El santoral católico recuerda hoy, domingo 12 de noviembre, a San Diego, un laico franciscano que vivió en el siglo XVIII. San Diego nació en San Nicolás del Puerto, España, en 1400. A pesar de no ser un sacerdote ni un religioso, abrazó profundamente la espiritualidad franciscana y se convirtió en un ferviente seguidor de San Francisco de Asís. Desde su juventud, mostró un fuerte compromiso con la fe y una devoción inquebrantable a la Virgen María.
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San Diego llevó una vida sencilla y humilde, trabajando como lego en el Convento de la Merced en Sevilla. Su profunda espiritualidad y su servicio desinteresado a los menos afortunados lo hicieron resaltar como un modelo de caridad y devoción. Se le atribuyen numerosos milagros y se dice que tenía un don especial para curar a los enfermos. San Diego murió en 1463 y su culto se expandió rápidamente, siendo canonizado por el Papa Paulo VI en 1970.
San Diego es venerado en la tradición católica como un ejemplo de santidad en la vida cotidiana y como un testigo de la importancia de la caridad y la humildad en el servicio a Dios y al prójimo. Su legado perdura como un recordatorio de que la santidad no está reservada solo para los religiosos, sino que todos, independientemente de su estado de vida, pueden vivir una vida de profunda fe y servicio.
¿POR QUÉ SE CELEBRAN LOS SANTOS?
La onomástica es una forma de reconocer y honrar sus logros espirituales y de buscar su guía e inspiración en nuestras propias vidas. Se venera a los santos como líderes espirituales o figuras que han alcanzado un alto nivel de santidad y han vivido su vida al servicio de Dios o de una religión concreta.
Muchos santos tienen un día especial dedicado a ellos, que celebran los fieles de todo el mundo. Para ello, en cada cultura se celebran diferentes ceremonias religiosas, leyendo sus enseñanzas o visitando lugares sagrados asociados a ellos.