La periodista Lara Escudero afrontó el pasado mes de marzo el que bien pudo ser el viaje de su vida. Esta reportera zaragozana decidió partir hacia el corazón de la Guerra en Ucrania para vivir en primera persona el conflicto y mostrar al mundo el día a día de los combatientes y de los voluntarios, un colectivo que considera un “eslabón imprescindible” en una “perfecta cadena logística de solidaridad”.
Así, Lara recuerda a Andrei, su fiel “traductor, conductor, acompañante” y “protector”, y narra a través de una serie de reportajes las “lecciones de vida” que aprendió de la sociedad ucraniana, gente que, afirma con rotundidad, “anhelan la paz y la libertad por encima de todo”, en mitad de una guerra que “penetra en lo intangible y hace aflorar lo más puro del ser humano”.
PREGUNTA.– Cuéntame el momento en el que dices “tengo que ir a Ucrania”…
RESPUESTA.- Puf. Mi relación con la conflictología viene de lejos. Esa rama más social del Periodismo. Contar esas pequeñas historias personales que ayudan a comprender un conjunto mucho más complejo y hondo. Me especialicé en conflictos y movimientos sociales en la Universidad, y siempre he estado muy involucrada en este tipo de tratamiento informativo. En los perfiles humanos y sus contextos. Y entendamos conflicto en términos extensivos. No solo las guerras. El caso, que al estallar todo en Ucrania, la válvula se me encendió. Y tras la ola de refugiados de 2022, que nos tocó además tan de cerca en Zaragoza, tuve la oportunidad de hacer amistad con varias familias. Conocer sus vidas, su situación aquí y allá. Y me revolvió. A través de ellos, descubrí la iniciativa que estaban llevando a cabo un grupo de voluntarios ucranianos en terreno y decidí dar el paso. Lo orquesté todo por mi cuenta. Me cogí vacaciones en el trabajo, me hice una mochila inmensa, me colgué el móvil del cuello y marché a Ucrania. Recuerdo el momento en el que se lo dije en serio a mis padres. Era Navidad. Mi madre ya lo rumiaba. Mi padre estaba sentado en una silla mecedora y me puse en su regazo. “Me voy a Ucrania, papi”. Él frunció el ceño y se le cayó una lágrima. Pero lo entendió.

P.- ¿Hubo algún momento de duda?
R.- Algunos sí. Al final, tomé una decisión que no deja de ser algo temeraria. Irme sola a un país en guerra, aunque allí estuviese acompañada por las personas a las que iba a documentar. La gente me pregunta si me fui con alguna cadena de televisión, porque llevo tiempo colaborando como periodista en distintos medios. Pero lo cierto es que no. Supongo que a veces la vocación te impulsa a hacer este tipo de cosas tan locas. O, al menos, a mí. Los dos meses previos me sentía decidida, pero nerviosa. Además de que se juntaron situaciones personales muy duras. Estando aquí, me intentaba imaginar cómo era estar allí. Traté de hacer oído, aprender algunos conceptos en ucraniano y ruso. Acostumbrarme, por decir algo, a los sonidos de la guerra. Me recomendaron una app de alerta antimisiles que me descargué en el móvil. Iba fantástica, pero provocaba buenos vuelcos. El sonido era muy estridente. Una vez me sonó en la oficina y los compañeros se pensaron que era un simulacro. Vaya susto. Fue cuando les conté que me iba y alucinaron un poco. En fin. La sensación aquí es una cosa. Allí, era bien distinta…

P.- ¿Qué dijo tu familia?
R.- Apoyo absoluto, desde el principio. Claro que les daba miedo. Al final, su hija, su prima, su sobrina, su amiga, su pareja se iba a un país en guerra. Me activaron un geolocalizador para hacerme seguimiento, aunque no siempre estaba activo y se les encogía el alma. Especialmente cuando estábamos en localidades próximas al frente, o cuando caía algún misil cerca. Pero lo abrazaron sin condición. A nadie le sorprendió, en realidad, porque siempre quise dedicarme a las corresponsalías de guerra, aunque no se me haya presentado aún la oportunidad. Y tengo que dejar claro que este viaje, este proyecto, no tiene nada que ver con el periodismo de guerra. Fui a documentar un tema muy concreto, para, después, elaborar un serial de reportajes en formato, digamos, novelado. No desearía que nadie confundiese términos.
“EL TRAYECTO DE IDA NO LO OLVIDARÉ JAMÁS”
P.- Los que te conocemos sabemos que el periodismo de guerra lo tenías en tu sangre, pero, ¿te imaginabas tener un conflicto tan cerca, en la misma Europa?
R.- Los conflictos se estructuran a medio y largo plazo. Yo, desde 2014, cuando se inició el conflicto en Donbás, estaba pendiente de lo que ocurría en esas regiones y fui indagando. La cosa andaba revuelta. Pero, definitivamente, no. No pensaba que tendría una guerra a 25 horas de la puerta de mi casa. Y esta guerra, además, o sus primeras etapas al menos, ha acaparado mucho el foco mediático. Diría incluso de un modo hasta hipócrita. La manera de volcarnos con Ucrania fue excepcional y, por supuesto, admirable. Como debiera ser siempre. Pero otras guerras en el mundo y otras víctimas del horror no han recibido ni de lejos semejante acogida. Esa explosión de solidaridad no la había visto nunca. Donde quiera que miráramos. Insignias y confalones ucranios aquí y allá. En moscas televisivas. En escaparates. En marquesinas urbanas. En vestimentas diplomáticas. En alfombras rojas, incluso. Recogidas masivas de material. Transportes fletados para recoger regudiados. Y hasta compensamos económicamente la vehemencia solidaria. Vosotros, por ejemplo, en vuestra web, tenéis los colores de Ucrania en símbolo de apoyo. Eso es muy bonito, pero es una pena que la condición humana jerarquice la importancia de la vida de la gente según el grado de proximidad o del entramado comercial y geopolítico vinculante.

P.- Te acreditas, cumples los trámites, coges el vuelo, aterrizas y… ¿Qué te encuentras ahí?
R.- Bueno, el proceso no fue tan ágil. Los trámites para conseguir la acreditación de prensa son algo farragosos, porque han de expedírtela las Fuerzas Armadas ucranianas y validártela el Servicio de Seguridad. Lleva su tiempo. Y haces nervios también. Después, los transportes. Recordemos que el espacio aéreo ucraniano está cerrado y no hay vuelos directos. Las opciones se circunscriben a los países colindantes y es un verdadero jaleo organizarlo todo. Pero, bueno, salió bien y llegué sana y salva (y volví, que es lo más importante). El trayecto de ida no lo olvidaré jamás. Alto voltaje emocional. Lo primero que me encuentro no es en suelo ucraniano, sino en el autobús que nos llevaba a cruzar el punto fronterizo. Compartí asientos con gente que volvía a casa, y que vivían en guerra cada día. Desde ese instante pude tratar el imperturbable espíritu ucraniano. Fuerte. Resiliente. Es, al final, el resumen de todo este trabajo. La resistencia del pueblo ucraniano.
“LOS UCRANIANOS TE DAN LECCIONES DE VIDA CADA DÍA”
P.- ¿Cómo te recibieron los ciudadanos ucranianos?
R.- Era muy sorprendente la manera en la que todo el mundo te trataba y por, decían, “jugarte la vida por nosotros”, cuando podíamos seguir el minuto y resultado de la guerra por televisión, gracias, por supuesto, a los increíbles compañeros corresponsales que sí se juegan el pellejo durante meses y meses. No sé. Siempre te recibían con una sonrisa, a pesar de que se podía leer en sus rostros el dolor y el hartazgo por la guerra. Todos han perdido demasiado. Y yo había perdido cierta fe en la humanidad. Pero los ucranianos dan lecciones de vida cada día. Era muy tremendo con los soldados. Su humor negro. Su agradecimiento infinito a Andrei y a los suyos por estar ayudándoles a seguir adelante. Piensa que el ejército ucraniano ha multiplicado filas en este año y pico de guerra, y, aparte de armamento, están necesitados de cosas básicas, como comida, medicina y material táctico. La organización de voluntarios que fundaron Anita y Andrei trata de conseguirles todo esto y llevárselo a los batallones. También medicinas y equipamiento médico a hospitales. Es su historia la que he ido a documentar, montándome en el coche con Andrei y viajando a Donbás a hacer esas entregas a los soldados. Y un “Dayuku” -gracias en ucraniano- es reconfortante para todos. Para Andrei, porque se la juega entera, y, en este caso, para mí, que estaba de mera observante. Pero, al igual que la tristeza, la alegría y el arrojo es contagioso. Es imposible no implicarse emocionalmente. Ahora, por ejemplo, guardo con cariño en mi estantería algunos parches militares que nos regalaron varios de esos soldados. Para ellos y para quien lo recibe es un gesto muy importante. Y también cuelgan en mi casa amuletos de la suerte que una tarde, bajo el sonido de las alarmas, elaboraron niños en un colegio.

P.- ¿Cómo estaban de ánimo después de un año en guerra?
R.- Cansados. Pero con un aguante encomiable. Anhelan la paz por encima de todo. Y la libertad. Y la están defendiendo a todos los niveles. La capilaridad de la solidaridad para con su tierra y su gente es admirable, la verdad. Desde los más pequeños a los más mayores luchan por esa libertad desde la unión y el sentimiento de pertenencia e identidad, apreciable en cualquier rincón. Me sorprendía mucho la simbología urbana, que es un arma defensiva más. Esa comunicación emocional, de guerra, de resistencia, que podía brotar en cualquier parte y ser multiforme. Desde graffitis en plena calle a tatuajes en la piel. También su música. Canciones de resistencia que entremezclan melodías folclóricas y letras desgarradoras con sonidos de batalla y frases célebres de soldados o el propio presidente Zelenski. Todo detalle infunde coraje y valor a la gente para seguir adelante.
P.- Háblame de Andrei…
R.- Ays. Él es y ha sido todo. Desde el principio. Desde la distancia, y, después, en terreno. En términos generales, podríamos decir que ejerció de lo que en periodismo llamamos fixer. Pero él ha sido mucho más que eso, más que un traductor, conductor o acompañante. Supongo que todos, de alguna manera, desarrollamos un vínculo especial con ellos. Andrei ha sido protector. Amigo. Maestro. Analista. Hermano, incluso. Me ha enseñado tantísimo…. Cuando estalló el conflicto, él y Anita, que por entonces eran pareja, fundaron esta organización sin ánimo de lucro para conseguir todo tipo de suministros a soldados que luchaban en el frente. Andrei es una persona bondadosa y tremendamente pacífica. Una de esas almas que proyectan luz, en mitad de tanta guerra, muerte y destrucción.
“LOS VOLUNTARIOS LLEGAN HASTA DONDE LOS GOBIERNOS NO LO HACEN Y DE MANERA MÁS ÁGIL”
P.- ¿Por qué es importante la labor del voluntariado en la guerra?
R.- Porque ellos llegan hasta donde los gobiernos no lo hacen y, aunque parezca mentira, de manera más ágil, a pesar de todo. Con esfuerzo, aplomo, decisión y corazón. Cada uno de ellos es un eslabón imprescindible en una perfecta cadena logística de solidaridad. Una cadena en la que intervienen todas las capas sociales. Hay un par de historias que creo ilustran muy bien lo que te cuento. Historias que muestro en los reportajes. Una, la de Marina. Una peluquera voluntaria que invirtió su sueldo para confeccionar cinturones de sujeción tácticos para fusiles. Ya ha fabricado 10.000 unidades para las fuerzas armadas. Otra, la de los niños de un colegio que, con la paga que obtienen de familiares, las típicas pagas mensuales o lo que sea, las invierten en material para después confeccionar, por ejemplo, prendas quirúrgicas para hospitales de campaña. También, elaboran, con sus pequeñas manitas, velas y candeleros para que los soldados tengan luz en las trincheras…Y todo, bajo una educación de Paz. No sé, es sorprendente.
P.- ¿Qué es lo que más te está costando transmitir?
R.– Más que costar transmitir, que se entienda que una guerra son muchas cosas. No únicamente explosiones, trincheras, artillería, alocuciones o pulsos políticos y muerte. La guerra también penetra en lo intangible y hace aflorar lo más puro del ser humano.
P.- ¿Dónde veremos tus reportajes?
R.– En mis redes sociales y en El Periódico de Aragón. Para quien quiera ahondar un poco en esas pequeñas historias de guerra, serán reportajes en vídeo y en escrito.