodarse a las nuevas exigencias del respetable. Así que hacen varios ensayos intentando implicarse en una obra de difícil asimilación de Federico García Lorca, programan un bolo ocasional para conseguir dinero representando un Belén viviente, que las irregularidades administrativas del alcalde contratante llevan al fracaso, y finalmente retornan a sus orígenes intentando divertir a la gente, sin más pretensiones. Y en realidad el público se divierte, porque no les falta calidad interpretativa a la mayor parte de los actuantes, sobre todo en el plan sonoro, ya que todos cantan, pero donde la obra fracasa es en la coherencia del guión, que se desarrolla de forma deslavazada y fragmentaria sin llegar a consolidar un espectáculo definido. No obstante, existe una doble lectura que incide sobre la modernización de España, sobre el intento de cambiar de fórmulas culturales y sobre el fracaso del proyecto, que subyace a la fragilidad temática de la obra. Para los protagonistas ha significado un reto importante, según han confesado varios de ellos, y para el público un espectáculo divertido, sin mayor trascendencia. De hecho, en sus cinco actuaciones zaragozanas han conseguido llenar el Teatro Principal, lo cual no siempre es índice de calidad dramática ni cómica, pero así son las cosas, así es el público en general a la hora de acudir a pasar un buen rato. La leyenda del pianista en el océano El Teatro Arbolé está ofreciendo durante los viernes de estos meses invernales –y al mismo tiempo pre-primaverales– obras de calidad destinadas preferentemente a los adultos. Como es sabido, su programación principal está dedicada al mundo infantil y familiar. Dentro de este ciclo semanal, el pasado viernes ofreció una versión del poético texto de Alessandro Baricco que narra la historia de un trompetista de jazz, enrolado durante varios años como músico en una de las rutas marítimas establecidas entre Europa y América a principios del siglo XX. Lo que el trompetista cuenta no es su propia aventura, sino la vida de quien fuera su mejor amigo, llamado Novecento porque había nacido a comienzos del siglo en el propio barco y se convirtió con el tiempo en un extraordinario pianista que alegraba al pasaje en sus diversos emplazamientos. Alguien cuyo sentido de la vida radicaba precisamente en eso, en disfrutar de la música y entretener a los pasajeros con sus asombrosas melodías de creación propia. Alguien que se resistía a descender a tierra y que, habiendo fracasado en el único intento de hacerlo, decidió seguir viviendo en el barco hasta el fin de sus días. El montaje dirigido por Marisa Nolla dio más relieve al elemento lírico que al épico, confiando la actuación a Manuel Buenaventura, algo envarado al principio, pero que progresivamente se fue soltando y adaptando su actuación a la historia. Jorge Parra le acompañó al teclado, pero electrónico, remedando al propio Novecento de forma más bien simbólica, porque el espectáculo hubiera ganado en fuerza y sonoridad con un piano acústico, aunque no hubiera sido de concierto. La historia de este viaje emocional en busca del sentido de la vida a través de la música y la memoria, basado en la amistad y en la admiración, convierten a la obra en inolvidable y conmovedora por cuando indaga en los rincones del ser humano y en su incesante persecución de los sueños.