FRANCISCO JAVIER AGUIRRE, Escritor.
Es muy fácil envenenar a un niño. Tampoco es demasiado difícil hacerlo con una persona mayor. En ambos casos es un crimen horrendo que, en el caso de la minoría de edad, significa un agravamiento de tal calibre que resulta difícil calificar a quien lo hace o lo intenta. A un niño se le envenena fácilmente disolviendo cualquier elemento dulce en la pócima. Pero aquí no quiero referirme al envenenamiento físico, sino al intelectual y al emocional.
Cuando yo era niño, nos envenenaban a gran parte de la población infantil en el sentido intelectual e, incluso, emocional. Nos envenenaban haciéndonos odiar a determinadas personas o grupos, por ejemplo a los judíos (mataron a Jesucristo), por ejemplo a los musulmanes, ‘los moros’ (invadieron España), por ejemplo a los masones (conspiraban contra el gobierno), de quienes nos decían que eran seres malignos, merecedores del máximo castigo en la otra vida, puesto que en esta no había suficientes recursos jurídicos ni materiales para machacarlos. Pero aquellos a quienes creíamos a pie juntillas por ser nuestros progenitores o educadores, habían sembrado el odio en muchos de nosotros, gente frágil y sensible. Y hasta que no eres mayor, te enteras y razonas, no puedes aplicar el antídoto.
En cualquier época, en cualquier país y en cualquier situación es muy fácil envenenar a un niño. Voy a contar un caso que he vivido personalmente. Encontrándome el año pasado en las inmediaciones de Oñate (Guipúzcoa), pregunté a un adolescente cuál era la mejor ruta para llegar a la población. Se lo pregunté en castellano, por supuesto. El chico no me entendía. Hasta que no pronuncié la palabra Oñati (su nombre en euskera) no pudo, no supo o no quiso responderme. ¿Ignoraba que su pueblo también se llamaba Oñate, en castellano? ¿Había sido envenenado?
En la actualidad, los niños del País Vasco quizá no están tan envenenados como los de otras regiones españolas, en concreto la catalana. Allí se ha envenenado el corazón de los niños, de bastantes, o al menos se ha intentado. Se ha envenenado haciéndoles concebir odio, desprecio y malquerencia hacia las personas que no son de su región, o que piensan de modo diferente aun viviendo allí. Son víctimas de envenenamiento emocional desde hace más de 30 años. Los catalanes que tienen menos de 40 han sido envenenados durante su proceso educativo por inocularles el odio y el desprecio (“España nos roba”), por contarles mentiras de orden histórico y antropológico, por hacerles pensar que sus etnias o su genética son superiores a las del entorno. Menos mal que no han puesto como ejemplo de lo anterior a algunos de sus líderes.