Si bien es cierto que el día de Todos los Santos es uno de los momentos de mayor afluencia en los cementerios, hay personas que trabajan los 365 días del año en contacto con la muerte. Embalsamadores, taxidermistas, limpiadores de congeladores, tanatopraxistas, médicos forenses, cuidadores de cadáveres, sepultureros o desinfectadores de escenas del crimen.
La lista de profesiones relacionadas con la muerte es muy extensa y pasa muchas veces desapercibida. Uno de estos casos es el de los tanatoestéticos; es decir, aquellas personas que se dedican a arreglar a los cadáveres antes de ser entregados a la familia para ser velados.
El funerario Santiago García es una de esas personas y tal y como él mismo reconoce, “todo es un poco dependiendo de las directrices que marca la familia. Hay familias que no quieren que toques a su fallecido, hay otras que quieren que lo asees y al final se trata de que el fallecido quede totalmente presentable como si hubiera fallecido durmiendo”.

Profesionales como Santiago dedican su tiempo a aquellos detalles que no se conocen tanto y que, por miedo o aprensión, se prefieren evitar. Tanto es así que en sus inicios, tal y como reconoce García, para ellos también puede resultar complicado. “La primera fallecida con la que topé me pegué lago tiempo soñando con ella. Conforme luego vas avanzando en el tiempo se convierte en algo muy normal. Como el carnicero que va a cortar carne o como el esteticista va a hacer las cejas, al final se convierte en un hábito muy normal”.
Aunque es cierto que el trabajo cotidiano acaba por parecer totalmente normal en su vida, hay ciertos momentos que inevitablemente no se pueden olvidar, especialmente cuando las víctimas son más jóvenes. Una experiencia de este tipo le ocurrió al encargado de la brigada del cementerio de Maella, Ramón Tomeo. “Yo he tenido la desgracia de enterrar a dos chavales jóvenes que se suicidaron y aquel día pues fue duro. Si hay alguna persona joven no es agradable escuchar llorar y decir a los parientes alguna frase que se te queda grabada».
UNA PROFESIÓN QUE VA PASANDO DE PADRES A HIJOS
Hay empresas familiares que han ido pasando de padres a hijos y que siempre han estado ligadas a este sector profesional. Es el caso de la funeraria Pérez Becas, ubicada en Mallén. Nació como una carpintería y en la actualidad sigue teniendo relevo generacional. Su propietario es José Andrés Pérez Becas y tal y como ha explicado, “llevamos activos desde mi bisabuelo”. En aquellos tiempos era una carpintería y se dedicaban a “tomar las medidas de la gente para por la noche poder fabricar los ataúdes”, explicaba Andrés Becas. De esta manera, se dejaban tapizadas y pintadas para al día siguiente hacer el funeral.

Más allá del rito funerario, hay otros profesionales que en los últimos tiempos han visto la oportunidad de abrirse un hueco ligado directamente al trabajo en los cementerios. Algunos como Javier Carrión, de Desatascos Ecodes decidieron ampliar su negocio y ofrecer servicio de limpieza de lápidas. “Se trataba de un constructor que tenía que rehabilitar un mausoleo dentro del cementerio de Torrero y es un nicho de mercado que no habíamos tocado”, explicaba Carrión.
Un clásico es el médico forense, el protagonista por excelencia en la gran mayoría de las series de crímenes. Su labor es la de esclarecer las causas de la muerte, aunque lejos de la ficción, no siempre tiene que haber un delito para tener que realizar esta profesión que requiere muchos años de formación y el esfuerzo de mirar a la muerte a los ojos todos los días.
Aprensivos o más valientes todos ellos se dedican a un sector sobre el que muchos prefieren no conocer demasiado detalle, pero sin su trabajo, sin duda, celebraciones como esta festividad de Todos los Santos no tendrían nada que ver.