Resiliencia en tiempos de coronavirus, la capacidad de doblarse sin partirse



La resiliencia es el arte de ver lo positivo en lo negativo de las cosas. Ilustración: Marta Villarte Ros
photo_camera La resiliencia es el arte de ver lo positivo en lo negativo de las cosas. Ilustración: Marta Villarte Ros

“Después de todo, la muerte es un síntoma de que alguna vez hubo vida”. Esta cita del escritor Mario Benedetti representa casi a la perfección la esencia de esa palabra que últimamente se ha puesto tan de moda: la resiliencia. “La capacidad de doblarse sin partirse”. Un motor de vida y ejercicio de inteligencia emocional a través del cual es posible sacar lo mejor de aquellos momentos difíciles en los que uno ha estado a punto de quebrarse. La muerte ha acompañado a muchos aragoneses durante esta pandemia y la resiliencia puede ser una herramienta adecuada para aprovechar la vida y vivir el momento.

Lo cierto es que la muerte es un concepto totalmente condicionado por la cultura. Las religiones judeocristianas la temen y consideran que es un castigo divino; sin embargo, los hinduistas piensan que simboliza una simple transición hacia la nueva vida. “Lo que uno mismo piensa condiciona lo que siente y actúa en consecuencia. La neurociencia ha demostrado que 600 milisegundos antes de pensar, sentimos. Ese sentir también es muy cultural”, explica la experta en inteligencia y educación emocional, Ana Rodríguez.

Lo es porque desde que somos niños adquirimos una serie de valores y sentimientos que forjan una personalidad concreta. “Instintivamente no hay un temor a la muerte y esto se observa precisamente en los más pequeños. Suelen preguntar alguna vez a las personas mayores: ¿Cuándo te vas a morir? Con toda la naturalidad. El concepto de la muerte asociado a la tristeza está impregnado de cultura”, comenta.

Antonio Obón en la residencia

María Alfonso en una joven zaragozana de 23 años originaria del municipio de María de Huerva. Desde niña siempre ha vivido en una casa llena de vida, rodeada de sus padres, tíos y abuelos. Una familia muy unida y con fuertes lazos establecidos. Su tío abuelo Antonio era uno de los integrantes más queridos de la familia, y más que un tío, para ella era como un abuelo. Cuando todos fueron cumpliendo años, y especialmente Antonio, el patriarca del clan decidió voluntariamente irse a vivir a una residencia de mayores de un pueblo cercano llamado Jaulín.

“Tengo dinero ahorrado y no quiero ser una carga. En la residencia estaré como un hotel”, recuerda María. “A veces existe el estigma de que es malo llevar a un mayor a una residencia cuando somos muchos en casa. Sin embargo, él lo hizo con plena voluntad y fue una buena decisión. Fue muy feliz durante esa época: iba a comprar el pan para todos, ayudaba a arreglar el césped, realizaba manualidades… Y nosotros íbamos a verlo todos los domingos”, apunta.

Pero el día 13 de abril de 2020 todo cambió. Antonio se contagió por coronavirus con 83 años. No saben cómo, pero así fue: “No nos lo podíamos creer aunque fuera en la cresta de la ola. Esos días no podía salir de la residencia porque estábamos en pleno estado de alarma y estaba totalmente aislado. De hecho, una semana antes, la directora de la residencia nos mandó una foto de él en el comedor, con su mascarilla, contento y con los pulgares hacia arriba mostrando que todo iba a ir bien. Cuatro días después recibimos una llamada donde nos dicen que tiene dolor de garganta y poco apetito. Decidieron bajarlo entonces a las urgencias de Zaragoza”, relata María.

En la capital le llevaron a cabo la famosa PCR. Resultado: positivo. Antonio se encontraba estable pero los profesionales sanitarios decidieron ingresarlo porque en sus antecedentes constaba un cáncer de colón que superó años atrás. Mientras, en Jaulín, la situación en la residencia era crítica: un brote en el que murieron entre siete u ocho personas de unos 45 residentes. Para Antonio, todo se fue complicando también paulatinamente.

“Uno de los miedos más vitales de una persona es perder a un ser querido. Es instintivo, natural, forma parte de lo que es el amor”, explica la especialista en educación emocional. “No sabes afrontarlo hasta que te toca y ahí, aparte de la cultura, entra el cómo es uno mismo. Cuando alguien muere, a veces la gente le dice te dice: deja de llorar, sal de casa, supéralo… Quieren ayudar pero eso es juzgar. Son personas que necesitan apoyo, desahogo… Es necesario evitar juicios y validar esa emoción”, incluye.

El duelo es la etapa posterior a la pérdida de un ser querido. Ilustración: Marta Villarte Ros

Primer día, hospital. Segundo día, positivo. Tercer día, fallo renal. Y cuarto día, sedación. “Pasó todo de la noche a la mañana. Mi tía era la encargada de hablar con la médica y de informarnos a través del grupo de la familia. No pudimos ir a verlo en ningún momento por la situación que estábamos viviendo. Al no ver una mejoría lo sedaron porque lo peor iba a llegar tarde o temprano”, afirma María.

Justo el 3 de marzo fue el último cumpleaños de Antonio y su familia fue a verlo a la residencia. También fue el último para ellos: “Fue todo muy duro. Al no poder verlo sientes mucha impotencia. No le dijimos nada a mi abuela, su hermana, porque estaba muy mayor y no era plan. Pero es curioso recordar que mi bisabuela le hizo prometer a mi abuela que se encargaría de él al ser un hombre soltero y dependiente. No quería morirse antes de cumplir esa promesa. Él lo hizo el 18 de abril y ella el 21 de agosto”.

El día 17 de abril, su tía Pilar fue por la tarde noche al hospital para visitarlo porque los facultativos ya no podían hacer nada más. Ellos fueron los encargados de llamarla para un último adiós, limitado a cinco minutos y con un EPI. “Ella tenía mucha conexión con él. Era la que más iba a verlo a la residencia. Nos contó que estaba muy desorientado, dudaba de lo consciente que había sido de la pandemia, de lo que nos había tocado vivir… Le dijo que descansara en paz, que nosotros íbamos a estar bien y que le queríamos”, rememora María con emoción. El duelo estaba a punto de comenzar.


Antonio Obón, paciente que falleció a causa del Covid

“La misma palabra duelo te dice que va a doler. En el proceso vital de nuestra vida aprendemos más de los fracasos que de los éxitos. Nadie quiere perder a un ser querido pero esa situación te puede dar la oportunidad de valorar si esa persona ha sido buena en tu vida, si se ha portado bien contigo…”, subraya la experta. “Si entras en una centrifugadora de pensamientos negativos esto se alargará y el sufrimiento será mayor, que no el dolor: el dolor está, pero el sufrimiento es optativo. Unas buenas herramientas son imprescindibles en estos casos”, recalca.

Se suele decir que el tiempo lo cura todo. “El tiempo mitiga el dolor, pero hay personas en las que las heridas permanecen. El tiempo es tuyo: tú decides cómo vivirlo. Se puede vivir el dolor de una forma muy sana por raro que parezca”, transmite. “Lo que ha pasado durante la pandemia ha sido durísimo, cruel, porque poder despedirse de los seres queridos es muy importante para atravesar un duelo saludable. El último momento se te queda grabado. Y esas personas que no han podido hacerlo durante la pandemia han quebrado un vínculo… Las despedidas hacen que obtengas paz”, incluye.

Una de las mayores expertas en el campo de la muerte, Elisabeth Kübler-Ross, diseñó un modelo de referencia en el ámbito de la psicología que descansa en su libro “On Death and Dying” (1969). En él explica las cinco fases en las que se divide un duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. En la primera, la persona suele negar la importancia de la pérdida. En la fase de ira, se busca al culpable de la situación. En la tercera la persona guarda la esperanza de que nada cambie. Pero después llega la depresión, donde se generan sentimientos de tristeza. Por último se desarrolla la aceptación, y con ella un estado de calma en el que comprendes que la muerte forma parte de la vida.

“No terminamos de asimilar su muerte porque es algo que no hemos vivido. No hubo ningún tipo de velatorio, lo incineraron tres días después, las cenizas tardaron en dárnoslas casi dos meses…”, dice María. “Sin embargo, al final rompes. Todo tiene que salir por algún lado. Es entonces cuando piensas: ¿Quién puede morir solo?”, añade.

La muerte es un proceso vital que hay que afrontar con naturalidad. Ilustración: Marta Villarte Ros

Ana Rodríguez, la especialista en educación emocional, afirma que uno de los puntos clave de este campo es la aceptación: “Por un lado está lo que resistes, que persiste, y por otro, aquello que aceptas transformar. La aceptación ayuda a despegarte de la necesidad de ausencia de cambio. Cuesta desprenderse del aquí, del ahora, de las personas que queremos… La muerte es una simple transición que todos vamos a atravesar y lo mejor es afrontarlo con naturalidad”.

363 días después de aquello, María recibió una llamada telefónica de un número muy largo y con muchos seises. Al descolgarlo, se trataba de una administrativa del Clínico: “Hola, buenos días. Tenemos las pertenencias de Antonio Obón, para que paséis a recogerlas cuando podáis”. Unas palabras que cayeron como un jarro de agua fría. María se sorprendió porque había pasado un año del trágico desenlace. Naturalmente, acudieron a recoger las pertenencias: el reloj y la tarjeta sanitaria del tío Antonio.

Lo material con el tiempo desaparece, pero las despedidas se quedan grabadas en la memoria. También en el corazón: “Yo le hubiera dicho que no estaba solo. Tenía mucha gente en su vida que lo quería y para mí era una persona muy valiosa. Siempre estaba alegre, sonriendo, contando anécdotas… Se le cambiaba la cara cuando nos veía. Era una buena persona”.