MÁS ALLÁ DEL ALBERO, por Imanol Sánchez

Los tentaderos en casa de D. José

El tentadero es ese lugar místico donde nos fraguamos los toreros y los ganaderos en la soledad del campo. Sin público, sin presión y sin exigencias, más allá de las no pocas que los toreros nos ponemos cada día pensando que pronto vendrá una nueva tarde.

La casa de D. José Arriazu e Hijos, y ya nietos, es una casa ganadera con 50 años de existencia que ya va por la tercera generación, un lugar donde el miedo y la emoción en todo cuanto se hace, y en el tentadero la prueba de fuego para el torero y el ganadero no se iba a quedar atrás.

Muchos me preguntan; -Imanol me gustaría asistir a un tentadero en casa de D. José-, -Tiene que ser espectacular- y lo cierto es que sí, si hay un denominador común, es el miedo que se pasa hasta viendo a los compañeros, no ajenos a que en cualquier descuido, se va la vida por delante.

Impresiona, cuando más, escuchar el mugir de las vacas que están siendo apartadas para saltar a la plaza de tientas, golpes contra las puertas de acero, provocando un ensordecedor ruido en medio del silencio, mientras el polvo levantado hace que se pierdan de vista a los ganaderos y vaqueros mientras cae el sol de la tarde. Y cuando por fin las reses saltan a la arena de la plaza de tientas, ese color rojizo característico de la Casta Navarra, morro afilado, agresivas defensas y ya marca de la casa; importante trapio, hace que los toreros allí presentes traguemos saliva antes de enfrentarnos a nuestro antagonista o antes de ver al compañero hacerlo.

Peligro, mucho peligro, exigencia, bravura seca y una movilidad ágil y veloz, es el comportamiento típico de este encaste; quizás muchos piensen en la poca necesidad que hay de enfrentarse a un ganado en el que por momentos aquello más parece un cuerpo a cuerpo entre titanes de la época de los Gladiadores, que una obra de arte del toreo moderno instaurado por Joselito y Belmonte.

Y quizás no les falte razón, pero para los que tenemos otra manera de interpretar el toreo y entendemos el mismo como una entrega en cuerpo y alma a lo que se hace dentro y fuera de la plaza, ese momento de soledad en el que sin buscar los vítores de un público, o el reconocimiento de críticos o cámaras de televisión, buscamos vivir nuestra mayor libertad, entregándolo en cuerpo y alma a las circunstancias del momento.

Desde el burladero, tenso y concentrado veo como Paulita, Pérez Mota y Alberto Álvarez, lidian las vacas en suerte hasta llegar mi turno. bajo el bramido de algún toro escuchado a lo lejos o cantos de pájaros, solo roto por el silencio ensordecedor que se aglutina entorno a la faena, o los ay y cuida cuando lo que allí pasa no está exento de peligro.

Una rueda, vaca tras vaca, hasta que llega el momento de probar y entregarme para volver a la misma rueda durante lo que dura el tentadero.

Un ritual que alimenta el alma y nos permite ser libres en plena Ribera Navarra. Hay ganaderías con personalidad y leyenda, y desde luego, esta, la de Don José es una de ellas.

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