Corría el año 79 cuando el volcán de Vesubio paró la vida de Pompeya. La localidad romana desapareció y junto a ella miles de ciudadanos. Para muchos, este lugar y su historia resultará más que conocido, pero lo que apenas ha trascendido es que fue descubierta por un zaragozano: Roque Joaquín de Alcubierre.
Nacido en la capital maña en 1702, cursó sus primeros estudios en su ciudad natal para ingresar pronto como voluntario en el Real Cuerpo de Ingenieros Militares.
A lo largo de su carrera profesional, ocupó cargos de gran relevancia en la búsqueda de tesoros antiguos. Con el apoyo del conde de Bureta, desempeñó su actividad en notorios destinos como Cataluña y Madrid, para más tarde pedir la admisión definitiva en el cuerpo de ingenieros en 1733, siendo nombrado capitán cinco años después.
En 1738, mientras trabajaba en las labores de diseño del palacio real de Portici, propuso una excavación de la zona. La idea, que fue apoyada por el que sería el rey Carlos III de España, permitió el descubrimiento de los restos de la ciudad de Herculano, también sepultada por el mismo volcán.
El gran descubrimiento
Diez años más tarde, el ingeniero, que había sido ascendido en 1749 a teniente coronel, decidió comenzar un nuevo trabajo de excavación junto a doce obreros en Civita. En el proceso de socavar, creyó haber descubierto la ciudad de Estabia pero, tras el hallazgo de un cipo de piedra, descubre que se encontraba frente a la vieja ciudad romana de Pompeya.
Esta fue la primera vez que se conoció la forma de vida de la antigua Roma durante el siglo primero. Con las tareas de excavación se desenterraron lugares como el anfiteatro romano de Pompeya o parte de la Vía de los Sepulcros, escenarios que se conservan en los restos de la añeja ciudad italiana.
En su trabajo como investigador, motivado por el afán de rescatar antigüedades y cumpliendo con sus obligaciones militares, Alcubierre descubrió otros lugares como Sorrento, Cumas, Pozzuoli y Capri.
