La contribución de la segunda línea es clave para obtener unas cifras goleadoras importantes. Imagen: Real Zaragoza

Ser certero en las áreas forma parte del manual de Segunda División. Gobernarlas ambas, acertando en la meta rival y poniendo el cerrojo en la propia, es una condición indispensable para catapultarse a los puestos altos de la tabla y mantenerse ahí hasta finales de mayo. Así lo han tenido claro Víctor Fernández y la dirección deportiva –encabezada por Lalo Arantegui- desde el momento en el que hubo que empezar a sondear el mercado estival en busca de refuerzos, tanto en defensa como en ataque.

Así, llegaron zagueros contundentes como Atienza, Vigaray o incluso Grippo, al que se le puede considerar un fichaje después de su largo tiempo de recuperación. También se incorporaron atacantes jóvenes y con hambre, donde el requisito fundamental era la intuición de una proyección, unas cualidades latentes a punto de explotar, con la esperanza de que el lugar de detonación fuesen Zaragoza y La Romareda. “Fuimos a por él porque mete siete, pero puede marcar el doble”, decía Víctor Fernández en referencia al fichaje de Luis Suárez, una perfecta radiografía del perfil de atacante que se pretendía.

Hasta el sábado, todo había ido conforme a los deseos de Víctor y Lalo. Una ruta soñada. El Zaragoza era uno de los equipos menos goleados de la categoría –lo sigue siendo, evidentemente, tras sumar una nueva puerta a cero contra el Lugo- y había conseguido marcar en todos sus partidos, abanderado por un batallador Luis Suárez, un Dwamena que poco a poco se encuentra más cómodo y la necesaria contribución de los jugadores de segunda y tercera línea, indispensable para engordar unas cifras anotadoras que no pueden depender exclusivamente de los puntas.

La insistencia sin premio

Sin embargo, esa racha se rompió ayer. Y no porque el Zaragoza no lo intentara, que lo hizo con insistencia, sino porque, simplemente, esta vez no estuvo inspirado de cara a la red del contrincante. Pese al entramado defensivo del Lugo, que plantó cinco defensas y con frecuencia estuvo metido en el primer tercio de su campo, el Zaragoza disparó un total de veinticinco veces, de las cuales una decena se marcharon fuera y once fueron rechazadas por la zaga lucense. Entre los tres palos solo fueron cuatro, y cuando eso sucedió ahí estuvo Varo para espantar el peligro.

En los encuentros anteriores, el conjunto de Víctor Fernández siempre había encontrado el camino hasta la red: marcó un gol en Ponferrada y otro en la visita del Elche, le hizo dos en casa al Tenerife en el debut y realizó dos verdaderas exhibiciones de pegada en Santo Domingo –Alcorcón- y en el penúltimo duelo ante el Extremadura, logrando anotar tres tantos en cada ocasión. Estas cifras colocan al Zaragoza entre los cinco o seis equipos más goleadores de la competición, sin olvidar que cuenta con un partido menos que todos ellos, el que tiene pendiente de disputar, no se sabe cuándo, en Fuenlabrada.

Esta vez no fue así y el aficionado zaragocista no pudo celebrar ningún gol de su equipo, pero nada debe preocuparle en este sentido: el Zaragoza domina los partidos y los lleva a campo rival, donde las ocasiones llegan con fluidez. El trabajo previo para llegar a la portería contraria está bien hecho y, en los metros finales, el éxito o el fracaso dependen de la frescura y el talento. El Zaragoza tiene ambas cosas, lo cual garantiza, en la mayoría de los casos, los resultados.

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