Opinión

¿Porque tú lo digas?

Ahora que se avecinan tiempos recios, en lo que a la profusión de mensajes con tinte electoral se refiere, y eso que llevamos ya un precalentamiento en la banda que está siendo un no parar, conviene pertrecharse con herramientas que nos ayuden a la correcta hermenéutica o interpretación de lo que oigamos, para que no nos cuelen la falsedad o el engaño por la escuadra.

Una de estas cuestiones básicas, de manual, consiste en saber por qué nos fiamos de determinado líder político. Para ello, no está de más, recordar la distinción entre “auctoritas” y “potestas”, entre autoridad y poder.

Tiene autoridad el que sabe de lo que habla, porque lo conoce bien, porque le ha dedicado tiempo y se lo ha estudiado en serio. También, el que está preparado, tiene experiencia, y muestra un talante de no imposición, sino más bien un estilo propositivo y de respeto a la verdad, que es una búsqueda que a todos concierne.

La autoridad tiene que ver, y mucho, con el mundo de los valores, y según los valores que profese o defienda el político de turno, estaremos en condiciones de valorar su nivel de autoridad.

Por su parte, el poder se relaciona con el gobierno y con el mando de las cosas. Por supuesto que aquí me refiero al ejercicio de poder conseguido en buena lid, de forma y manera democrática. Del otro poder, véase Venezuela, simplemente hay que lamentar su existencia, y reprobar la defensa que de ese modelo abanderan algunos en nuestra sociedad, bajo la apariencia de la defensa de los débiles.

Pero el poder por sí sólo no es suficiente garantía de que las cosas funcionen de manera correcta, sin vicios ni corruptelas, y por ello hacen falta contrapesos. Y hay que controlar a quien ejerce el poder, para que no pierda la esencia de servicio a los ciudadanos en la búsqueda del bien común, y no confunda, por aquellos extraños delirios que se producen, su voluntad con la de los gobernados.

Un ejercicio de poder que pierde el rumbo, por esa peculiar sensación de estar en posesión plena de la razón, y que no consiente el más mínimo control porque además se permite ofrecer lecciones de democracia, se convierte en el principal enemigo del pueblo.

Este tipo de ejercicio de poder tiende a narcotizar a la sociedad, a manipularla, porque el poder tiene sus herramientas para hacerlo. A los ciudadanos nos toca discernir y valorar. Y para ello nada mejor que la distinción mencionada. Y por supuesto, siempre la autoridad por encima del poder.